Mundo | TURQUÍA Y SIRIA

Tragedia sobre tragedia

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Ricardo Gotta

Los devastadores terremotos afectan a dos pueblos que, con diferente gravedad, ya padecían serios flagelos económicos y sociales. El drama humanitario.

Desastre. Edificios destruidos tras los sismos que impactaron en Jindires, provincia de Alepo, Siria, en guerra desde hace 12 años.

Foto: Sayed/AFP/Dachary

Dormía Gaziantep, su millón y pico de habitantes, a casi 400 kilómetros de la frontera turca con Siria, a más de 700 de Ankara, a 1.100 de Estambul. La temperatura rondaba el grado bajo cero. El silencio dominaba la sexta ciudad de Turquía. Nadie visitaba el Museo Mosaico de Zeugma, el más grande del planeta. Nadie degustaba la sabrosa baklava. Región clave en la guerra de la Independencia previa a la instauración de la República, que en octubre celebrará su primer siglo.
Dormía Gaziantep, el lunes 6. Hasta las 4:17 en que un temblor desmedido sacudió todo. Interrumpió el sueño, también muchas vidas. En 32 segundos estalló un terremoto de magnitud 7,6 (escala Ritcher) con epicentro a 34 kilómetros al oeste. A los 11 minutos hubo una réplica de magnitud 6,7.
Miles de edificaciones se derrumbaron como si fueran de papel. Incluso un castillo de 2000 años. No solo en la región, sino en otros 14 países, como Israel (a 1.100 kilómetros), Líbano, Chipre y la costa del Mar Negro. Aún el mundo entero no había salido de su estupor, aún no se habían declarado diez provincias turcas como zona de desastre; los hospitales recién comenzaban a desbordarse y el terror se encendía en cada una de las réplicas (habría un millar) y a las 13:24 otro sismo, con su núcleo a 80 kilómetros al norte, magnitud 7,6, multiplicó dramas, terror, muertos y damnificados en cifras que da espanto mensurar.
Al cierre de esta crónica, los fallecidos se contaban por más de 34.000. Las últimas cifras oficiales (29.605 en Turquía y 4.574 en Siria) son relativas ya que los desaparecidos suman decenas de miles y a una semana de los terremotos, se siguen buscando sobrevivientes bajo los escombros, a conciencia de que la remoción puede durar largos meses. La OMS estimó que unas 23 millones de personas o más resultaron afectadas.
El 27 de diciembre de 1939, 618 kilómetros al norte, en Erzincan, también de madrugada, pero en verano, un terremoto 7,8 provocó 32.968 muertos y más de 100.000 heridos. Era el mayor desastre en una de las zonas sísmicas más activas del mundo, la falla de Anatolia del Norte, serie de placas tectónicas que se desplazan hacia el Mediterráneo: una teoría augura que en 50 millones de años el mar será sustituido por una cadena de montañas. Pero los sufrimientos son actuales: en 1999 hubo un sismo (7,4, con 17.000 víctimas); otro en 2011 (700 muertos) y uno más en 2020 (26).
Esta vez fueron dos en uno. Devastador.

