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Erdogan y las dos Turquías

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Telma Luzzani

La detención de la principal figura opositora desató protestas contra el presidente. El pasado y las estrategias del Gobierno para reposicionarse en el nuevo orden internacional. El factor Trump.

Estambul. Banderas y consignas, el 29 de marzo. El actual mandatario enfrenta una crisis política con final incierto.

Foto: Getty Images

Estambul, Ankara, Esmirna, Anatolia, Adana y decenas de importantes ciudades turcas son escenario de continuas manifestaciones masivas contra el Gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan. No es el primer terremoto político que atraviesa el Gobierno islamista conservador del Partido de Justicia y Desarrollo en sus 22 años de gestión, pero sí sucede en una coyuntura especialmente convulsiva del país, de la región euroasiática y del mundo.

Por su ubicación en un eje geográfico crucial se ha convertido en un país decisivo en el marco de las actuales disputas de poder: comparte el Mar Negro con Rusia y Ucrania (entre otros países); tiene límite con la convulsionada Siria, y limita con Irak, Irán y las caucásicas Georgia, Armenia y Azerbaiyán. 

No por nada, el pasado 5 de mayo, el presidente estadounidense Donald Trump, según él mismo reveló en su plataforma «Truth Social», mantuvo una conversación «muy productiva» con su homólogo turco. El diálogo incluyó los tres puntos más calientes del planeta: Siria, Gaza y Ucrania, lo que colocó a Erdogan en la categoría de jugador global, rango al que el mandatario turco aspiraba sin disimulos.

El disparador del descontento popular fue la detención, por supuesta «corrupción y terrorismo», del alcalde de Estambul, el socialdemócrata Ekrem Imamoglu, un político sagaz, gran orador y muy carismático. Imamoglu, del opositor Partido Republicano del Pueblo, de tendencia pro-Occidental, es intendente desde 2019. Ese triunfo electoral puso fin a 25 años de Gobiernos islamistas en la capital, iniciados justamente por Erdogan, quien fue catapultado al Gobierno nacional gracias a su muy buena gestión en la alcaldía de Estambul.

Las interpretaciones de la prensa opositora turca apuntan a ese hecho: Erdogan vería en la popularidad del actual alcalde una amenaza a la continuidad de la línea conservadora islamista en el Gobierno de Turquía y, por eso, Imamoglu no solo fue acusado y detenido por «corrupción y terrorismo», sino que la Universidad de Estambul le revocó su diploma de economista, título necesario para aspirar a la presidencia de la nación.

Algo curioso que la prensa antioficialista no dice es que Erdogan, como alcalde, sufrió el mismo trato. En 1997, en plena popularidad como intendente de Estambul, fue sentenciado a diez meses de cárcel y se le prohibió ocupar cualquier cargo en la administración pública por leer un poema del poeta turco Ziya Gokalp. El cargo fue por «intolerancia religiosa». Fue liberado de los cargos tras el compromiso de moderar sus posiciones islámicas.


A través de la historia 
Esta polarización tiene su raíz en más de un siglo de historia, desde la desaparición del poderoso imperio otomano como consecuencia de su derrota en la Primera Guerra Mundial y la posterior revolución de Kemal Atatürk, en 1923, primer presidente de la República de Turquía. 

Atatürk, considerado «el padre de la Turquía moderna», fue un reformador extremo que rediseño drásticamente la cultura, la historia y la idiosincrasia turca. Abolió el sultanato y la poligamia. Adoptó el laicismo y cerró las madrazas. Terminó con la ley islámica (sharia) e impuso un código civil al estilo suizo, uno penal similar al italiano y uno comercial como el alemán. Cambió el alfabeto (de la grafía árabe a la latina) y occidentalizó los apellidos. Prohibió el fez (sombrero) para los hombres, el velo para las mujeres y propició la vestimenta al estilo europeo, entre muchos otros cambios profundísimos.

Centralidad. Discurso de Erdogan tras la reunión con jefes provinciales de su partido, en Ankara, el 8 de abril.

Foto: Getty Images

Ese pasado, no obstante, no murió del todo y, en cierta forma, el triunfo de Erdogan en sucesivas elecciones expresa esa Turquía profunda que le agradece la recuperación de parte de la tradición islámica. Esta población conservadora convive con la Turquía, también numerosa, heredera del kemalismo y netamente europeizada.

A estas tensiones internas se suma la importancia geoestratégica de Turquía. País bicontinental, su territorio se extiende por Asia y Europa por lo cual su zona de influencia y sus intereses abarcan parte de África, Asia y Europa. Comercialmente, domina el paso del Mar Negro al Mediterráneo. Regula el cruce de los estrechos marítimos de los Dardanelos y el Bósforo y controla la circulación de buques mercantes, petroleros y de guerra. 

Por otra parte, Turquía es miembro de la OTAN desde 1952 y tiene el segundo mayor ejército de la alianza después del de Estados Unidos. Desde que asumió a comienzos de este siglo, Erdogan elige la ambigüedad política. Evitó las posturas antirrusas y mantiene relaciones con Moscú, además, fue incorporado a los BRICS+ como miembros asociado.

Su relación con Washington es cuidadosa. En 2016, hubo un golpe de Estado fallido contra Erdogan por una parte del ejército y de la dirigencia civil turca. Uno de los cabecillas fue el clérigo Fethullah Gülen que reside en Estados Unidos (Pensilvania) desde 1999, por lo que el Gobierno siempre ha afirmado que la conspiración contó con apoyo estadounidense. La Casa Blanca lo niega. 


Volver a ser potencia
El actual contexto de transformación global colabora con el neo-otomanismo, como se conoce la aspiración de Erdogan y sus seguidores de volver a convertir a Turquía en una potencia regional con peso decisivo en la arena internacional.

Este objetivo viene siendo puesto en marcha, desde hace tiempo, por Estambul, con métodos de poder blando (soft power), que van desde la enseñanza del idioma turco en el extranjero (a través de centros equivalentes al Instituto Cervantes de España o a la Alianza Francesa), hasta la propagación de la cultura y las costumbres turcas por medio de sus exitosas novelas para la televisión. 

Pero, además, en esta década y sobre todo desde la caída de Bashar Al Assad en Siria, Erdogan busca recolocar a su país también como un actor del nuevo orden internacional.

Todo esto está en juego desde ahora hasta las próximas elecciones presidenciales del 2028. La decisión del actual presidente de detener a Imamoglu pareciera estar en sintonía con ese escenario. El alcalde tiene buena llegada adentro y afuera de Turquía. Su discurso, muy descontracturado, resuena tanto en el público conservador religioso como entre los kemalistas. Por otra parte, Imamoglu es muy elogiado por Washington, ya que, según EE.UU., podría restablecer «el equilibrio y la previsibilidad» en las relaciones exteriores turcas.

Los manifestantes, en las últimas marchas en contra de Erdogan, han pedido elecciones anticipadas y han complejizado aún más el contexto interno. Hay demasiados intereses en juego. El actual presidente deberá ser muy cuidadoso y evitar los pasos en falso.

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