13 de diciembre de 2024
La caída del Gobierno de Al Assad marca el fin de una era y reaviva la disputa política y religiosa. Estados Unidos, Rusia y sus planes estratégicos. El papel de Turquía e Israel.
Damasco. Celebración tras la caída del régimen, este 9 de diciembre.
Foto: Getty Images
La vertiginosa caída del Gobierno sirio de Bashar al Assad abre un período de transformaciones impredecibles en una región estratégicamente clave y en un tiempo de cambios históricos marcado por la violencia, la ruptura de pactos, pero también de nuevas asociaciones y valores.
La derrota de Bashar al Assad (panarabista y laico en una zona donde la religión es un componente estructural) es la clausura definitiva de un ciclo nodal del siglo XX que se inició con el fin del imperio otomano (turco) y la repartija colonialista del llamado Medio Oriente entre británicos y franceses durante la Primera Guerra Mundial. Ese ciclo perduró durante la Guerra Fría y el posterior momento unipolar del imperio estadounidense. Ahora se hunde en las arenas movedizas de una era aún en gestación.
La inesperada conquista de Siria fue encabezada por la milicia islámica Hayyaat Tahrir Al-Sham (HTS: un desprendimiento de la facción terrorista Al Qaeda), liderada por Abu Mohammed Al Golani (42), un combatiente que, hasta hace días, tenía orden de captura en Estados Unidos (por su cabeza se ofrecía 10 millones de dólares), pero que la prensa estadunidense ha dejado de llamar «terrorista» para considerarlo amigablemente un «opositor al régimen de Assad».
«Es una nueva historia para la región. Vamos a dibujar juntos la imagen de la victoria de la revolución más grande de la historia. No habrá más guerras», dijo pomposamente Al Golani en la emblemática mezquita de los Omeyas de Damasco. El verdadero nombre de Al Golani es Ahmed al Charaa. Su base era la provincia siria de Idlib, donde había fundado un «Gobierno de salvación».
Al Assad y su familia recibieron asilo en Moscú. El Kremlin ha sido un importante aliado del exgobernante sirio. Sin el apoyo de Rusia (incluyendo el grupo paramilitar Wagner) y de Irán, Al Assad no hubiera podido evitar la toma de Damasco por parte del grupo islámico ISIS (2015 y 2016), ni sobrevivido a diez años de sanciones occidentales (la «Ley César» impuesta por EE.UU.), a la asfixia económica, a la ocupación territorial por parte de tropas regulares e irregulares extranjeras y a una guerra civil por delegación.
Jugadores de peso
Está claro que, con la guerra en Ucrania en una etapa decisiva, el presidente ruso Vladimir Putin decidió mantener el foco en lo que es su batalla principal. «No podemos ser más sirios que los sirios», aseguró Putin abriendo uno de los muchos interrogantes que por estas horas rodean los acontecimientos en Siria, por ejemplo, por qué se mantuvo pasivo el ejército supuestamente leal a Al Assad.
Igual que para todos los jugadores globales, para Rusia, Siria es estratégica. Tiene dos bases, un aérea en Latakia y otra naval en el puerto de Tartus, en el Mediterráneo. Según informó el Kremlin, están en contacto con la nueva dirigencia siria «cuyos líderes garantizaron la seguridad de las bases militares rusas y las legaciones diplomáticas».
En cuanto a China, que gradualmente venía ampliando su influencia diplomática en Oriente Medio (posibilitó el restablecimiento de lazos entre dos rivales históricos: Irán y Arabia Saudita) y veía la región no solo como un ámbito de expansión de su Ruta de la Seda sino como un extraordinario puente hacia Africa, adoptó un clásico perfil bajo. Los cambios en el tablero político de esta zona, claramente, no la benefician, pero, fiel a su estilo, ha decidido esperar.
Los duelistas: Biden y Trump
La prensa dominante en Occidente aprovecha la coyuntura para refutar el discurso que subraya el gradual ocaso del imperio estadounidense. Es conocida la implicación de EE.UU. en la creación y empoderamiento de los grupos jihadistas violentos, desde Bin Laden en Pakistán durante la Guerra Fría hasta ISIS en el siglo XXI. ¿Es HTS una herramienta del gran juego desestabilizador del imperio? ¿Es parte de un plan?
