Mundo | Una historia en desarrollo

Muerte en Manhattan

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Ricardo Ragendorfer

Adinerado y admirador de Unabomber, el presunto asesino del CEO de UnitedHealthcare fue detenido en un McDoland’s. Las claves de un crimen que denunció la crueldad del negocio de la salud en EE.UU.

Pensilvania. Luigi Mangione, acusado por el asesinato del CEO, es escoltado a un tribunal del Condado de Blair.

Foto: captura de pantalla.

La escena transcurría durante la mañana del 9 de diciembre en el McDonald’s de Altoona, una pequeña urbe al noreste de los Estados Unidos. Y tuvo por eje a un muchacho que comía un Big Mac en una mesa del fondo. 

Desde la línea de cajas, un empleado lo escrutaba de reojo, tironeado por una conjetura: ¿acaso era el prófugo cuyo paradero desvelaba por igual al FBI y al Departamento de Policía de Nueva York (NYPD)?

Es que el rostro de aquel cliente tenía cierta semejanza con el del hombre requerido por ambas fuerzas, de acuerdo a un fotograma granulado e impreciso, captado por una cámara de seguridad y profusamente difundido por la prensa. 

De modo que el empleado no dudó en llamar al 911. 

Al rato, se dejó caer allí el sheriff local, Derek Swope, acompañado por uno de sus hombres, el oficial Tryler Frye. 

Al ser abordado por ellos, el sospechoso esbozó una sonrisa amigable. 

Entonces, sin rodeos, Frye quiso saber: 

–¿Ha estado usted recientemente en Nueva York?

La respuesta fue un titubeo cargado de nerviosismo. 

Los policías se cruzaron las miradas al intuir que estaban ante el hombre más buscado en el país. 

Aquella corazonada se convirtió en certeza al encontrársele una «pistola fantasma» (como se les llama a las armas de fuego ensambladas con impresoras 3D) y una identificación falsa del estado de Nueva Jersey, la misma que, según informaciones obtenidas en la pesquisa, había utilizado el prófugo 15 días antes, al registrarse en un hostal de la Gran Manzana.

Su verdadero nombre era Luigi Nicholas Mangione, y tenía 26 años.  

En resumidas cuentas, era el sujeto que, al clarear el 5 de diciembre, se había cargado a Brian Thompson, el director ejecutivo de UnitedHealthcare, la firma aseguradora de salud más poderosa de Norteamérica.

Aquella ejecución –ocurrida cuando la víctima estaba por entrar al Hotel Hilton Midtown, de Manhattan, minutos antes de que comenzara allí el cónclave anual de sus inversores– tuvo, además de su impacto específico, derivaciones sorprendentes. Entre estas, haber puesto en relieve las trapisondas del negocio de la medicina prepaga en esa nación. Ello, a su vez supo desatar una oleada de júbilo y simpatía hacia el –hasta entonces– misterioso «justiciero», quien, por si fuera poco, desorientó durante cinco largos días tanto al FBI como al NYPD.  

El trasfondo de esta historia merece ser explorado. 

Un hombre bueno y generoso
Clareaba ese lunes en Manhattan cuando Thompson, trajeado de azul, avanzaba con tranco firme por la Calle 54, hacia la entrada del Hilton. 

En aquel instante –eran las 6:40 AM–, tras su paso, emergió una silueta encapuchada empuñando una pistola con silenciador, ya en posición de tiro, y le disparó en la espalda. Otro tiro le dio en una pierna. Y se desplomó sin vida.  

El agresor, con gélida parsimonia, puso entonces los pies en polvorosa. 

Aquella secuencia, debidamente registrada por una cámara callejera, fue luego vista por millones de televidentes una y otra vez. 

Es que los detectives del caso, a falta de otras pistas, habían depositado todas sus esperanzas de esclarecerlo en la «colaboración ciudadana».

Aunque (por varios días) en vano.

Los noticieros también emitían con insistencia una fotografía del finado; una sola, que lo mostraba con una sonrisa no exenta de cierta ferocidad, al igual que su mirada gris y penetrante. 

Su ficha biográfica es escueta, pero significativa: tenía 50 años, ingresos anuales que rozaban los 10 millones de dólares y una mansión en Maple Grove (Minnesota). Allí vivía con su esposa, Paulette, y dos hijos adolescentes.

