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Parte de guerra

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Manuel Alfieri

Rusia intensifica su operación militar pese a la apertura de una instancia de negociación. La ofensiva diplomática de la OTAN y los argumentos de Vladímir Putin.

Járkov. Tras el ataque del ejército ruso, bomberos sofocan un incendio en una universidad, este 2 de marzo.

BOBOK/AFP/DACHARY

Pese a la apertura de una instancia de negociación, Rusia intensificó en las últimas horas su ofensiva sobre Ucrania con un bombardeo en Járkov, la segunda ciudad más poblada de la exrepública soviética, con el control de Jersón, ubicada a orillas del Mar Negro, y con el avance de un convoy militar hacia Kiev, la capital. El Kremlin informó que, desde el comienzo de la operación fueron destruidas 1.502 instalaciones de infraestructura militar.
Según lo anunciado por el ministro de Defensa ruso, Serguei Shoigu, la ofensiva iniciada el pasado jueves continuará «hasta lograr los objetivos» trazados. «Lo esencial para nosotros es proteger a la Federación Rusa de la amenaza bélica que van creando los países de Occidente, empeñados en usar al pueblo ucraniano en la lucha contra nuestro país», explicó el funcionario.
Representantes de Rusia y Ucrania iniciaron un primer diálogo el lunes en Bielorrusia, pero poco trascendió de lo allí conversado. Apenas se supo que se abordaron «algunos puntos» que podrían derivar en futuros acuerdos. El Gobierno ruso sostuvo que todavía es temprano para «evaluar» los resultados de la reunión, mientras que la delegación ucraniana pidió «la mediación de China para alcanzar un alto el fuego». Lo que está claro es que las posibilidades de acuerdo aún son lejanas y por eso las partes anunciaron la celebración de una segunda ronda de negociaciones, hasta ahora sin fecha ni sede definida.
En paralelo a ese primer encuentro, el presidente ruso, Vladímir Putin, y su par francés, Emmanuel Macron, mantuvieron una conversación telefónica en la que el jefe del Kremlin presentó una serie de condiciones antes de negociar un alto el fuego: exigió el «reconocimiento de la soberanía rusa» en Crimea, la «desmilitarización y desnazificación» del Estado ucraniano y la promesa de establecer un «estatuto (de país) neutro» previo a toda solución. También se comprometió a no ordenar ataques sobre civiles.
Mientras se desarrollaban estos primeros acercamientos para bajar el clima de tensión, la Casa Blanca y la OTAN redoblaban su ofensiva diplomática. En su tradicional discurso anual ante el Capitolio, el presidente estadounidense, Joe Biden, acusó a Putin de ser un «dictador» que «está más aislado que nunca» y que debe «pagar un precio» por la ofensiva iniciada. Antes de eso, el jefe de la diplomacia de Estados Unidos, Anthony Blinken, pidió la exclusión de Rusia del Consejo de Derechos Humanos de la ONU por cometer «horribles violaciones a los derechos humanos» y causar «un gran sufrimiento humanitario». Por su parte, el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, acusó a Putin de haber «destrozado la paz» en Europa y repitió que la alianza militar que dirige no se involucrará directamente en el conflicto.
En esa misma línea, y mientras continúa gestionando el ingreso de su país a la Unión Europea (UE), el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, afirmó que el Gobierno ruso está perpetrando «crímenes de guerra» y «terrorismo de Estado». Desde Moscú rechazaron categóricamente todas las denuncias: el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, aseguró que se trata de «noticias falsas», derivadas de una guerra que también es informativa.
Según la ONU, el conflicto provocó hasta ahora 102 víctimas fatales. La organización internacional advirtió también que unas 677.000 personas ya abandonaron Ucrania, lo que podría derivar en «la crisis de refugiados de Europa más grande de este siglo».


