Mundo | DE ALEMANIA A SRI LANKA

Un planeta en crisis

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Manuel Alfieri

Las dificultades en el suministro de energía, la escasez de alimentos y la inflación afectan a todos los países, incluso a los más ricos. Postales de un malestar creciente.

Sri Lanka. Revuelta popular en el país asiático, una imagen que expresa la situación económica y política a nivel mundial.

Foto: AFP/DACHARY

El mundo vive en emergencia y augura tiempos por demás complejos. La falta de divisas, las dificultades en el suministro de energía, el desabastecimiento alimentario y la disparada de los precios de casi todos los productos de primera necesidad son problemáticas que no tocan únicamente a los países pobres, sino también a aquellos que gozaron, durante largas décadas, de altos niveles de bienestar y prosperidad. La pandemia primero y la guerra en Ucrania después pusieron a todo el planeta patas para arriba, impactando drásticamente sobre la economía mundial, poniendo en jaque la gobernabilidad, reconfigurando por completo el tablero geopolítico y produciendo devastadores efectos en el terreno social.
Lo que ocurre en Sri Lanka, por caso, es apenas una cruenta postal de la crisis que padece el mundo en la actualidad. Muy lejos de Argentina, a más de 15.000 kilómetros de distancia, la pequeña pero densamente poblada isla, una de las joyas turísticas del sudeste asiático antes del inicio de la pandemia, atraviesa por estos días la peor crisis económica de su historia. Escasean los medicamentos, la comida, el combustible, el gas e incluso los billetes de su propia moneda, la devaluada rupia. La inflación supera el 50%, la pobreza aumenta día a día, los cortes de luz se multiplican y tanto las escuelas como las oficinas públicas cierran durante la semana para evitar que la gente use el transporte. La situación es tan desesperante que el Gobierno se vio obligado a adoptar medidas insólitas: les dio un día libre extra a los empleados estatales para que cultiven alimentos en sus jardines y ruega a la población que abandone el país para buscar un mejor futuro en el exterior. El creciente malestar por las penurias económicas derivó en un estallido social inédito, que incluyó el incendio de la casa del primer ministro y la ocupación de la residencia presidencial.
Es una imagen que retrata lo que ocurre en el mundo. Después de casi dos años del parate impuesto por el COVID-19, y cuando el mundo empezaba a ponerse en marcha otra vez, la ofensiva rusa sobre territorio ucraniano, motivada por la amenazante expansión de la OTAN, provocó un nuevo cimbronazo en el mapa de las relaciones internacionales. La crisis energética mundial es, justamente, una de las tantas consecuencias de ese conflicto militar. El enfrentamiento diplomático y económico entre Occidente y el Kremlin produjo una sustancial merma –con posibilidades de corte total en el futuro cercano– del flujo de gas y petróleo que se dirige desde suelo ruso hacia otros países, generando un incremento en los precios de la energía, afectando la actividad industrial y abriendo la puerta a una nueva recesión.

Oleadas
La Unión Europea (UE) importa el 90% del gas que consume, y el 50% proviene de Rusia. Esa enorme dependencia hizo que Alemania, por ejemplo, active un plan de emergencia para garantizar el funcionamiento de su red y algunas ciudades, como Hamburgo, ya están aplicando medidas de racionamiento del agua caliente. Del mismo modo, Italia anunció que bajará la calefacción dos grados, reducirá la iluminación nocturna y cerrará antes los edificios públicos. En Países Bajos y Noruega, por citar otros casos, el encarecimiento de la energía y de los insumos básicos para producir provocó levantamientos y huelgas en sectores estratégicos en este crítico momento, como lo son el petrolero, el gasífero y el agrícola. Contra todas las recomendaciones de sus asesores, el presidente estadounidense Joe Biden se vio obligado a emprender un cuestionado viaje hacia Arabia Saudita –aliado incondicional de la Casa Blanca a pesar de las históricas violaciones a los derechos humanos– para pedirle a la monarquía árabe que aumente la producción de petróleo y así abastecer la gran demanda actual.
Al estar directamente relacionados con el costo de la energía, y con las exportaciones de cereales prácticamente paralizadas desde Ucrania, también los precios de los alimentos se fueron por las nubes. Esto generó una «oleada de hambre», tal como aseguró el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Según un reciente informe producido por cinco organismos internacionales, en el mundo hay más de 800 millones de personas (el 9,8% de la población) que se van a dormir todos los días sin comer. Se trata de un incremento de 40 millones respecto al año anterior y una cifra indignante si se tiene en cuenta que en la actualidad se produce comida para alimentar a la totalidad de los seres humanos que habitan el planeta.

De mal en peor
La situación es especialmente preocupante en África. Un trabajo de las ONG Oxfam y Save the Children estima que en Kenia, Etiopía y Somalia muere una persona por falta de comida cada 48 segundos. En el caso de América Latina y el Caribe, el hambre casi que se duplicó desde 2015. Hoy, cuatro de cada diez personas viven bajo inseguridad alimentaria y los pronósticos de la ONU auguran una crisis cada vez más grave. Del problema no se salvan ni los países del llamado «primer mundo»: los bancos de donaciones de alimentos están al borde del colapso en Alemania y otras naciones europeas.
Los altos niveles de inflación, que carcomen especialmente los bolsillos de los trabajadores y trabajadoras en cada rincón del mundo, tampoco son exclusivos de los países «subdesarrollados». La subida del precio del combustible provocó en Estados Unidos el aumento del costo de vida más alto de los últimos cuarenta años. Lo mismo está ocurriendo en Europa, donde las tasas de inflación que históricamente oscilaban el 1% o el 2% anual se dispararon al 8% en el mejor de los casos y en algunos lugares, como España, perforaron el 10%, marcando todo un récord. A medida que crece la inflación también lo hace la pobreza: de acuerdo con la ONU, desde marzo hay 71 millones nuevos pobres solo en los países más ricos del globo.
Ante el escenario de precariedad económica, laboral y de la vida en general, crece la tensión social y la inestabilidad política se torna cotidiana. Los oficialismos pierden elecciones o son directamente destituidos, y tienen cada vez más dificultades para sostener la gobernabilidad, ya sea en Sri Lanka, Francia, Perú o Ecuador. Vale recordar que la renuncia del primer ministro británico Boris Johnson no estuvo únicamente motivada por los escándalos sexuales en su gabinete y las fiestas en plena cuarentena, sino también por la delicada situación que atraviesa el país a raíz de la pandemia, la guerra en Ucrania y también el Brexit: a la disparada de la inflación se suman una posible recesión, incremento de la pobreza, cierre de empresas y despidos.
Frente a ese panorama, los trabajadores están saliendo a las calles para defender sus bolsillos y sus condiciones de vida. A principios de julio se dio una de las huelgas más masivas de los últimos años en el sector ferroviario de Inglaterra, Gales y Escocia. Los sindicatos reclamaron aumentos salariales acordes con las históricas cifras de inflación y alzaron su voz para poner un freno al plan de ajuste con el que la empresa gestora de la red de trenes y subtes pretende recortar unos 2.500 empleos.