A la pobre viuda le tembló la voz al describirlo como «un hombre bueno, increíblemente amoroso y generoso, que realmente vivió la vida al máximo».

Sin embargo, no todos pensaban así, ya que hubo quienes formaban fila para amenazarlo. 

El FBI pensaba que las animosidades hacia el bueno de Brian tenían que ver con su trabajo en UnitedHealthcare. 

Ocurre que esa aseguradora, así como otras del ramo, basa su crecimiento en el rechazo sistemático de tratamientos médicos para sus abonados, y sin otro propósito que reducir costos para así saciar su angurria financiera.

Pues bien, Mr. Thompson era en ese sentido muy despiadado. 

De hecho, los peritos de rastros descubrieron tres palabras grabadas en las capsulas servidas de las balas que acabaron con él: «Delay», «Deny», «Defender» (Retrasar, Denegar y Defenderse), que resumen semejante filosofía empresarial. 

También hay un ensayo sobre ello con ese mismo título, cuyo autor es un tal Jay Murray Feinman. 

¿Acaso es el libro de cabecera del joven Mangione? 

Nueva York. La policía local investiga la escena del crimen tras el atentado que acabó con la vida de Brian Thompson.

Foto: Getty Images

El ángel exterminador
Lo cierto es que la estrategia policíaca de obtener datos del ejecutor a través de informantes espontáneos tuvo un impedimento: la gran estima que generó en un vasto sector del espíritu público.

Mangione, cuando aún se desconocía su identidad, pasó a ser considerado el vengador de las víctimas del sistema prepago de salud. Un héroe enmascarado del siglo XXI. En las redes sociales se lo aplaudía a rabiar, mientras que, en las tiendas de indumentaria deportiva, las camperas oscuras con capucha, como las que él usó al liquidar a Thompson, se convertían en un éxito de ventas.  

En tanto, mediante el monitoreo de las cámaras de seguridad, la pesquisa reconstruyó parte de su repliegue, realizado con minuciosa sencillez a bordo de una bicicleta eléctrica con la cual atravesó la 6ª Avenida hasta hacerse humo en algún lugar del Central Park. 

La hipótesis del FBI lo describía como un sicario profesional conchabado en el marco de alguna interna corporativa. 

Pero la investigación estaba atascada en un punto muerto.

Ahora se sabe que Mangione pertenece a una adinerada familia de origen italiano asentada en Maryland. Y que concurrió a un costoso colegio privado de Baltimore, donde supo destacarse por su aplicación. Y que, luego, ingresó a la Universidad de Pensilvania, en la que obtuvo un diploma en ingeniería de Sistemas. Y qué era miembro de la hermandad Beta Kappa Nu, que reconoce la excelencia en saberes digitales. Y que era diestro en el diseño de videojuegos. Y que fue programador en True Car, una empresa informática con sede en California. 

Pero, en 2023, su existencia se desmadró. ¿Acaso se había volcado a las drogas o a otra variante de la mala vida? Nada de eso; el motivo de su derrumbe fue el dolor de espaldas causado por una espondilolistesis (la desalineación de la columna, cuyas vértebras inferiores, al desplazarse le mordían un nervio). Y los dolores eran infernales. 

En algún momento se operó. 

De hecho, en su cuenta de X subió una radiografía atroz de su columna, enderezada con tres enormes clavos.

Por entonces, Luigi se había establecido en Honolulu, antes de esfumarse. A partir de ese momento, sus familiares y amigos perdieron contacto con él. 

¿Es posible que tuviera algún disgusto con la prestación médica recibida?

Todo indica que la operación no fue satisfactoria, ya que su padecimiento habría continuado. Todo también indica que, en medio de tales circunstancias, su cosmovisión había dado un vuelco de 180 grados. 

Lo prueban ciertas citas de personalidades tan disímiles como Sócrates y Bruce Lee, que solía postear en las redes sociales. 

Pero si entre sus nuevos referentes hubo uno que llamaba la atención, ese fue Ted Kaczynski (a) «Unabomber», quien, entre 1978 y 1995, mitigó su odio a los avances tecnológicos sin escatimar atentados con explosivos. Mangione lo parafraseaba en demasía. 

El 18 de noviembre –dos semanas antes del asesinato de Thompson–, su madre, doña Kathleen, había denunciado su desaparición a la policía de San Francisco. 

Ahora, por lo menos, sabe que él está a buen resguardo.

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