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Final de juego

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Gustavo Veiga (desde San Pablo)

Lula es favorito ante Bolsonaro para una segunda vuelta en la que se disputan dos modelos de país antagónicos. La difícil gobernabilidad en un país polarizado.

Primera victoria. El candidato del Partido de los Trabajadores (PT) saluda a la gente, en San Pablo, tras confirmarse su triunfo este domingo 2 de octubre.

Foto: AFP

Brasil deberá esperar en tensión casi un mes más. Su nuevo presidente recién se conocerá el 30 de octubre. Lula ganó la primera vuelta, pero no con el porcentaje de votos suficiente para dejar atrás casi cuatro años de oscurantismo medieval. Jair Bolsonaro, su derrotado, puede presumir que a su proyecto neofascista lo avalaron poco más de 51 millones de voluntades ciudadanas. Aunque ahora, todo indica que el líder del Partido de los Trabajadores (PT) es favorito para el segundo turno electoral. Superó a su rival por 6.181.317 sufragios, poco más de cinco puntos.
Esa ventaja es muy distinta de las garantías de gobernabilidad que tendrá. Porque el oficialismo cuasi militar, un combinado de uniformados, sojeros del agronegocio, tiradores dispuestos a inmolarse por su jefe político y, todos ellos con la bendición de varias iglesias evangélicas, le harán la vida difícil al dos veces expresidente. Además, si se ratificara el resultado del domingo quedaría en minoría en ambas cámaras del Congreso y con gobernadores hostiles en algunos de los 27 estados del país.
La posibilidad a que se abrazó la militancia petista con las últimas encuestas, que eran muy favorables a su proyecto, se desvaneció a las 21.26 horas de la jornada electoral. A esa hora se confirmó de manera oficial que habría balotaje. La primera sensación fue de cautela, después de optimismo hacia adelante y cuando Lula aceptó los resultados, persuadidos de que la confrontación con Bolsonaro no terminaba, los principales referentes del PT buscaron reanimar a su gente. La expresidenta Dilma Rousseff alentó desde un palco sobre la avenida Paulista, la principal avenida de San Pablo: «Vamos a ganar la elección y empezaremos a reconstruir este país. Derrotaremos a ese bárbaro que está en la presidencia de la República». 

Pura alharaca
Que una victoria insuficiente, pero victoria al fin, se interpretara como el primer tiempo de un partido equilibrado, se debió en buena medida a los fallidos sondeos de opinión. Las principales encuestadoras de Brasil sugerían una considerable diferencia a favor de Lula que no se comprobó. Ipec (la ex Ibope) le dio casi 14 puntos de ventaja al PT la noche del sábado 1°. Ese número, que se transformaba en el 51 por ciento de los votos válidos, hubiera terminado con Bolsonaro deprimido y en su casa. O al contrario, arengando a su tropa belicosa en un final imprevisible.

Río de Janeiro. Rueda de prensa del actual presidente, quien buscará la reelección en el balotaje.

Foto: AFP


El hombre que había anticipado un hipotético fraude –pese a mantenerse en el ejercicio del poder– y que desconocería los resultados si le fueran adversos, al final hizo pura alharaca. Desde Brasilia se mostró medido y agotado. Aguijoneó a la izquierda del continente en general, le dedicó más de una frase al Gobierno argentino sin nombrar a Alberto Fernández y dijo que su fuerza había crecido bastante. Una obviedad si se compara ese dato con las encuestas previas que lo ubicaban en torno al 37%. 
En ese enfoque al que indujeron las consultoras hoy desacreditadas, el bolsonarismo pareció que algo ganó. O al menos siente que está para dar pelea hasta fin de mes. Pero en rigor, solo ganó tiempo para intentar que se revierta el resultado de la primera vuelta. Un hecho que nunca se produjo en la historia política de Brasil.
Lula podría confiarse ahora en la buena performance del primer turno, aunque no sería lo aconsejable para él. Había entrado en una inercia triunfal que permeó hacia su base, le permitió confiar en un desenlace rápido, pero el núcleo duro del oficialismo creció. Mirando de reojo al expresidenciable Fernando Haddad en un acto posterior a la elección, le dijo ante un centenar de periodistas que habían tomado el bunker del PT: «Los dos juntos vamos a ganar en San Pablo y Brasil. Esta será una confrontación nacional-estadual. Estamos apenas en una tregua. Yo nunca gané una elección en primera vuelta».
Es cierto. El expresidente tuvo que pasar por una segunda instancia definitoria en las elecciones de 2002 y 2006. Hace veinte años exactos superaba a José Serra del PSDB y cuatro después a su actual compañero de fórmula, el propio Gerardo Alckmin.
La composición de un frente que borroneó sus límites ideológicos para incluir en él a liberales, políticos inclasificables, dirigentes del PT y aliados de izquierda en el PSOL, PCdoB y la Rede de la ecologista Marina Silva lo llevó hasta donde se encuentra hoy.

Camino al 30
En el PSOL, un partido donde el trotskismo tiene su peso y es aliado del PT, su referente máximo, el profesor universitario y periodista Guilerhme Boulos, se preguntaba 72 horas antes de la elección: «¿Por qué la segunda vuelta es el peor escenario? Porque hay un mes más hasta el 30 de octubre. Y en las últimas semanas ya tuvimos episodios de asesinatos en Ceará, en Mato Grosso, antes en Paraná, personas que fueron muertas porque criticaban a Bolsonaro y defendían a Lula. ¿Imagínese una segunda vuelta polarizada, lo que podría pasar?».
Algo es seguro: las encuestas que pifiaron bastante los resultados de la primera vuelta ya no serán tan confiables. Antes del domingo daban una ventaja considerable al personaje político más popular de la historia de Brasil –solo comparable con Getulio Vargas– si se iba a un hipotético segundo round. Ahora habrá que ver. No puede especularse con un traslado mecánico de los votos que recibieron los candidatos que se comió la polarización hacia Lula y Bolsonaro.
Ciro Gomes era observado como un árbitro electoral. Pero ahora recibe pases de factura desde sectores del progresismo porque no bajó su candidatura a presidente. Le enrostran que habría perjudicado las aspiraciones de Lula, su compañero en otros tiempos. La noche de los comicios declaró con pesimismo: «Estoy profundamente preocupado con lo que está sucediendo en Brasil. Yo nunca vi una situación tan compleja y amenazadora como esta». ¿A qué se refería? No se supo. Si a la temida continuidad de Bolsonaro para muchos sectores del país (mujeres, negros, pueblos originarios, la izquierda en general…) a la vuelta del PT al Gobierno o a los dos grupos por igual.
No fueron a votar 32.660.681 personas, poco más del 20% del padrón más grande de América Latina. A ese número apuntarán los think tanks de dos hombres que están en las antípodas ideológicas. También a quienes apoyaron en las urnas a la senadora Simone Tebet, tercera lejos en el escrutinio, y al propio Gomes.
Lula es un dirigente que surgió del universo sindical en el cordón metalúrgico de San Pablo, que resistió a la dictadura y fue preso dos veces. Primero a mano de los militares y ya en la vapuleada democracia brasileña por causas de corrupción que estaban muy flojas de papeles. Se cayeron una a una.
Bolsonaro, su rival, es un exmilitar mediocre y destemplado que tiene pocas pulgas. Impredecible, coquetea con Donald Trump y las corrientes neofascistas en auge con las que se siente identificado. Entre los dos, uno quedará fuera de carrera el 30 de octubre. 

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