Mundo | CLAUDIA SCHEINBAUM

México con la frente en alto

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Manuel Alfieri

La primera presidenta mujer del país no le teme a las amenazas de Trump y defiende su agenda progresista. Perfil de una dirigente que se proyecta como líder de la región.

Conferencia. Discurso de la mandataria en el Palacio Nacional (Ciudad de México), a fines de febrero de este año.

Foto: NA

Mientras otros agachan la cabeza, le rinden pleitesía y obediencia, aplauden cualquiera de sus bravuconadas o cambian bruscamente sus posiciones solamente para conseguir una selfie con él, hay una mujer que, sin grandes estridencias, se le planta de frente y le habla como lo que es: un par. Claudia Sheinbaum, presidenta de México desde hace seis meses, fue una de las pocas líderes internacionales que tuvo el coraje de ponerle un freno a las reiteradas amenazas del siempre polémico Donald Trump, quien en su regreso a la Casa Blanca parece decidido a jugar incluso más fuerte que en su primer mandato. 

Aunque el final de la película es conocido y provisoriamente «feliz» –él la describió como una «mujer maravillosa» y ella le agradeció por el «trato respetuoso»–, el vínculo entre Sheinbaum y Trump no había empezado nada bien. Todo se remonta a febrero, cuando el magnate estadounidense anunció su política proteccionista de «aranceles para todos» y generó un conflicto comercial con medio mundo. A los productos mexicanos, puntualmente, les aplicaría un impuesto del 25%, lo que significaba un verdadero mazazo para el país azteca, que tiene en EE.UU. a su principal socio comercial y al que destina el 80% de sus exportaciones. ¿La excusa? Una suerte de «castigo» por la supuesta inacción del Gobierno de Sheinbaum en el combate al narcotráfico y el control de la frontera que divide ambos territorios. Trump incluso habló de una «alianza intolerable» entre el crimen organizado y las autoridades mexicanas, y declaró como «organizaciones terroristas» a seis bandas narco.

Desde Ciudad de México, Sheinbaum rechazó categóricamente las acusaciones y «cualquier intención injerencista». En ese sentido, aseguró que si EE.UU. quería atender el problema de consumo de drogas debía también «combatir la venta de estupefacientes en las calles de sus principales ciudades». Advirtió, además, que la imposición de aranceles perjudicaría a ambos países, puesto que aumentaría los precios para los estadounidenses e impactaría negativamente en la generación de empleo a los dos lados de la frontera. Pese a eso, prometió que, en caso de que Trump sostuviera su decisión, ella también tomaría «medidas arancelarias y no arancelarias». «México negocia con la frente en alto», remató. Mientras Sheinbaum respondía con ese nivel de firmeza, otros mandatarios hacían piruetas discursivas para congraciarse con Trump: el ejemplo más grotesco de sometimiento lo dio por esos días el presidente argentino Javier Milei, con su cambio total de postura respecto de la guerra en Ucrania.

Acostumbrado a infundir temor y archiconocido por su misoginia en sangre, Trump parece ser esa clase de dirigente político matón que siente respeto por los adversarios que no se dejan pisotear, que lo enfrentan y muestran capacidad de liderazgo. De hecho, la actitud de Sheinbaum no provocó una escalada del conflicto, sino su momentánea desactivación. A pesar de las notorias diferencias ideológicas y de estilo, ambos dialogaron por teléfono –en inglés, sin traductores de por medio– y llegaron a un acuerdo: suspender la imposición de aranceles al menos hasta abril. «Nuestra conversación ha sido muy buena y estamos trabajando juntos en la frontera», afirmó Trump, en referencia al compromiso de Sheinbaum de enviar unos 10.000 guardias nacionales a la zona limítrofe para contener el tráfico de drogas. Esa decisión suscitó el comentario de «mujer maravillosa».

