7 de noviembre de 2023
A un mes del ataque terrorista a Israel, el Gobierno de Netanyahu profundiza su ofensiva pese a los reclamos de cese del fuego. Drama humanitario, sospechas e impacto geopolítico.
Desastre. Palestinos trasladan a las víctimas después de un bombardeo del ejército de Israel a un campo de refugiados, el 5 de noviembre.
Foto: NA
Ha pasado apenas un mes desde que el brazo armado de la organización nacionalista musulmana palestina, Hamas, realizó su operativo «Tormenta de Al-Aqsa» y que Israel descargó su venganza sobre la Franja de Gaza. En tan solo un mes, se sucedieron –con una intensidad aterradora– matanzas horrendas y abusos incalificables contra civiles. La sociedad global asiste espantada a esta transgresión de los más elementales pactos civilizatorios y se pregunta hasta dónde llegaremos.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha sabido expresar esta angustia: «¿Hasta dónde llega nuestra capacidad de suicidio y de omnicidio?», se preguntó hace pocos días en su cuenta de X.
En la mañana del 7 de octubre, guerrilleros de Hamas traspasaron, sin dificultad, las supervigiladas defensas israelíes y penetraron en el territorio de ese Estado. Durante el operativo relámpago asesinaron, se informó, unas 1.400 personas y se capturaron 230 rehenes (entre ellos 20 argentinos), algunos ya liberados y otros aún en cautiverio. Sin embargo, hay dudas sobre los datos reales de lo que aconteció en aquellas primeras horas. Primero, cómo fue posible que la defensa israelí, que se cuenta entre las más sofisticadas y perfectas del mundo, haya sido burlada tan fácilmente. El comandante israelí encargado de esa frontera, Yoram Erez, mostró su desconfianza y preguntó cómo pudo suceder que los combatientes de Hamas pasaran «sin que nadie en Israel moviera un dedo». Y agregó: «Alguien tendrá que dar respuestas». La segunda incógnita es si, como dicen los medios egipcios, el Gobierno de El Cairo avisó a Tel Aviv con anticipación que Hamas preparaba «algo grande» para esos días.
Etapas
Estas dudas conducen a una hipótesis, por el momento, difícil de dilucidar: ¿Israel fingió no detectar el asalto de Hamas porque necesitaba un pretexto, con respaldo internacional, para destruir Gaza y expulsar a sus habitantes? Ante esta conjetura, muchos recordaron el discurso que el primer ministro Benjamin Netanyahu dio ante la Asamblea Anual de la ONU, en Nueva York, en septiembre pasado. El premier mostró allí «el nuevo mapa de Oriente Medio» en el que el territorio palestino (Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este) había desaparecido para pasar a ser parte de Israel.
¿Es posible la existencia de un plan tan macabro o es apenas una teoría conspirativa? Hace pocos días, se conoció un informe de los Servicios de Inteligencia de Israel, con fecha del 13 de octubre, filtrado por Wikileaks. El texto propone llevar a cabo el «desplazamiento forzado de civiles de Gaza a Egipto», a través de un plan que consta de tres etapas que, según los autores, «producirá resultados estratégicos positivos y de largo plazo». El informe original y su traducción pueden leerse en la cuenta X de Wikileaks. La campaña de hostigamiento contra los palestinos –asegura el documento- los «motivará a aceptar el plan» y los obligará a dejar sus tierras.
En este mes, se estarían cumpliendo las dos primeras etapas consignadas en el texto filtrado por Wikileaks: 1) bombardeos masivos y «desalojo de la población hacia el sur» y 2) entrada terrestre en Gaza y ocupación total de la franja.
Revancha y sangre
Un mes de enfrentamientos es poco tiempo para calibrar cuál puede ser la estrategia de los actores políticos en juego, pero es demasiado tiempo para el dolor humano. Después del operativo «Tormenta de Al Aqsa» de Hamas, la represalia de Israel fue inmediata y contundente. Netanyahu –sin ningún tipo de consulta democrática dada la situación de guerra– formó un gabinete compuesto por supremacistas judíos de extrema derecha. El nuevo equipo no ocultó su disposición a cometer, si fuera necesario, crímenes de guerra. El ministro de Defensa, Yoav Gallant, avisó: «No habrá electricidad, ni comida, ni combustible. Estamos luchando contra animales humanos y así procederemos».
