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El invierno del descontento

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Ricardo Gotta

Una ola de protestas expone el agotamiento del modelo económico, agravado por una inflación que supera el 10 por ciento anual. Antecedentes de la crisis.

Londres. Maestros con banderas y pancartas durante una de las masivas movilizaciones en demanda de mejoras salariales, el 1 de febrero.

Foto: Tallis/Dachary/AFP

Durante largos meses, las habituales guardias periodísticas en el 10 de Downing Street resaltaron la sonrisa novelesca de Rishi Sunak cada vez que salía de la residencia oficial. El primer ministro, de ascendencia india, fue formado entre el tradicional Lincoln College (Oxford) y la californeana Universidad de Standford, donde conoció a Akshata Murty, hija de un multimillonario: desde que se casó con ella, Rishi pasó a ser uno de los británicos más ricos. Ya no trabajaba para Goldman Sachs cuando fue designado primer ministro en reemplazo de Mary Elizabeth Truss. Ella solo duró 49 días en el cargo, tras ser electa para suplir al controvertido Boris Johnson, a quien sí se le puede achacar haber dejado una pesada herencia.
Surak ya no muestra su sonrisa de cinemascope. Asumió el pasado 25 de octubre y celebró los primeros 100 días de un modo muy particular. La tarde anterior medio millón de británicos salieron a la calle en lo que se consideró la movilización más importante de las últimas décadas. Carestía de vida, caída salarial y precarias condiciones de trabajo fueron los argumentos esgrimidos en las marchas bajo el lema «Strike to win» (Golpear para ganar). The Daily Telegraph admitió que influyó la decisión del Gobierno de recortar del presupuesto más de 30 mil millones de libras en políticas sociales. Pero la clave de la grave crisis se evidencia en el 10,5% anual de inflación registrado en 2022, un récord de 41 años: los sindicatos denuncian que los asalariados perdieron un tercio de su poder adquisitivo en tres lustros. Dato a considerar: en un ejercicio, la suba en el rubro «vivienda, agua y energía» llegó al 26,6%. Por caso, las facturas de gas y electricidad se cuadruplicaron durante 2022: de un promedio de 145 libras (u$s 171) se pasó a pagar más de 600 (u$s 710). «La mitad de los hogares afrontan pobreza energética durante este invierno», alertó el director gerente de la EDF Energy, Philippe Commaret. Incluso surgió una organización, Don’t pay («No pagues»), tras el último aumento en octubre de las facturas de la electricidad: aseguran que, con el correr de la crisis, más de 110.000 usuarios se unieron a la iniciativa.
Ese 1° de febrero, Surak conmemoraba los tres años del Brexit, mientras un funcionario del propio Banco de Inglaterra, Jonathan Haskel, reconocía que la salida de la UE les significó una disminución de la inversión estimada en 29.000 millones de libras (u$s 35.180 millones) y que el costo para los hogares británicos fue de 1.000 libras para cada uno.
Por esas horas, el primer ministro anunciaba que la inflación anual que incluía enero había descendido tres décimas, aunque debía admitir que por quinto mes consecutivo llegaba a los dos dígitos. La preocupación domina el debate político británico. En octubre de 2022, la economía dio claros indicios de recesión: caída histórica de la libra, indisimulable crisis energética y aumento de precios, en especial de alimentos. La guerra del Este y su influencia en las economías europeas asestó un golpe duro a la realidad británica, aunque no sea la principal razón de una crisis que nació mucho antes. No fue sino el FMI el que auguró que será el único país del G7 cuya economía se contraiga en 2023. «Es una crisis nacional de la magnitud de la pandemia», advirtió el experto Martin Lewis en un informe especial que difundió la BBC. Concluye que, si se mantiene la actual tendencia, la inflación anual podría llegar al 18%. Coincide con las previsiones de los bancos de inversión. Son muchos los analistas que se sitúan en esa proyección. «Hay preocupación e indignación en la población, que en invierno debe elegir entre calentar su hogar o comer», agregó.
Solo el 20% de los británicos considera que el Gobierno está bien encaminado. Se condice con la advertencia de The Guardian sobre que más del 54% de los británicos apoyan las huelgas y promueven otras más generalizadas. La ola tomó gran impuso antes de terminar el 2022 y promete continuar.