Tiempo de diálogo
La presidenta mexicana comunicó a su pueblo los detalles de la charla con su par estadounidense en un gran acto en el Zócalo, organizado inicialmente para anunciar las medidas que se tomarían ante la ofensiva de la Casa Blanca y hacer una espectacular demostración de apoyo popular. Sin embargo, el tono y el contenido del evento cambiaron después de la charla entre Sheinbaum y Trump: de acto confrontativo pasó a festejo de triunfo político. Ante unas 350.000 personas, la sucesora de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se mostró agradecida por la «voluntad de diálogo» que encontró al otro lado de la línea telefónica y expresó su confianza en que la decisión de no imponer aranceles mutuos –o lo que es lo mismo: que se mantenga intacto el tratado de libre comercio que ambos países comparten con Canadá– podrá perdurar en el tiempo. El tono moderado, habitual en ella, no le impidió recordar que su país «no puede ceder» independencia, ni «resultar afectado» por «decisiones que tomen Gobiernos o hegemonías extranjeras». También rechazó cualquier plan de EE.UU. de realizar operativos de seguridad en territorio mexicano: primero la soberanía; después todo lo demás. «A México se lo respeta», concluyó.

El discurso de Sheinbaum en el Zócalo la pinta de cuerpo entero como líder: sí al diálogo, a los consensos, a la negociación; no a la sumisión, ni la entrega. Conducción firme con un rumbo claro. Política pura, sin histrionismos y con «cabeza fría», como ella misma dice. En la inevitable comparación con AMLO, se caracteriza por ser más cautelosa en la palabra y menos propensa a la confrontación: la moderación está en su ADN político. Es menos carismática y más seria, también, y por eso propios y extraños suelen llamarla «dama de hielo».

Sheinbaum –62 años, física de profesión– no reniega de ese alias ni de ese perfil, que supo cultivar a lo largo de toda su carrera: tanto ahora como presidenta, como cuando daba sus primeros pasos en la juventud del Partido de la Revolución Democrática (PRD). Sus investigaciones sobre temas ambientales la acercaron al Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) de AMLO, de quien se convirtió rápidamente en estrecha colaboradora. Fue él quien la catapultó a los escenarios principales de la política: primero como secretaria de Medio Ambiente del Distrito Federal, luego como primera jefa de Gobierno de la Ciudad de México y, finalmente, como su sucesora en el Palacio Nacional.

A la presidencia llegó en 2024 con casi el 60% de los votos y hoy conserva una imagen positiva de entre el 80% y el 85%. Ese nivel de respaldo es lo que le da margen de maniobra ante cada desafío. Hace unos días, un periodista le preguntó si le tenía miedo a Trump. «¿Cómo le voy a tener miedo? Si estamos juntos, el pueblo y el Gobierno somos uno solo», respondió.

Legado. Scheinbaum y López Obrador en el acto de cambio de mandato, el 1 de octubre de 2024.

Foto: Getty Images

Cabeza fría
El gran apoyo popular se explica principalmente por las políticas que Sheinbaum mantiene de la gestión de AMLO –austeridad republicana, programas de reducción de la pobreza, mejor acceso a la educación y salud–, pero también por las que se encuentra implementando en este mandato para profundizar el cambio iniciado en el sexenio anterior. Entre ellas, se destacan dos cuestiones distintivas de su gestión. Primero, un programa de defensa de las mujeres en situación de vulnerabilidad, que incluye pensiones especiales, la construcción de 200 centros de cuidados infantiles para madres trabajadoras, y distintas iniciativas para combatir la violencia de género.

Segundo, un cambio en la política de seguridad: aunque sin cuestionarlo, Sheinbaum parece haber dejado atrás el lema «abrazos, no balazos» de AMLO (más centrado en las causas de la violencia y el delito) para poner en marcha un enfoque más duro y mediático, que derivó en numerosas detenciones de jefes narco, incautaciones de drogas y desmantelamiento de laboratorios clandestinos. Para ello puso al frente de la Secretaría de Seguridad a un expolicía e hijo de militares, Omar Harfuch.

Por ahora, esa estrategia le está dando mejores resultados que a su antecesor: los homicidios bajaron un 16% a nivel nacional. De paso, mantiene momentáneamente tranquilo al impredecible Trump, que siempre mira con preocupación la situación de seguridad en la frontera con México.

Sin embargo, el futuro de la relación bilateral estará mucho más claro a partir del 2 de abril. Según la Casa Blanca, ese día impondrá aranceles del 25% sobre el aluminio y el acero a varios países, incluido México. Estará por verse si solo se trata de una nueva amenaza o si finalmente hay algo de realidad. Sheinbaum ya avisó que esperará al próximo movimiento de EE.UU. para ver qué definición tomará. Como siempre, con la cabeza fría y la frente en alto.

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