6 de septiembre de 2022
La mayoría de los chilenos le dijo no al proyecto de una Carta Magna progresista. Fortalecimiento de la derecha y nuevos retos para el Gobierno de Boric.
Palabra presidencial. Discurso de Boric tras los resultados de este 4 de septiembre. El mandatario convocó al diálogo a la oposición.
Foto: AFP / Presidencia de Chile / Marcelo Segura
De las alamedas no surgían hombres nuevos sino gentes que sacudían banderas chilenas y celebraban que el país no hubiera aprobado una nueva constitución. Probablemente muchos también festejaban continuar con la Carta Magna creada en 1980 a imagen y semejanza de la dictadura pinochetista. Ninguna encuesta auguraba semejante ventaja: apenas se hizo la noche del lado de la cordillera que mira al Pacífico, se supo que el 61,9% de los chilenos que votaron (7. 882.958 sufragios; por primera vez era obligatorio) optaron por el «Rechazo» al proyecto de una nueva Constitución que proponía que Chile fuera «un Estado social y democrático, plurinacional, intercultural, regional y ecológico».
Así figuraba en el primer artículo de esa constitución moderna, progresista y radical que se puso en consideración. Un texto de 388 artículos y 57 disposiciones transitorias que definía, entre otras cuestiones, el reconocimiento a 11 pueblos originarios, que obtendrían sus autonomías regionales indígenas y sistemas jurídicos propios. Pero el «Rechazo» arrasó en todas las regiones, incluso en los bastiones del Apruebo como la Metropolitana y Valparaíso: 338 comunas del país contra solo ocho. De 34 del Gran Santiago venció en 29: el mismo resultado, pero al revés del plebiscito fundacional del 2020.
«Lo que votó Chile es seguir adelante, darse una nueva oportunidad», señaló exultante un vocero del comando del «Rechazo». «Este voto expresa un desplazamiento a derecha de la situación y la agenda política», dijo la extrema izquierda chilena.
¿Estaba preparado Chile para una legislación semejante? ¿Qué se modificó en el pueblo, encendido en octubre de 2020 cuando nada menos que el 78,28 % (5.892.832 votos, en sufragio optativo) obligó a la convocatoria de un proceso constituyente y ahora, al menos, dilata su ejecución? ¿En qué se transformó el germen de las conmovedoras protestas populares del 2019, que auguraban un cambio revolucionario? ¿Justamente, cómo pesó la campaña del miedo, consignas asociadas a que venían hasta por la propiedad privada, la recurrencia impertinente a las fake news?
¿El Gobierno de Gabriel Boric se mostró dubitativo a la hora de jugar su apoyo a la nueva normativa? ¿Cuán fuerte es la sensación de desengaño respecto de quien asumió hace 177 días, como señala un sector crítico y la prensa hegemónica? ¿En tal caso, cuánto influyó en esta elección? ¿Le restó mística al proceso algunas actitudes medrosas, como la de la propia Michelle Bachelet, que en plana campaña afirmó que «hay voluntad para hacer ajustes en el texto»? ¿Resultó perjudicial que en esta ocasión el voto fuera obligatorio?
Oportunismos
Los diarios chilenos, por la noche, ya auguraban nuevas subidas de dólar y de precios, al tiempo que instalaban a Boric ante «graves encrucijadas».
«Presidente Boric: esta derrota es también su derrota», reaccionó con prisa y sin pudor José Antonio Kast Rist. No demoró un instante quien perdiera por más de 11 puntos en las urnas el pasado 19 de diciembre. Cabal representante de la derecha más reaccionaria no dudó en arrojar barro ni bien finalizó el comicio. El propio Boric, sin embargo, ya había convocado a líderes de todos los partidos a una pronta reunión en La Moneda para concertar los pasos a seguir. El presidente, en la antesala del plebiscito, había señalado que «independientemente del resultado», los chilenos están «construyendo un país en unidad».
Santiago. Festejo de opositores al proyecto que reemplazaba la Constitución redactada por la dictadura de Pinochet.
Foto: Bernetti / AFP / Dachary
Ya antes algunos sectores cercanos al oficialismo expresaban su visión crítica. Marco Enríquez Ominami fue quien advirtió que el referéndum se convertiría en un plebiscito sobre el Gobierno. Ahora reafirma que influyeron «políticas impopulares» y cuestiones como «la inflación más alta en 28 años y la creciente delincuencia», y que la propuesta «tenía problemas» aunque contara «con artículos de la mayor vanguardia. Era infinitamente mejor intencionado que el texto anterior coronado con un programa económico de los Chicago Boys, donde el Estado es esclavo del mercado». A la vez confía en que el proceso constituyente derivará en una nueva Carta Magna.
La socióloga chilena Paula Marín, de prolongada militancia de izquierda, sostiene la mirada de que «la sociedad chilena acabó desconfiando del proceso constituyente, porque la derecha supo ningunearlo desde su rol de extrema minoría. No acuerdo con que lo boicoteara sino que instaló que el proceso no era representativo. Contribuyó que en la asamblea se conformó por un gran número de independientes y su inexperiencia política los llevó a cometer errores». Sobre si tiraron en exceso de la cuerda para la realidad de la sociedad, la respuesta fue cauta: «Cometieron imprudencias».
Ni qué hablar de los opositores, aunque no pisen las veredas más antagónicas. El senador Matías Walker, de la Democracia Cristiana, entiende que «los dos tercios de la convención necesarios para aprobar las normas de la propuesta no guarda proporción con los dos tercios de la ciudadanía de hoy en día. Ni siquiera con la mayoría de ella». Reafirma que «la elección de los convencionales se llevó a cabo en medio del aroma del estallido social, donde se habían cuestionado los 30 años que siguieron a la dictadura de Pinochet, objetivamente los mejores 30 años de la historia de Chile». Y aunque fuera un tema muy chileno, las derechas regionales rápidamente se montaron en los resultados.
Un antes y un después
«Estamos impactados, tristes, pero reconocemos naturalmente la derrota. Es una voz que habló de modo muy limpio y debemos escuchar con humildad y agradecimiento», afirmó Flavia Torrealba (Federación Regionalista, oficialista). Tampoco la exconvencional Bárbara Sepúlveda (Comunista) se resigna: «Chile va a tener una nueva Constitución, tarde o temprano, en un proceso que representará a las grandes mayorías».
No se puede afirmar que el 62% de los chilenos sea pinochetista o de derecha. Pero su voto hará que siga rigiendo esa Constitución, aunque el mandato popular de 2019 indicara taxativamente que debía remplazarse. La situación jurídica es intrincada, aunque el Gobierno, antes del rechazo y también ahora, sostiene que propondrá un nuevo y complejo proceso constituyente. El proyecto que ya no será considerado establecía también un moderno catálogo de derechos sociales en educación, igualdad, salud, aborto y un marcado énfasis medioambiental. ¿Lo hará el siguiente? ¿Habrá un siguiente?
«Apruebo por todos los ojos que perdimos», decía una muchacha de rulos a la izquierda del escenario. «Apruebo por mis hermanos que murieron antes», decía un cartel manuscrito de un hombre que fue adolescente con Salvador Allende. «Apruebo porque quiero un país libre y solidario», decía una mujer ante una cámara de TV. Fue el miércoles en el cierre de campaña. Medio millón de compatriotas vivaban por la posibilidad de que aquella constitución de la dictadura fuera remplazada.
Ellos, todos los chilenos, deberán aguardar.