31 de julio de 2025
El analista político advierte sobre el avance de las ideas reaccionarias en Alemania y de cómo crecieron los discursos de odio contra los migrantes. Paralelismos con la situación en América Latina.

La historia parece repetirse. Como en tiempos de las dictaduras latinoamericanas, nuevas generaciones emigran buscando refugio de Gobiernos autoritarios y crisis económicas, y se topan con otra amenaza: el avance de la ultraderecha en Europa. Desde Berlín, Raúl Gil Benito observa este fenómeno con una mirada afinada por su variada experiencia: es analista político; referente de la organización La Red, que acompaña a inmigrantes a insertarse; y co-conductor de El tercer voto, uno de los pocos podcasts que siguen en español la política alemana.
Desde esa mirada completa y compleja, Gil Benito advierte sobre el creciente discurso de odio hacia los migrantes y traza paralelismos con lo que ocurre en Latinoamérica. Reflexiona sobre el deterioro de la cultura de bienvenida alemana, el idioma como barrera invisible y los riesgos de mirar para otro lado. Y da claves para evitar un escenario peor, antes de que sea demasiado tarde.
–Desde su trabajo como consultor y también desde La Red, ¿qué efectos del avance de la derecha ve en las comunidades migrantes?
–Creo que hay bastante miedo y desesperanza. Mucha gente habla de tener las maletas hechas. El tema es que hay muy pocos países donde se pueda ir. En Alemania hemos pasado en muy poco tiempo de estar hablando de cuántos cientos de miles de trabajadores extranjeros necesitábamos para que la economía nacional funcionase, a hablar solo de deportar migrantes. No solo la AfD (Alternativa para Alemania), que es la ultraderecha, sino también partidos democráticos como la CDU (Unión Demócrata Cristiana de Alemania), que ganó las elecciones. Dijeron abiertamente que su política migratoria se basa en restringir, deportar y muchas medidas que son contrarias a las leyes de la Unión Europea, a los derechos humanos y a instituciones tan importantes en Alemania como la Iglesia Católica y la Evangélica. Se está legitimando el racismo y la discriminación. Creo además que está muy deteriorada esa cultura de bienvenida alemana de los 60 y 70, cuando vinieron los Gastarbeiter (trabajadores invitados) turcos, italianos, griegos, españoles, y contribuyeron a refundar la economía nacional después de la guerra. Hoy el mensaje de la política y los medios es que no venga nadie.
–¿Se ve más discriminación? Y, en ese caso, ¿se debe a que había subregistro y ahora hay conciencia de que existe, o a que realmente está aumentando?
–Hay un empoderamiento mayor para denunciar, pero también ha aumentado muchísimo la discriminación, según el último informe anual que publicó hace unos meses la Antidiskriminierungsstelle (Agencia Federal Antidiscriminación). El racismo es la principal forma. Alguien que trabaja en una agencia pública que lleva profesionales internacionales a Turingia me contó que estos no quieren ir porque ahí ganó la AfD y en su peor versión, la de su líder más radical, Björn Höcke. Y que las empresas alemanas le dicen que no quieren trabajadores de países árabes o africanos, porque entonces los alemanes «se les van de la empresa». Desde La Red enviamos emails a compañías de Brandeburgo para ver si querían participar en talleres de diversidad, y recibimos muchas respuestas de sus directores diciendo que esos talleres se tienen que cerrar, que ojalá la AfD gane y que los migrantes se tengan que ir. No estoy hablando de trols en redes sociales, sino de gente con firma.
–¿Cómo se explica eso?
–Me parece que aquí siempre ha habido un racismo latente. Es una generalización que es muy fea de hacer, pero creo que en general los alemanes no están preparados para convivir con otras culturas. Aparte de los factores clásicos de crisis de representación, crisis económica y el este alemán perjudicado, hay una contraidentidad derechista, que es la que los jóvenes del este toman cuando gritan ¡Ostdeutschland! (¡Alemania del Este!). Quieren decir: «Somos un país diferente y aquí no cabes tú».
–La comunidad latinoamericana, ¿sufre una discriminación distinta a la de otras comunidades?
–Aquí hay una diferencia entre las personas con pasaporte europeo y las que no. Las que no, están sometidas a un sistema de visados obsoleto que actúa como barrera para la atracción de talento internacional. Otro obstáculo es el sistema de reconocimiento de títulos para ciertas profesiones, que es costoso y puede durar años. Luego hay una discriminación por el color de piel o rasgos diferentes. Y, además, el alemán se usa para excluir. Es un idioma muy difícil de aprender, y una especie de fetiche aquí. Se dice todo el rato: «Ah, qué bien hablas» o «Tienes que mejorar». En países de habla inglesa, nadie te está hablando de tu nivel de inglés: te comunicas y punto. Aquí no, y se usa para excluir en muchas ofertas de empleo. En ese contexto, las comunidades latinoamericanas son de las más politizadas, con más lugares para el activismo, como la Asamblea Migrante o el Bloque Latinoamericano. La gente es consciente de que para combatir todo lo que está ocurriendo, la solución es juntarse y luchar. Pensaba en el lema de El Eternauta: «Nadie se salva solo».
–¿Encuentra alguna similitud entre los movimientos de derecha en Latinoamérica y en Europa?
