23 de julio de 2014
La desintegración de la Unión Soviética en 1991 implicó el nacimiento de diversos países y la continuidad de Rusia como heredera «natural» de la gran potencia, tomando automáticamente su asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Los primeros años de la «nueva» Rusia fueron de reacomodamiento interno para poner en pie una estructura capitalista en un país donde no existía la burguesía como clase social. Es así que un sector de los antiguos jerarcas del Partido Comunista, conocedores del complejo entramado estatal, pudieron apoderarse de la estructura económica en provecho propio. Las relaciones internacionales quedaron, entonces, relegadas a la construcción de Rusia y a la guerra en Chechenia. 20 años después, y bajo la segunda presidencia de Vladimir Putin, Rusia se está reposicionando en el ámbito internacional. La reunión de los BRICS en Brasil y la gira de Putin por la región muestran la vocación de construir un mundo multipolar frente a Estados Unidos, la única superpotencia tras la «Guerra Fría». Durante su gira, Putin elogió a la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) y pidió una «estructura mundial nueva, más justa y policéntrica». Además, manifestó su apoyo al ingreso de Brasil al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, dijo que Argentina era su principal socio estratégico en América Latina en la ONU y en el G20, y condonó el 90% de la deuda cubana contraída en la era soviética. Si bien es cierto que Rusia hoy no tiene una continuidad ideológica con la Unión Soviética, la actual dirigencia comprende que América Latina es hoy la única región donde existe un cuestionamiento del orden mundial liderado por EE.UU. y secundado por la Unión Europea. En el gran juego de posiciones, a Rusia le conviene afianzar vínculos con los organismos regionales de América Latina donde EE.UU. no tiene injerencia, como CELAC y UNASUR. Resta por saber si le conviene a América Latina.