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Mensajes sangrientos sobre Moscú

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Ricardo Gotta

El ataque confronta la versión del Kremlin y la de Occidente respecto de sus posibles autores intelectuales. La reelección de Putin, la guerra en Ucrania y el Estado Islámico en una trama compleja.

Humo y horror. La sala de conciertos Crocus City Hall, tras el tiroteo en las afueras de la capital rusa, el 22 de marzo.

Foto: NA

Krasnogorsk es algo más que un suburbio al noroeste de Moscú. Establecido en 1932, en menos de una década se convirtió en ciudad. Hoy contiene a 127.000 habitantes que viven a 24 kilómetros del centro moscovita. Jamás olvidarán la noche del 22 de marzo: al menos 143 muertos y dos centenares de heridos. Uno de los mayores atentados de los últimos tiempos en Rusia. 
Menos de una semana antes, Vladímir Putin había sido reelecto como presidente con más del 85% de los votos. Horas antes del ataque, apenas, había decidido una colosal ofensiva con drones y misiles sobre la planta nuclear de Zaporizhya, que dejó sin energía eléctrica a la mitad de Ucrania, a dos años y un mes de la invasión que desató la guerra.
Pero esa noche, los exóticos cuatro integrantes del grupo Piknik no se habían calzado aún sus trajes con reminiscencias zaristas. La sala principal del centro comercial Crocus City Hall, con capacidad para 7.300 espectadores, empezaba a poblarse y, afuera, había largas filas de fanáticos de la aquilatada banda reconocida por su fusión de art rock, progresivo y ruso tradicional, formada en 1987 por admiradores de la novela rupturista Roadside Picnic. La noche se cerraba sobre Krasnogorsk, a orillas del río Moscova.
De pronto apareció cerca de media docena de individuos vestidos con ropa de fajina militar, calzados hasta los dientes con armas automáticas, bombas incendiarias y granadas. Caos, terror, estampida, sangre, fuego. La balacera fue atroz, dentro y fuera de la sala. El incendio afectó un área de casi 13.000 metros cuadrados. Los atacantes fueron repelidos de inmediato, pero se dieron a la fuga. Salvo uno que habría sido reducido de inmediato y otro que fue atrapado en el bosque aledaño. Ese mismo viernes 22, el Estado Islámico del Gran Jorasán (ISIS-K) se atribuyó el feroz ataque.

Teorías conspirativas
Horas después, Moscú advirtió sobre la captura de once milicianos, ciudadanos de Tayikistán (un país de Asia Central en el que viven cerca de 10 millones de habitantes), implicados en el atentado. Hizo foco en cuatro como autores materiales de las matanzas. Un dato adicional: las detenciones se produjeron en inmediaciones de la frontera con Ucrania. Putin fue al hueso: «Se les había preparado una ventana para que pudieran cruzar». La inquina hacia el Gobierno de Kiev es clara. Incluso en Telegram se divulgó la versión respecto que cada uno había sido contratado a cambio de 5.500 dólares o bien medio millón de rublos. 
En realidad casi no se discute la autoría fáctica de la matanza: fueron los tayicos. La discusión pasa por la autoría intelectual. La sobreactuada cautela oficial por el tenor de las investigaciones se enfrentó al relato siempre sospechoso de las principales cadenas occidentales. No debería llamar a sorpresa que la OTAN, mediante su frente mediático, bata el parche de un nuevo foco de conflicto para Rusia, esta vez en Asia Central, una región políticamente muy compleja. Tampoco la reacción a coro sobre que el atentado expuso las vulnerabilidades del régimen de Putin.
De tal modo, la trama se convierte en un intrincado laberinto. El jefe del Comité de Defensa de la Duma (Parlamento ruso), Andréi Kartapólov respaldó la teoría de Putin, claro. Incluso Margarita Simonian, vocera de la agencia rusa Rossiya Segodnya, advirtió que «los autores materiales fueron elegidos de tal modo que pudieran convencer a la comunidad internacional de que fue ISIS» en alguna de sus variantes. En este caso el Estado Islámico del Gran Jorasán (ISIS-K).
Moscú había desnudado sus inquietudes por los movimientos del ISIS hace solo dos semanas, al informar que había desmembrado un atentado contra una sinagoga. Ya durante los primeros días de 2023 hubo una embestida de ISIS-K a la embajada rusa en Kabul, Afganistán. Los islamistas apuntan hacia el Kremlin por las guerras de Afganistán y Chechenia, así como los ataques a Siria. Lo consideran a Putin como un enemigo de la fe musulmana. Además, una versión insistente se refiere a la advertencia que los servicios de inteligencia de EE.UU. habrían lanzado al Gobierno ruso, basados en un sospechoso y significativo tránsito por Estambul de parte de un grupo de combatientes de Tayikistán, pertenecientes al ilegal Partido del Renacimiento Islámico tayico. Completa la especie que la propia embajada de EE.UU. en Moscú habría convocado a sus conciudadanos a evitar exhibirse en reuniones multitudinarias. Por ejemplo, conciertos.

Dolor. Ofrendas florales en memoria de las víctimas, fuera de la sala donde ocurrió la masacre.

Foto: NA

Contragolpes
Poco después del atentado, el ISIS-K se adjudicó la autoría del episodio. El Gran Jorasán es una región de mayoría de población musulmana, que incluye a Irán, Afganistán, Tayikistán, Turkmenistán y Uzbekistán: muchos de esos focos de insurgencia tienen la huella non santa de los EE.UU., un apoyo que viene desde tiempos soviéticos, y más aún después, durante la administración de Barack Obama. Aunque, paradójicamente, no fuera así durante la era Donald Trump. 
Una información que los medios europeos propalaron dice que el detenido en el bosque de Krasnogorsk no hablaba una palabra de ruso y que en idioma tayiko confesó que se llama Khargunysham Sedin, y que nació hace 25 años en Dusambé, capital de Tayikistán. Otro aspecto que se aventó es que últimamente se intensificaron las medidas de seguridad con redadas casi diarias, registros, detenciones, expulsiones de emigrantes tayikos, aun cuando su mano de obra influye significativamente en las economías regionales; en especial, en la rusa. 
En marzo de 2022, poco después del comienzo de la guerra, la oficina en Dusanbé –capital de Tayikistán– de la agencia de noticias Sputnik denunció que embajadas ucranianas estaban reclutando mercenarios en ese país asiático, así como en otras naciones cercanas. El actual Gobierno tayico es aliado de Moscú. Su presidente, Emomalí Rajmón, fue uno de los primeros en condenar el ataque terrorista.
De todos modos, tener que exhibir casi un centenar y medio de muertos resultó un trago amargo para quien recibió un colosal apoyo popular pocos días antes. Putin, un hábil político, contratacó pocas horas después del atentado: «Rusia ha pasado repetidamente por pruebas difíciles, a veces insoportables, pero siempre se ha vuelto aún más fuerte. Y así será ahora».

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