9 de octubre de 2013
Desde la revuelta popular que derrocó al sha Reza Pahlevi en 1979, Estados Unidos ha buscado casi todas las formas de destruir la República Islámica de Irán. La caída de un aliado clave –y muy rico en petróleo– en una zona estratégica no ha sido aceptada hasta el día de hoy por los diferentes gobiernos norteamericanos. Intentaron fomentar golpes de Estado, alimentaron grupos terroristas que atentaron contra presidentes, ministros y diputados, e incluso apoyaron a Saddam Hussein en su invasión de Irán en 1980. Debilitaron a la revolución islámica, pero no la destruyeron. Los iraníes han sido demonizados hasta el hartazgo en los medios occidentales en estos últimos años como si fueran la reencarnación del nazismo y hubieran invadido cuanto país los rodea.
El llamado telefónico del presidente Obama a su par iraní descolocó a propios y ajenos. Después de décadas de demonización de los chiítas iraníes pareciera que se puede hablar con ellos aunque esto irrite a los sectores más extremistas de republicanos y demócratas, y a los israelíes que insisten en presentar a los iraníes como el mismísimo demonio. El primer ministro Benjamín Netaniahu dedicó gran parte de su discurso en la ONU a presentar al presidente iraní como «un lobo con traje de oveja» mientras su protector, Estados Unidos, se sentaba a dialogar con «el lobo». Esto motivó un editorial de The New York Times que calificó a Netaniahu como un hombre obsesionado por una salida militar y por sabotear la mejor oportunidad de diálogo con Irán desde 1979.
El analista Zvi Bar’ el, del diario israelí Haaretz, considera que los gobernantes iraníes, más allá de su retórica religiosa, son dirigentes absolutamente racionales; por esta razón critica la postura maniquea de los políticos de su país que presentan a Rujaní como Hitler y a cualquiera que no acepte esta equivalencia como un negador del Holocausto. Obama levantó el teléfono y alguien del otro lado lo atendió. Pero muchos harán lo imposible para que esa comunicación se corte otra vez.