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Oriente Medio, una paz entre ruinas

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Manuel Alfieri

Con el intercambio de rehenes y prisioneros entre Israel y Hamas, se puso en marcha el plan de alto el fuego. La devastación de Gaza y el drama humanitario. Dudas sobre el «fin de la guerra» que anunció Trump.

Liberado. Uno de los rehenes israelíes trasladados en helicóptero a la ciudad de Petah Tikva, el 13 de octubre.

Foto: Getty Images

No es la solución definitiva ni el fin del conflicto, pero sí un necesario y ansiado respiro. Después de dos años de muerte, destrucción y violencia, Israel y Hamas pusieron en marcha la primera fase del plan de paz impulsado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y dieron inicio al intercambio de rehenes y prisioneros. El acuerdo diplomático incluyó una tregua destinada a frenar los bombardeos y el derramamiento de sangre en la devastada Franja de Gaza, donde comenzó a ingresar nuevamente la esperada ayuda humanitaria. En septiembre, cabe recordar, un comité de expertos de la ONU afirmó que Israel cometió un genocidio en el enclave palestino.

El intercambio se concretó este lunes con la liberación de todos los rehenes vivos que Hamas mantenía en cautiverio desde aquel trágico 7 de octubre de 2023. Fueron 20 en total, entre ellos tres argentinos. Hamas también debía entregar los cuerpos de 28 rehenes fallecidos, pero, al cierre de esta nota, solo había devuelto cuatro. Israel, por su parte, liberó a unos 2.000 presos palestinos.

Fue un momento histórico, cargado de imágenes conmovedoras tanto en Tel Aviv como en Gaza y Cisjordania. En cada abrazo, en cada lágrima, se percibía una sensación: que se cerraba un capítulo demasiado doloroso de la historia reciente. El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, apenas pisó suelo israelí, señaló: «Es el fin de la guerra, el fin de una era de terror y el comienzo de una era de fe y esperanza». El jefe de la Casa Blanca estaba ante el Parlamento de Israel, donde recibió el abrazo del premier Benjamin Netanyahu y la ovación de todos los legisladores presentes. 

La agenda autocelebratoria de Trump continuó en Sharm el-Sheij, la ciudad egipcia donde se firmó la tregua entre Hamas e Israel. Allí, el magnate mantuvo el mismo tono triunfal que en Jerusalén. «Hemos logrado lo que todos decían que era imposible. Por fin tenemos paz en Oriente Medio (…) Tras años de sufrimiento y derramamiento de sangre, la guerra en Gaza ha terminado», aseguró el mandatario tras firmar, junto con sus pares de Egipto, Qatar y Turquía, un documento con el que dice haberle puesto punto final al conflicto. La declaración fue acompañada por más de veinte jefes de Estado de Europa y del mundo árabe. También estuvo presente una figura clave: el jefe de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abás.

Sin embargo, lo dicho por Trump debe ser tomado con cautela. No hay dudas de que la tregua y el intercambio de rehenes y prisioneros representan un avance significativo en la búsqueda de una salida diplomática. También lo es la voluntad de ambas partes de poner un freno a la barbarie y a la lógica de la confrontación permanente. Pero hay muchos interrogantes todavía, en lo que respecta a la solución de un conflicto histórico. De hecho, y más allá de frases rimbombantes y titulares para los medios, el documento que Trump empuñó en Egipto como garantía de la paz final en Oriente Medio no fue firmado ni por Hamas ni por Israel, que ni siquiera participaron de la pomposa cumbre organizada por el magnate.

Reencuentro. Palestinos llegan al Hospital Nasser en Khan Yunis, Gaza, acompañados por sus compatriotas.

Foto: Getty Images


Preguntas sin respuestas
No sorprende que todavía reine la desconfianza a ambos lados de la mesa de negociación. La brutalidad de la guerra en estos dos años dejó una profunda conmoción tanto en Israel como en Gaza. El ataque de Hamas de 2023 fue el más letal en décadas –1.200 muertos y 251 personas secuestradas– e incluyó una masacre en un festival de música donde cientos de jóvenes encontraron la muerte mientras bailaban y se divertían. La respuesta israelí fue todavía más feroz: 67.000 víctimas fatales –unos 18.000 niños– y una ciudad prácticamente reducida a escombros. Los gazatíes perdieron todo: sus casas, sus escuelas, sus hospitales, sus trabajos. Sus vidas. 

Más allá del optimismo de Trump, muchos siguen poniendo en duda la viabilidad y la sustentabilidad de su propuesta de paz. Aunque esta primera fase parece encaminada, el futuro plantea cuestiones sensibles y de difícil cumplimiento. El plan contempla, por ejemplo, el desarme total de Hamas, la entrega del control de Gaza a una fuerza internacional comandada por EE. UU. y la «relocalización» temporal de la población palestina mientras se emprende la «reconstrucción» de la ciudad. La postura de Hamas –y también de la Yihad Islámica y del Frente Popular para la Liberación de Palestina– es clara en relación con este último punto: no habrá ninguna «tutela extranjera» en Gaza.

Otro asunto delicado es el del futuro reconocimiento de un Estado palestino. Aunque la propuesta de Trump lo contempla, no define una hoja de ruta ni un plan concreto para avanzar en ese sentido: no se detalla dónde ni cuándo ni cómo. De hecho, en su victorioso paso por Israel y Egipto, el republicano habló sobre muchos temas, pero nada dijo acerca de esa cuestión ni del futuro de Gaza. A veces, los silencios dicen más que las palabras.

Egipto. Trump, eufórico, junto a líderes mundiales en Sharm el-Sheij, donde se firmó la tregua.

Foto: Getty Images

Surgen entonces preguntas inevitables: ¿Qué posibilidades reales hay de que el plan prospere y se sostenga en el tiempo bajo sus propias condiciones? ¿Hamas capitulará como si nada ante Israel, entregará sus armas y cederá pacíficamente el control de Gaza? ¿Netanyahu modificará su histórica postura y permitirá la existencia de un Estado palestino, pese a haber repetido hasta el cansancio que eso jamás ocurriría? ¿A dónde irá la población gazatí «relocalizada» cuando las grandes empresas estadounidenses inicien el millonario negocio de reconstrucción de la ciudad? Más allá de Gaza, ¿qué ocurrirá con otros territorios que son fuente de conflicto permanente, como Jerusalén Este y Cisjordania?

Mientras esas preguntas no encuentren respuestas concretas, la paz celebrada por Trump será apenas una paz temporal, demasiado frágil y demasiado volátil como para proclamar a los cuatro vientos que «la guerra ha terminado», de una vez por todas y para siempre.

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