Mundo | DISCRIMINACIÓN EN HUNGRÍA

Mejor no hablar de ciertas cosas

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Manuel Alfieri

La ley que prohíbe referirse a la homosexualidad ante menores de 18 años desató un fuerte conflicto con la Unión Europea. La agenda antiderechos de Viktor Orbán.

Bruselas. El primer ministro y líder del partido Fidesz responde a los periodistas, en la cumbre del bloque regional, en junio. (John Thys/various sources/AFP)

Un fantasma recorre Europa y no es justamente el del comunismo que pregonaba Karl Marx, sino el de la homofobia. Con una apabullante mayoría, el Parlamento de Hungría aprobó una ley que, entre otras cosas, prohíbe hablar sobre la homosexualidad a los menores de edad con el pretexto de «protegerlos» de la pedofilia. La decisión, impulsada por el primer ministro Viktor Orbán, se sumó a una larga lista de iniciativas ultraconservadoras que se replican en otros países de la región.
Fueron 157 votos a favor y apenas uno en contra para la polémica propuesta de Orbán, cuyo objetivo es impedir la «promoción de una identidad de género diferente de la de nacimiento, el cambio de sexo y la homosexualidad», con el fin de garantizar la «protección infantil». Para eso, censura cualquier referencia sobre diversidad sexual en todo lugar en el que haya chicos o chicas menores de 18 años. Ya no se podrá hablar del tema en los colegios ni en ciertos horarios televisivos. De ahora en adelante, solo unas pocas y privilegiadas personas autorizadas por el Gobierno podrán dar charlas sobre sexualidad.
La ley fue sancionada en junio –paradójicamente, mientras se celebraba a nivel internacional el «mes del orgullo»– y recibió críticas feroces de parte del colectivo LGBTI+ de Hungría por su carácter discriminatorio y homófobo. Artillería pesada también salió desde Bruselas: en plena cumbre de la Unión Europea (UE), los líderes de 17 países firmaron una declaración en la que sostuvieron que la norma vulnera los «valores europeos» y promueve el «odio». El documento lleva la rúbrica de un amplio abanico de referentes políticos conservadores, socialdemócratas y liberales, y contó también con el respaldo de varios pesos pesados de la región, como la canciller alemana Ángela Merkel.
Algunos aprovecharon la cumbre para increpar cara a cara a Orbán. El presidente francés Emmanuel Macron le preguntó al húngaro: «Tú eras un liberal, ¿qué te ha pasado?». Mark Rutte, primer ministro de Países Bajos, le mostró la puerta de salida del bloque comunitario: «Si no dan marcha atrás, ya no tendrán cabida en la Unión Europea». Y Xavier Bettel, premier de Luxemburgo y primer líder europeo casado con una persona del mismo sexo, le espetó: «Si piensas que por ver una película o por hablar en los colegios sobre orientación sexual te haces gay, realmente no has entendido nada».
Orbán no se quedó callado y redobló la apuesta, aun a sabiendas de que la UE iniciaría acciones legales ante el Tribunal de Justicia europeo para frenar su ley. El primer ministro descartó de lleno la posibilidad de derogarla y dijo que la postura de sus socios europeos era «vergonzosa porque ni siquiera habían leído el texto de la norma. Buscado por la prensa como en ninguna otra ocasión, hasta se autoproclamó acérrimo defensor de los derechos de la comunidad homosexual. «Yo fui un luchador por la libertad en el régimen comunista, cuando la homosexualidad era castigada. Estoy defendiendo los derechos de los homosexuales», lanzó. Curiosas palabras para alguien que el año pasado pidió a los gays de su país que dejaran «a los niños tranquilos», después de que se publicara un libro infantil sobre diversidad sexual.

Oveja negra
Lo dicho por Orbán, líder del partido ultraderechista Fidesz, no sorprende si se revisa su historial de declaraciones y medidas impulsadas desde que llegó al poder con esa fuerza política en 2010. Lo primero que hizo fue reformar la Constitución para aclarar de entrada que Hungría es una sociedad cristiana y que el matrimonio es la exclusiva unión entre un hombre y una mujer. Después prohibió la adopción a parejas homosexuales e impidió el cambio de nombre a las personas transexuales. En una entrevista le preguntaron qué haría si uno de sus hijos fuese gay. «Sería una prueba, pero gracias a Dios es una situación que no se ha dado», respondió. Frases como esas lo convirtieron en una suerte de oveja negra dentro de la UE, al punto de que muchos pidieron su expulsión. También es cierto que, gracias a eso, obtuvo un enorme rédito político interno: ganó las últimas tres elecciones y por amplísimo margen.
Lo preocupante es que las ideas que Orbán defiende no están aisladas y encuentran cobijo institucional en algunos vecinos del centro europeo, como Eslovaquia, República Checa y Polonia. En ese último país, el año pasado 100 ciudades se proclamaron «Zona libres de LGBT» con el apoyo del presidente Andrzej Duda, quien consideró que la «ideología de género» es «peor que el comunismo». Euroescepticismo, maniobras al filo de la democracia, discursos de odio, autoritarismo y cierre de fronteras para frenar la inmigración son algunas de las piezas que componen el rompecabezas de ese bloque ultraconservador, integrado también por la francesa Marine Le Pen y los españoles de Vox. Su lema: tradición, familia y religión.
Esa es la «nueva era» cultural que Orbán prometió instaurar cuando alcanzó el poder: una reedición de ideas dignas de los años más oscuros del Medioevo que ahora, en el siglo XXI, vuelven a recorrer peligrosamente Europa.

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