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Kirk, el encantador de serpientes

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Gustavo Veiga

El influencer asesinado en Utah fue un firme defensor de la libre portación de armas. Tan radical como xenófobo, su figura creció en una organización juvenil conservadora, alineada con el ideario de Trump.

Último acto. El líder de 31 años en la Universidad del Valle de Utah, antes de recibir el disparo que terminó con su vida, el 10 de septiembre.

Foto: Getty Images


Charlie Kirk fue asesinado en una sociedad armada que idealizaba, donde sale más barato comprar un fusil de asalto que un iPhone. Una sola bala disparada al cuello acabó con su vida cuando predicaba su credo ultraconservador. Tan radical como xenófobo, había ganado tanta influencia en Estados Unidos que se transformó en un apóstol de Donald Trump. Su organización, Turning Point USA («punto de inflexión» en inglés), lo aproximó al presidente y su movimiento MAGA (Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez). EE.UU volvió con su muerte a convivir de manera intensa con el fantasma de la violencia política. Como en la década del 60, cuando mataron a John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King. 

Un crimen como el de este joven de 31 años, nacido en Arlington Heights, al norte de Chicago en 1993, integrante de una familia de clase media y que profesaba el cristianismo evangélico, no sorprende por el contexto en que se produjo. Kirk era un defensor ferviente de la Segunda enmienda que permite tener y portar armas casi sin restricciones. Las estadísticas más recientes de un año completo indican que solo en 2023 hubo 46.728 muertes por disparos entre asesinatos y suicidios en su país. 

Una nación que tiene más armas en poder de civiles que habitantes y donde circulan el 42% de todas las que hay en el mundo. El dato queda expuesto con mayor crudeza si se lo compara con que EE.UU apenas alcanza el 4,4 de la población mundial. Su cultura, que defiende la proliferación de armas, no excluye a las de uso militar, como el fusil con mira telescópica que habría utilizado Tyler Robinson, el tirador de 22 años, oriundo del estado de Utah donde se produjo el asesinato. 

El caso que conmocionó a la sociedad estadounidense, incluida la gente que cuestionaba a Kirk por sus ideas de extrema derecha, siguió a una serie de episodios de violencia política que coinciden con los dos períodos de gobierno de Donald Trump y el mandato de Joe Biden. 

Una turba de golpistas y supremacistas tomó el Capitolio en 2021. Al año siguiente, el esposo de la demócrata Nancy Pelosi, por entonces presidenta de la Cámara de Representantes, fue atacado a martillazos y en 2024 el propio Trump sufrió un intento de asesinato el 15 de septiembre. A principios de 2025, dos legisladores demócratas de Minnesota fueron baleados en sus casas. Uno de ellos murió a causa de las heridas. Las diferencias políticas en EE.UU hace tiempo que se dirimen así. 

Conmoción. Trump responde a la prensa al salir de la Casa Blanca, un día después del ataque a Kirk.

Foto: Getty Images

Un precio a pagar
Kirk quedó marcado por una declaración coherente con su pensamiento a favor de la libertad para portar armas. En abril de 2023 dijo que las muertes provocadas por disparos eran «desafortunadamente» un precio que valía la pena pagar para preservar la polémica Segunda Enmienda de la Constitución. Lo hizo con poco timing, ya que acababa de producirse un tiroteo en una escuela de Nashville, Tennessee, con seis víctimas fatales. Tres eran niños.

Cuando lo mataron el miércoles 10, el influencer cumplía con su gira American Comeback (Regreso americano), en el marco de un encuentro con estudiantes a los que estaba habituado a llegar. Para que lo siguieran o confrontarlos. Apenas terminó su adolescencia, en 2012, fundó la organización Turning Point. Fue el comienzo de una carrera meteórica en la que se esmeraba por divulgar propuestas de extrema derecha que lo acercaron al Partido Republicano y en especial al presidente Trump.

La penetración creciente de sus ideas se apoyaba en continuas visitas a campus universitarios o escuelas de enseñanza media. Su retórica beligerante, dotada de frases racistas y clichés contra la inmigración (legal o ilegal, lo mismo le daba), lo transformaron en un encantador de serpientes del llamado sueño americano. Su tirria contra los afrodescendientes quedó sintetizada en un concepto supremacista: «Los negros no estaban bien cuando eran esclavos. Pero cometían menos delitos». 

Sus ataques por cuestiones de género eran los de un troglodita medieval: «La ley perfecta de Dios dice que los homosexuales deben ser apedreados hasta la muerte», decía. Kirk no usaba turbante, pero podría haber pasado inadvertido entre los talibanes de Afganistán. Uno de sus mensajes más potentes, con cierta dosis de xenofobia, lo personalizó en Claudia Sheinbaum, la presidenta de México. Dijo que era «peor que Vladimir Putin… está liderando un levantamiento desde el interior de América». 

A pesar de respaldar de manera vehemente la política de Israel, un sector de la comunidad judía ponía en duda su adhesión. Tan lejos llegó esa sensación contradictoria, acaso convertida en una fake news, que el premier Benjamín Netanyahu tuvo que desmentirla. En cambio, lo llamó «amigo de Israel con corazón de león». El presidente Javier Milei también lo elogió: «El mundo entero perdió a un ser humano increíble», escribió en sus redes sociales y aprovechó para cargarle su asesinato a la izquierda. 

Trump, el presidente que le permitió hablar en el acto de asunción de su segundo mandato, siguió la línea argumental de sus socios políticos, Netanyahu y Milei. «Durante años, la izquierda radical ha comparado a estadounidenses maravillosos como Charlie con nazis y los peores asesinos en masa y criminales del mundo. Este tipo de retórica es directamente responsable del terrorismo que presenciamos hoy en nuestro país, y debe cesar de inmediato». El mismo día que asesinaron a Kirk en la Universidad de Utah, 41 palestinos caían por disparos y bombas en Gaza. Nadie reparó en esas muertes, que están naturalizadas. El referente de la extrema derecha estadounidense negaba que ese territorio fuera conocido bajo su verdadera identidad. Naciones Unidas, en una votación aplastante el viernes 12, aprobó una resolución sobre los dos Estados. Kirk no hubiera estado de acuerdo porque sostenía: «No creo que ese lugar exista, porque no existe. Se llama Judea y Samaria, no Palestina».

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