Leña al fuego
Después de semanas de negociaciones frustradas, sanciones económicas y una tensión en progresivo aumento, el 24 de febrero Putin inició una «operación militar especial» en la antigua república soviética, cuyo objetivo central, dijo, es «desmilitarizar» y «desnazificar» el territorio.
A través de un mensaje televisivo, Putin dio las razones que lo llevaron a tomar la extrema medida. Aseguró que el ataque responde a «amenazas fundamentales» de la OTAN, a la que acusó de poner sus pies –y sus armas– con cada vez más fuerza sobre el Este europeo, acercándose peligrosamente a las fronteras rusas. En simultáneo, aclaró que el plan del Kremlin no es ocupar ciudades de Ucrania ni atentar contra civiles, sino destruir infraestructura militar con armamento de alta precisión.
Putin apeló además a la Gran Guerra rusa contra el nazismo de los años 40. Señaló que la alianza militar dirigida por Estados Unidos y las potencias europeas apoya «a los nacionalistas extremistas y neonazis en Ucrania» que «han tomado al país como rehén para atentar contra nuestro pueblo». Se refería al llamado Batallón Azov, un grupo político-militar de extrema derecha sponsoreado por el multimillonario oligarca Igor Kolomoiski, dueño de la cadena televisiva 1+1, casualmente la misma donde se emitió durante años una serie protagonizada por su amigo Zelenski, antiguo comediante y hoy presidente ucraniano, aliado incondicional de Occidente.
El líder ruso apuntó también que la misión es «proteger a las personas que han sido objeto de abusos y genocidio por parte del régimen de Kiev durante ocho años». Particularmente en la región del Dombás, donde se encuentran Donetsk y Lugansk, dos ciudades del este que en 2014 se autoproclamaron independientes, lo que llevó a un conflicto cuyo saldo hasta la fecha es de más de 14.000 muertes. Con su mensaje, Putin quiso sentar posición acerca de cuáles son, según su mirada, las raíces de la disputa actual. Algo de lo que se ocupó también esta semana el reconocido analista político estadounidense Thomas Friedman, crítico del presidente ruso, pero para quien «Estados Unidos no es enteramente inocente» en este conflicto: por el contrario, empezó a echar leña al fuego ya en los años 90, cuando tomó la «irreflexiva decisión» de expandir la OTAN hacia países de Europa Central y Oriental que habían sido parte de la Unión Soviética (URSS) o estaban bajo su influencia.
El periodista de The New York Times recuerda incluso que en 2016 el propio exsecretario de Defensa de Bill Clinton, Bill Perry, reconoció que «la primera acción que nos alejó del camino correcto fue expandir la OTAN para incluir a los países de Europa del Este», algo que «no le gustó nada» al Gobierno ruso y disparó nuevas tensiones. Por el momento, ni una palabra dijo acerca de este tema el presidente estadounidense Joe Biden, quien tras el inicio de la operación militar se limitó a responsabilizar a Rusia «de la muerte y la destrucción» que causará el «injustificado ataque», y aplicó nuevas sanciones.
Pero más allá de la pirotecnia discursiva, en el fondo del conflicto emergen cuestiones geopolíticas profundas, históricas pujas de poder e intereses económicos muy concretos. Ucrania es, en definitiva, un país de importancia estratégica: constituye un nexo entre Oriente y Occidente, y por su territorio pasan cuatro gasoductos que transportan desde Rusia el 80% del gas que consume Europa. Ahí está también la península de Crimea, valiosa por sus rutas comerciales y los gasoductos y oleoductos que la atraviesan, que en 2014 terminó anexándose a suelo ruso. Mientras eso sucedía, EE.UU. y Europa aceitaban cada vez más los vínculos con los sucesivos Gobiernos ucranianos a través de suculentos créditos del FMI y el Banco Central Europeo, con el fin de aumentar su esfera de influencia, tensando aún más la cuerda con el Kremlin.
En el medio de ese tironeo entre potencias está el pueblo ucraniano, unas 44 millones de personas que ahora sufrirán los avatares de una guerra con desenlace impredecible.

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