Los bombardeos masivos a la población civil ya han provocado la muerte de, al menos, 10.000 palestinos, de los cuales más de 4.000 son niños y niñas y 2.550 mujeres. Las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) han embestido contra varias escuelas (la ONU denunció al menos cuatro de las suyas), han atacado hospitales (el de mayor repercusión fue el hospital Bautista, Al-Ahli Arabi, el más grande de la franja, donde murieron solo en las primeras horas 500 personas, la mayoría niños, mujeres y ancianos), han bombardeado convoyes de ambulancias que transportaban heridos y varios campos de refugiados densamente poblados.
A pesar de los reclamos mundiales, Netanyahu sigue afirmando que no habrá cese de fuego ni ayuda humanitaria y sigue condenando, además, a millones de palestinos a la muerte por hambre y por falta de medicinas. La Franja de Gaza está bloqueada por tierra, aire y mar por Israel desde hace décadas. En tiempos «normales» es abastecida desde Egipto por 300 camiones diarios con medicinas, comida, agua y otros bienes primaros. En todo este mes, según Naciones Unidas, han entrado apenas 451 camiones y hay cerca de 2.000 esperando que cesen los bombardeos y que Israel dé garantías para poder entrar en la franja.
A estas atrocidades se suman las denuncias del uso de una sustancia prohibida, el fósforo blanco, contra civiles, incluso, contra una escuela. El Gobierno de Netanyahu está violando el Convenio de Ginebra de 1949 y todos los acuerdos internacionales sobre los civiles y la guerra: tendrá que dar cuenta de ello en algún momento. El presidente Petro –quien tuvo un nuevo encontronazo con el embajador de Israel por difundir un video que denuncia y prueba el uso de fósforo blanco– escribió en su cuenta de X: «La bomba que ven en este video es fósforo blanco. Ese químico se pega a la piel y penetra hasta los huesos. Mata en medio de un intenso dolor. La arrojó Israel sobre un lugar de Naciones Unidas. Abajo hay niños jugando. El derecho internacional llama a esto crimen de guerra».
Si creíamos que habíamos visto todo el salvajismo posible con los ataques nucleares a civiles en 1945, en Hiroshima y Nagasaki, o, en la década de los 70, con las brutalidades de Vietnam, o con las limpiezas étnicas de los años 90 contra musulmanes en la guerra de la ex Yugoslavia, nos equivocamos. El Gobierno de Israel ni siquiera se toma el trabajo de fingir escrúpulos o de mentir –como hace la Casa Blanca– diciendo que se trata de «daños colaterales». Ni siquiera adopta un discurso falsamente ambiguo con una vaga promesa de tregua.
Pero el problema no es solo para los palestinos o para los vecinos de Oriente Medio. Este etnocidio nos muestra que el problema es para todos. Esta guerra ha cruzado todas las barreras éticas y nos deja desnudos frente a un poder que actúa con impunidad.
Nuevamente el presidente Petro nos deja la reflexión más certera: «Lo que el poder militar bárbaro del norte ha desencadenado sobre el pueblo palestino es la antesala de lo que desencadenará sobre todos los pueblos del sur. Los que votaron en la ONU en contra de una tregua en la barbarie de Israel sobre Palestina ¿acaso creen que se van a salvar? Sobre el poder militar del norte se construye un mundo de consumo y riqueza que conduce a una era de extinción. Ese poder militar es para defender esa riqueza y ese consumo que se hace con la muerte de los demás (…) Sin embargo, hoy, en la ONU, votaron 120 naciones de la Tierra, y Colombia entre ellas, por la paz. El mundo comienza a unirse sabedor de que las campanas que doblan esta noche en Palestina no doblan por ellos, doblan por nosotros, doblan por ti».