Dos realidades
Turquía se llevó la peor parte en cuanto a número de víctimas fatales, pero las penurias en las regiones más afectadas del norte de Siria se intensifican con la crítica situación política. Lo resume Francisco Otero y Villar, coordinador de Médicos Sin Fronteras: «Imagínese vivir 12 años en guerra, con ataques y bombardeos diarios. Y ahora, este terremoto devastador». Otras frases de rescatistas de los organismos internacionales son igual de demoledoras. Desde antes del terremoto, es una de los regiones en el mundo con mayor número de desplazados (Acnur estima en 5,6 millones), graves dificultades económicas, crisis alimenticia y sanitaria. El 80% de la población se halla en la pobreza y según la OMS el 52% del servicio médico está paralizado. Encima, les llegó el doble sismo.
Bashar Háfez al-Ássad es el presidente desde julio de 2000 tras suceder a su padre, homónimo. Pero su gobierno no controla vastas regiones del norte, como por caso, la provincia de Idlib, en manos de los kurdos. Isis y otros grupos rebeldes tienen gran injerencia en la zona y algunas localidades, como Jindires, en la provincia de Alepo, responden al gobierno turco, que intervino con tropas «por prevención» en la operación Escudo del Éufrates. Desde hace años, Occidente responde con la implementación de férreas sanciones que, como suele suceder, acaban pagando los sectores más vulnerables.
Ciertamente no son tiempo de la «primavera árabe», pero de todos modos la región sigue en convulsión permanente. A tal punto que recién hace horas, cinco días después de desatarse la tragedia, al-Ássad pudo recorrer algunas ciudades afectadas. A la vez aprobó el envío de colaboración humanitaria a las zonas rebeldes, sin dejar de lanzar duras críticas a la ayuda internacional: «Dan prioridad a la política sobre un caso humanitario». Janez Lenarcic, de Ayuda en Catástrofes de la UE, desde Bruselas, respondió: «No hay nada que pueda impedir el envío de ayuda humanitaria».
En definitiva, un convoy que debía salir de Damasco el domingo fue pospuesto y a una semana de los terremotos, miles siguen aguardando con urgencia. El propio jefe de la misión de la ONU, Martin Griffiths dijo a última hora del domingo: «Le fallamos a la gente del noroeste de Siria. Tienen derecho a sentirse abandonados, esperando una ayuda internacional que no llegó».
El presidente turco tampoco es un novato. Recep Tayyip Erdogan llegó a primer ministro(2003/14) luego de fundar el Partido de la Justicia y Desarrollo, tras el descrédito que acumuló Bülent Ecevit (Izquierda Democrática) por su gestión ante el sismo del 99. Erdogan asumió como presidente el 28 de agosto de 2014: buscará otra reelección en mayo. Ya iban a ser comicios en entredicho antes del cataclismo: dificultades económicas, inflación mayor del 50%, muy bajo nivel salarial, aunque la tasa de desempleo actual (10,2%) bajó un 2,6% en dos años. Ahora le recordaron las innumerables advertencias de sismólogos sobre lo inevitable de nuevas tragedias. Incluso, aunque se puso al frente de las contingencias de inmediato, se le acusa de que demoró su llegada a los sitios más afectados por la destrucción de carreteras y aeropuertos deficientemente construidos.
Para colmo, la región soporta las rudas condiciones del invierno, que complican cualquier acción. De todos modos, se desencadenó una cascada solidaria. Muchos países y organizaciones dispusieron de ayuda en forma de equipos de búsqueda y rescate, incluidos perros rastreadores; misiones de asistencia sanitaria y de víveres, medicamentos y combustible. Es de esperarse que llegue antes de que solo quede tierra arrasada. También la Argentina decidió enviar «atención socio-sanitaria, contención psico-social postraumática y personal logístico», mediante Cascos Blancos.
Una contracara de la tragedia es la demostración de construcción de edificaciones por fuera de las normativas que el país había implantado ante la recurrencia trágica de estos fenómenos. Pero el propio vice turco, Fuat Oktay, informó que se emitieron 113 órdenes de arresto, la mayoría de ellas sobre constructores sospechosos de eliminar pilares para ganar espacio y dinero. La agencia de noticias estatal Anadolu, a su vez, reveló saqueos a edificios dañados y estafas a víctimas.
Mientras, se suceden episodios asombrosos. Como el de una niña turca que protegió con su cuerpo a su hermana pequeña y la salvó. O múltiples rescatados a los que se daba por muertos… O el caso de Burhan Cagdas, propietario de un restorán de Gaziantep que sirvió 4.000 comidas gratuitas al día al aire libre desde que se produjo la tragedia. «Fue como haber recibido una bomba atómica. Nuestro hogar no sufrió más que alguna avería menor. Molesta estar viviendo tan cómodo…», dijo.
Aya significa «milagro» en árabe. Así se llama la beba. Está rozagante, aun cuando la rescataron de entre los escombros de un edificio en Jindires, conectada al cordón umbilical de su madre muerta. Su padre, cuatro hermanos y una tía también murieron. Miles de personas se ofrecieron a adoptarla.