27 de mayo de 2015
El continente europeo, que en el siglo XX conoció guerras y masacres que expulsaron a millones de su territorio, hoy cierra sus puertas a los que sufren guerras y masacres en otros sitios. Los europeos de hoy no parecen recordar que sus abuelos tuvieron que huir y fueron acogidos con los brazos abiertos en casi todo el mundo. No recuerdan o no les importa.
Miles de africanos se suben a miserables barcazas para intentar el cruce del Mediterráneo y llegar a Europa y otros tantos van por tierra desde el Oriente Medio. Creían que en Europa serían bienvenidos y se equivocaban. El debate que se plantea hoy en la Unión Europea es evitar que más extranjeros lleguen al Viejo Continente como si fueran parias. No contentos con cerrar sus puertas, piensan en una respuesta militar para perseguir a los traficantes ilegales e incluso intervenir en Libia. Pero el racismo en Europa occidental no es solo respecto de los africanos o árabes. En 2005, en plena campaña contra la constitución europea, la derecha francesa agitó el fantasma de los polacos que vendrían a quitarles el trabajo a los «auténticos franceses» y en el norte de Italia protestan por la llegada de rumanos.
Aunque la memoria de muchos es frágil, es importante recordar que en los años 60 y 70 varios países de Europa occidental precisaban mano de obra barata y abrieron sus puertas para que llegaran inmigrantes a ocupar puestos de trabajo. Fue el caso de Alemania, que recibió a miles de turcos en calidad de «trabajadores invitados», pero una vez que muchos de ellos se radicaron en el país pasaron a ser un «problema».
La actitud de la rica Europa contrasta con la de varios países árabes que están recibiendo a miles de refugiados de países en plena guerra civil como Siria, Irak y Libia. Los ricos cierran sus puertas, mientras que los pobres las abren sin poner «cuotas» o trabas migratorias, y mucho menos analizan alternativas militares como respuesta.