–La ultraderecha del mundo está conectada. No sé quién en España le puso el nombre de «La Internacional Reaccionaria». Están aprendiendo entre ellos y siguen las mismas tácticas. Una es la provocación: decir todas las burradas que se te puedan ocurrir para ocupar el espacio político mediático con ellas y que se debata sobre eso y no sobre otras cosas. También basan su estrategia en dividir. En Alemania, entre las personas supuestamente alemanas y las que no lo serían. En Argentina, entre peronistas y antiperonistas. Hace poco estuve un mes en Argentina y vi los resultados de la política de Milei: más gente que nunca durmiendo en la calle, los precios disparados, la gente trabajando sin poder llegar a fin de mes, los medicamentos imposibles de comprar. Entonces es una situación muy complicada y, como pasó en la época de las dictaduras, ahora están viniendo nuevas generaciones de gente que huye de eso, y se lo encuentran aquí. Es fuerte porque hay también esa historia de luchar desde Alemania contra lo que está pasando en tu país, porque no te puedes olvidar. La gente que viene tan politizada sigue conectada a su país. Los que no, se desconectan enseguida porque mentalmente también es mucho mejor, porque no puedes estar politizado en dos países a la vez. Y al final ellos lo están haciendo, entonces imaginen el caos y la frustración que puede ser eso. Pero es una manera también de estar empoderado, de decir «Lucho aquí contra la ultraderecha y para que mi país en algún momento pueda volver también», ¿no?

–¿Cree que el Gobierno alemán podría tomar medidas de persecución de inmigrantes como está pasando en los Estados Unidos?
–Hasta hace un año te habría respondido que no, pero ya no puedo decir que no a nada. El acuerdo de coalición entre la CDU y el SPD (Partido Socialdemócrata de Alemania) tiene una política migratoria muy parecida a las dos resoluciones que la CDU presentó antes de las elecciones (para endurecer controles fronterizos y acelerar expulsiones) y que tuvo el apoyo de AfD. Una de ellas ni siquiera salió, porque a la segunda se arrepintieron varios diputados de la CDU y del FDP (Partido Democrático Libre), pero esas ideas llevaron a millones de personas a la calle en Alemania. No creo que acá estemos cerca de que haya persecuciones a migrantes, pero sí puede pasar en algún momento. Tenemos que estar preparados para todo. Este país tiene la última oportunidad para evitar un gobierno de AfD en las siguientes elecciones.
–¿Cómo?
–Activando la economía, que lleva tres años sin crecer. Para eso necesita tres cosas. Una es más trabajadores, innovación y cambiar la burocracia. Otra es sacar de la agenda política el tema migratorio, que solo genera más votantes a la ultraderecha. Y la tercera es repartir los recursos porque, cuando hay pocos, la ultraderecha azuza el odio del penúltimo contra el último. Ha obtenido votos de las comunidades turcas diciendo que vienen los sirios a quitarles los recursos. Si el Estado generase los recursos suficientes para que no hubiera esa competencia, no pasaría. ¿Por qué Javier Milei obtuvo el apoyo en las villas? Porque mucha gente dijo: «Estoy tan desesperado, que voy a probar cualquier cosa». Y en ese probar cualquier cosa está esto.
–¿Cree que Latinoamérica está funcionando como laboratorio para esas ideas de extrema derecha?
–El primer laboratorio es Estados Unidos. De hecho en el primer Gobierno de Trump no fue tan evidente, pero en esta sí lo es. Joseph Stiglitz dijo en El País que «el wokismo fue demasiado lejos». ¿Cómo «demasiado lejos», querido? ¿Demasiado lejos es defender los derechos de las minorías? Entiendo lo que quiere decir pero, diciendo eso, está justificando, ¿no? La mitad de las cosas que hacen es para ver cómo reacciona la gente. El tema de los jubilados en la Argentina: les quitas su poder adquisitivo y su dignidad como sujetos de derechos, les apaleas… ¿Qué más puedes hacer? Lo siguiente es ir a unas guarderías y pegar a niños. También tiene que ver con que la oposición es un desastre. En general, hay una parte de prueba para ver hasta dónde aguanta la gente, y otra parte de provocación estratégica y de que «No existe más la verdad, existe lo que yo digo». Entonces nos adherimos por voluntades, por emociones. «Este ha dicho esto y, como me cae bien, pues ya me vale». En Berlín me ha pasado de ir a una escuela de formación (profesional) y que la trabajadora social me diga: «Tengo profesores que hacen comentarios racistas». Ese es el contexto en el que estamos.
–Es muy llamativo igual, porque Alemania está en el medio del continente y fue siempre territorio de paso de muchas culturas…
–Se ha deteriorado tanto esa cultura alemana de bienvenida que ahora está permitido cualquier cosa. He oído dirigentes de la CDU decir que, por ejemplo, quien no sepa alemán no puede entrar al país. Frente a todo eso hay una parte de la sociedad que sí quiere defender una Alemania más diversa y democrática. A diferencia de España o Argentina, acá existe un cordón sanitario (por el cual partidos democráticos acuerdan no colaborar con fuerzas extremistas para aislarlas del poder) que es muy transversal, defendido hasta por gente de derechas y muy ligado al Nie wieder (Nunca más) después del nazismo. Ya se resquebrajó porque la CDU quiso aprobar con la AfD estas dos resoluciones, pero la respuesta en la calle fue grande. Creo que, si se rompe el cordón sanitario a nivel político, la sociedad alemana tendrá la fortaleza de salir a la calle y parar eso. Porque, de hecho, ya lo hizo. Alemania aún tiene una oportunidad para evitar un gobierno de AfD. Pero es la última.