Unidos y solidarios
El Servicio Nacional de Salud británico (NHS) fue el primero en el mundo, en 1948, en ofrecer una prestación amplia, universal y gratuita. Lo consideran un emblema. Una de las primeras promesas de la fugaz Liz Truss fue salvar a esa institución sumida en un grave riesgo, sobre todo tras la pandemia. Por el contrario: crujió de tal modo en las últimas semanas, que los sindicatos del área se unieron para la primera huelga general en 106 años. Se extendió a Gales e Irlanda del Norte.
Reclaman un aumento del 12%. Decenas de miles de profesionales de diversas categorías, así como trabajadores de ambulancias y enfermería pararon por 48 horas a principios de febrero. No solo piden por el salario, también se quejan de falta de personal y condiciones laborales ante las desbordantes listas de espera en los hospitales abarrotados de pacientes. Andrea Mackay, del gremio Royal College of Nursing (RCN) relató que «todos los días, los enfermeros en todo Reino Unido ingresan a hospitales con muy poco personal. Durante uno de mis peores turnos, fui la única enfermera para cuidar a 28 niños».
Un paneo por las protestas permite observar que los paros de maestros de Inglaterra y Gales (integran el Sindicato Nacional de Educación) afectan a 23.000 escuelas, el 80% del Reino: les ofrecen un 5% de aumento para 2023 y no se bajan del doble, aferrados a la inflación. Lo mismo pasa con 70.000 profesores de 150 universidades. O los 100.000 estatales que tomaron el reclamo de los obreros de inmigración, quienes iniciaron su lucha con ocho días de huelga. Ferroviarias, choferes, funcionarios públicos, de la justicia, guardias de seguridad, metalúrgicos de siete sindicatos, estibadores del puerto de Felixstowe (canaliza la mitad del tráfico de contenedores), recolectores (puntualmente en Escocia) y otros llenaron las casillas de las huelgas en febrero.
El Congreso de Sindicatos Británicos (TUC) es el mayor de la gran isla. Junto al Unite, exige subir el salario mínimo a 15 libras (u$s 17,7). El mínimo actual para mayores de 23 años es de 9,50 libras (u$s 11,25) y más bajo para los jóvenes. El TUC reúne a 58 sindicatos y contiene a unos siete millones de afiliados sobre 56 millones de habitantes. Su líder, Paul Nowak, dijo que espera que las protestas y huelgas le envíen un claro mensaje al Gobierno sobre «el enfado que siente un número creciente de trabajadores».
Continuamente se comparan las marchas actuales con las del 2011, cuando al menos un millón de empleados públicos desfilaron por Westminster contra las reformas previsiones que impulsó David William Cameron, el primero de la seguidilla de gobiernos conservadores desde mayo de 2010 (con un agregado: todos ingleses). Incluso The Guardian se animó a generar una muy nutrida agenda de huelgas y marchas, que desde hace dos meses carece de fechas libres y que se prolonga hasta, al menos, mediados de marzo. No son pocos los que por estos días recuerdan las colosales y prolongadas protestas de los 80, las de los mineros contra Margaret Thatcher. Su gobierno, férreo en sus principios, inflexible en las negociaciones, concluyó el conflicto fortalecido. Pronostican otra resolución para la disputa actual. Los tiempos políticos son otros y pocos osan a comparar a Sunak con el poder real y la convicción de la Dama de Hierro.
Por caso, Sunak fue consultado si una salida era elevar impuestos, en especial a los sectores más ricos, para mejorar salarios, como resulta de versiones surgidas de su propio Gobierno. Respondió: «No quisiera hacerlo. Ya es bastante duro para ustedes en casa, con cuentas por pagar». Ante el silencio del auditorio, agregó: «Lo más importante en este momento es reducir la inflación». Sus palabras, tanto como sus acciones, parecen cada vez menos convincentes.
En el Reino Unido fue célebre el «verano del descontento». Lo sufrió el laborista James Callaghan en los 70. Le abrió el camino a la victoria de Margaret Thatcher en 1979. Este, en cambio, es el «invierno del descontento».

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