Los medios de comunicación –sobre todo las redes– se han encargado de remarcar la supuesta invencibilidad del imperio reflotando un video del general estadounidense Wesley Clark, antiguo jefe de la OTAN. «Vamos a acabar con siete países en cinco años, empezando por Irak, y luego Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán y, para terminar, Irán», alardeaba. De los siete países mencionados solo falta Irán, que es, sin duda (al menos hasta ahora) uno de los «perdedores» del nuevo contexto.
Rebelde. Abu Mohammed Al Golani lidera el grupo Hayyaat Tahrir Al-Sham, un desprendimiento de la facción terrorista Al Qaeda.
A 40 días del recambio en la Casa Blanca, el tsunami sirio también mostró el quiebre profundo de los poderes en ese país. Joseph Biden –de salida– aprovechó para llevar agua para su molino: se arrogó el éxito, no solo de la caída de Al Assad («ha sido posible directamente por el apoyo incondicional de EE.UU.»), sino de la –según él– decadencia de Rusia e Irán. «En la última semana siria se desplomó porque Rusia, Irán y Hezbollah son mucho más débiles hoy de lo que eran cuando asumí el cargo».
El presidente electo Donald Trump dejó, en cambio, algunas señales. Primero desde Francia, donde estuvo invitado a la reapertura de la catedral de Notre Dame, insistió con una salida pacífica para Ucrania y afirmó que Washington no debería inmiscuirse con la situación en Siria. «Esta no es nuestra lucha. Dejemos que (la situación) se desarrolle. No se involucren», escribió en su plataforma Truth Social el pasado 8 de diciembre.
Sin embargo, al instinto «aislacionista» le siguió el típico pragmatismo trumpista y se refirió, con mucho respeto, «a Vladímir» además de aludir a una posible salida tripolar. «No había ninguna razón para que Rusia estuviera en Siria, en primer lugar. Perdieron todo interés en Siria debido a Ucrania, una guerra que nunca debió haber empezado y que podría durar para siempre. Conozco bien a Vladímir. Este es su momento de actuar. China puede ayudar. ¡El mundo está esperando!», escribió.
Perdedores y ganadores
Para los palestinos, el derrumbe del Gobierno de Al Assad profundiza aún más su tragedia. Quienes han tomado el poder en Siria no se han pronunciado nunca en solidaridad con Palestina y el llamado «eje de la resistencia» ha quedado dramáticamente debilitado. Las rutas de aprovisionamiento de Hezbollah quedaron cortadas y en la misma línea, Irán –el otro gran perdedor– pierde su acceso terrestre al Líbano a través de Siria.
Este 2024 los principales aliados palestinos, Irán y las milicias de Hezbollah, fueron duramente atacados por Israel. Solo por nombrar los más significativos: en abril, Tel Aviv bombardeó el consulado iraní en Damasco, luego mató a un importante líder de Hamas (Ismail Haniya) en Teherán, descabezó a Hezbollah asesinando a sus principales líderes y poco después invadió el Líbano.
Los ganadores son sin dudas Israel y Turquía. Israel ya ha comenzado su expansión a Siria. Mientras sus tropas se internaban en territorio de ese país, desde la zona en disputa conocida como Alturas del Golán, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, se dejaba filmar, en un video para las redes, celebrando el «día histórico en que hemos infligido una derrota a Irán y Hezbollah». Es muy probable que Israel intensifique su operación en Gaza y Cisjordania y que varios emprendedores inmobiliarios ya estén haciendo planes para construir grandes complejos turísticos frente al Mar Mediterráneo en tierra palestina.
Finalmente, Turquía, que tienen lazos con las milicias islámicas actualmente en el Gobierno de Siria, puede ver cumplido su sueño de convertirse en la potencia dominante regional. Su conflicto con el pueblo kurdo será uno de los obstáculos que deberá enfrentar a largo plazo. Aunque hoy, a la velocidad que suceden los acontecimientos, ese podría ser el próximo capítulo de la reconfiguración que sufre esa región.