28 de abril de 2025
El presidente republicano redobla su ataque contra la ciencia a través de recortes, informaciones falsas y teorías conspirativas. ¿Podrá Estados Unidos seguir siendo potencia sin conocimiento?

Washington. Movilización en rechazo a la política de ajuste que lleva adelante el magnate, en marzo.
Foto: Getty Images
Tras la decisión del gobierno de Donald Trump de imponer aranceles comerciales a troche y moche, muchos se apuraron a decretar el fin de la globalización, ese sistema que permitía la libre circulación de bienes, la versión última del capitalismo cuyo éxtasis comenzó con la caída de la Unión Soviética hace poco más de treinta años.
No está claro, sin embargo, que la misma administración sea también la que termine con el sistema de ciencia y tecnología más fuerte del planeta. Por lo pronto, es evidente que hace esfuerzos para que así sea. El número de ataques a la ciencia, a los investigadores e incluso a la razón misma es tan vasto que resulta difícil hacer un resumen.
La organización de Científicos Comprometidos de los Estados Unidos (UCS, Union of Concerned Scientists) lo intentó. Llevaba contados hasta el 2 de abril más de 200 ataques a la ciencia por parte del Gobierno de Trump desde su asunción en enero (más de uno de promedio por día). Son incidentes que involucran acciones administrativas, decisiones o políticas que excluyen o socavan al proceso científico, que van desde poner a figuras anticiencia en cargos importantes, hasta el recorte y la persecución de quienes tocan temas que no le gustan al Gobierno, desde el covid al cambio climático, incluyendo el desmembramiento del servicio meteorológico conocido como NOAA (siglas de National Oceanic and Atmospheric Administration).
Entre otros cambios notables, Jules Barbati-Dajches –autora del informe de la UCS– dice que en las últimas semanas el Departamento de Agricultura eliminó dos comités encargados de reducir las amenazas a la salud pública derivadas de la mala seguridad alimentaria, y advirtió «la amenaza del Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de recortar nueve comités asesores sobre temas que incluyen seguridad ocupacional y enfermedades infecciosas, y la eliminación por parte del Departamento de Comercio y del Departamento de Trabajo de dos comités que ayudaban a fomentar la calidad y el mantenimiento de los datos económicos del Gobierno».

Toma de decisiones. Trump junto a Linda McMahon, Robert Kennedy y Doug Burmun, integrantes de su gabinete, en una reunión en la Casa Blanca.
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Peligro real
También están en desbandada en los célebres Institutos Nacionales de Salud (NIH, en inglés): se ha decidido dejar de financiar trabajos acerca de la salud LGBTQ+, la justicia ambiental o la diversidad, equidad e inclusión. «Y, en consonancia con las posturas antivacunas del secretario de Salud (Robert) Kennedy, el Departamento de Salud y Servicios Humanos también ordenó a los NIH recortar la financiación de cualquier investigación centrada en cómo animar a la gente a vacunarse», sigue Barbati-Dajches. Era dinero que iba a más de 2.000 universidades, donde cunde la incertidumbre. Los recortes son del orden de los miles de millones de dólares.
La autora sintetiza que «a su regreso a la Casa Blanca, la administración Trump ha nombrado a lobistas corporativos y figuras abiertamente anticientíficas en puestos de poder, ha recortado la financiación federal y ha eliminado bases de datos y recursos federales y los ha reetiquetado con una retórica dañina y anticientífica». Muchas de esas acciones son directamente ilegales, pero está por verse qué tipo de limitaciones puede ponerle la Justicia o incluso el Congreso.
En estos días, casi 2.000 miembros de las distintas academias científicas del país firmaron una carta abierta donde mencionan el peligro real del ataque sistemático a la ciencia por parte del Gobierno trumpista. En la misma se plantea un S.O.S. por la destrucción a la que está siendo sometido el sistema, lo que incluye desfinanciamiento, despidos, pero también censura y manipulación de estudios, en vacunas, cambio climático y economía, lo que genera un miedo inédito, por lo menos desde las persecuciones del senador Joseph McCarthy que dieron lugar al macartismo. Estados Unidos invierte el 25% del total del dinero que se dedica a investigación en el mundo.
Incluso comienza a darse algo que en la Argentina se conoce bien: la fuga de cerebros. Europa ya se relame con la posibilidad de tener investigadores de excelencia para su desarrollo, en un proceso inverso al que sucedió hace un siglo a partir de las persecuciones nazis. ¿Hay algo detrás de estas acciones deliberadas, alguna estrategia o es meramente una respuesta ideológica ante la certeza de que el pensamiento, en general, puede afectar el Gobierno? La respuesta está en construcción. Pero que las primeras áreas atacadas sean el cambio climático y el covid, ambas amenazas cuya resolución requiere y requirió de actividades Estado-intensas, es sintomático. Tampoco es casual que se socave esos intentos a base de informaciones falsas y teorías conspirativas.
Trump ya comenzó los trámites para la salida del Acuerdo de París, firmado en diciembre de 2015, que busca controlar y limitar el cambio climático y se hizo a la medida de los propios Estados Unidos; Argentina hasta ahora no lo ha secundado, aunque hizo una puesta en escena al salirse de las negociaciones, también bajo el paraguas de la ONU, que se llevaban a cabo el último noviembre en Bakú, Azerbaiyán. Sí parece un paso adelantado en cuanto a los recortes en ciencia, actividad que languidece desde diciembre de 2023.
Mal que le pese a la ciencia que se piensa pura, el dominio del imperio estadounidense estuvo basado en el conocimiento. Fue parte de su soft-power, a veces no tan soft (si se cuenta su aporte al complejo militar industrial), junto con Hollywood, y estuvo sostenido por información que incluso comparte con el resto del mundo a través de agencias cuyos insumos son imprescindibles para crear saberes. Por ejemplo, de su Departamento de Agricultura o de su sistema de alertas volcánicas o de su fuerte sistema meteorológico, sin cuyos satélites se hace complicada la acción preventiva de los servicios meteorológicos sudamericanos, incluyendo por supuesto el argentino.
Sin todas esas mercancías, la incógnita es cómo seguirá siendo una potencia, con puertas cerradas y sin investigación y sin pensamiento libre. Quizá la historia de la muralla china y sus consecuencias sirva como ejemplo. En ese caso, como suele decirse, vendrán tiempos interesantes.