4 de junio de 2025
Los ataques del presidente a la más prestigiosa de las universidades del país ganan fuerza y amenazan con vulnerar derechos y libertades. Las claves de un conflicto inédito.

Cambridge. Apoyo estudiantil a la universidad en la última ceremonia de graduación, el 29 de mayo pasado.
Foto: Getty Images
Este 29 de mayo no solo vibraba en el aire una gran emoción. En la ceremonia de graduación de Harvard, se respiraba, además, orgullo por la resistencia; cierta convicción de que defender el prestigio de la famosa universidad era imprescindible, pero también había miedo e incertidumbre.
Es que en Estados Unidos hay una guerra cultural en marcha. En abril pasado, el Gobierno de Donald Trump, bajo amenaza de cancelar la financiación federal, exigió a las ocho universidades de excelencia que conforman la Ivy League no solo que modificaran los criterios de admisión de los estudiantes y la contratación de profesores, sino también que permitieran el control estatal de los planes de estudios y los proyectos de investigación.
Según la Casa Blanca, el objetivo para esta intromisión es eliminar las ideas contrarias a los valores estadounidenses, el «adoctrinamiento» académico y el «antisemitismo» expresado en las marchas propalestinas o las críticas al Gobierno de Benjamín Netanyahu por sus crímenes en Gaza.
Algunas universidades cedieron, pero Harvard no lo toleró. Alan Garber, presidente de la institución, denunció una campaña de persecución y dijo lo obvio: «Recortar fondos de investigación no solo daña a Harvard, también daña a EE.UU.». Uno de los pilares en que se basó el dominio hegemónico de ese país sobre el mundo y la enorme influencia de sus valores e ideas se deben, justamente, a la capacidad de atraer a las mentes más talentosas y formarlas.
Los economistas del neoliberalismo o los jueces del lawfare son apenas dos ejemplos –entre muchos‒ de cómo la academia norteamericana forma en grado y posgrado a extranjeros que, al volver a sus países, sirven a los intereses geopolíticos y económicos de Washington.
La resistencia de Harvard a sus dictados enfureció a Trump. «Es una institución antisemita y de extrema izquierda, al igual que muchas otras, donde se aceptan estudiantes de todo el mundo que quieren destrozar nuestro país», escribió el presidente en la red Truth Social.
Además de suspender contratos y subvenciones por unos 3.200 millones de dólares, el Gobierno busca implementar varias medidas restrictivas. El canciller Marco Rubio ordenó a todos los consulados estadounidenses no aceptar, por el momento, solicitudes de visa de estudiantes. También se contemplan acciones de dudosa legalidad, como la de revisar las redes sociales de los solicitantes y pedir a las universidades las grabaciones de las cámaras de seguridad de los últimos cinco años.

Con la educación, no. Pancartas durante una manifestación en rechazo a las medidas adoptadas por Trump, el 27 de mayo.
Foto: Getty Images
Certezas e ignorancia
En plena batalla, Harvard tuvo una buena noticia. El 29 de mayo, una jueza de Boston emitió una orden temporal que le impide al Gobierno bloquear la inscripción de estudiantes extranjeros. En el caso de esa universidad, se calcula que la medida afectaría a unos 6.800 alumnos de 140 países. En 2024, el 27% de los 22.000 estudiantes de esa institución eran extranjeros.
Ese mismo día, en el acto de graduación en el campus, el presidente de esa institución fue ovacionado por padres, estudiantes, profesores e invitados. Alan Garber, en lo que muchos interpretaron como una alusión al dogmatismo de Trump, dijo: «El mundo nos tienta con el pensamiento cómodo, esa forma de convencernos de que nuestras ideas siempre son correctas. Pero la certeza absoluta y la ignorancia voluntaria son las dos caras de una moneda sin valor. Mi esperanza es que se sientan cómodos estando incómodos. Que recuerden estas sillas plegables cada vez que crean haberlo entendido todo».
Todo el campus estaba adornado con banderas rojas, blancas y negras de Harvard con su lema: Veritas («verdad» en latín). Muchos de los presentes lucían broches o stickers que decían: «Sin nuestros estudiantes internacionales, Harvard no es Harvard».
Ni cortos ni perezosos, el ministro de cultura de Alemania, Wolfram Weimer, y la secretaria de Educación de Hong Kong, Christine Choi, propusieron armar, cada uno por su cuenta, «un campus de exiliados de Harvard» y atraer a los estudiantes más brillantes del mundo.
Los chinos son unos de los más perseguidos por Trump. Según informó la BBC, el presidente acusó a Harvard de colaborar con el Partido Comunista Chino y Marco Rubio anunció que se controlaría a «los universitarios chinos que estudien áreas cruciales». Las familias de la élite política de ese país envían a sus hijos a estudiar a Estados Unidos, especialmente a las universidades de la costa del Pacífico. A diferencia de los latinoamericanos, una vez recibidos, ellos no se quedan en Estados Unidos, sino que regresan a su país.
Una nueva era macartista se ha desatado en Estados Unidos. «Estas medidas son una trágica violación a la libertad de expresión y a la Constitución», denunció uno de los más notables egresado de Harvard, el economista Jeffrey Sachs.
«Yo comparo este período con la Revolución Cultural en China de la década de 1960», continuó. «Fue un período desastroso para China: las universidades cerraron y la economía estaba en crisis. Esto es lo que parece estar promoviendo Trump: una Revolución Cultural. Harvard se fundó en 1636, hace casi 400 años. Ha durado mucho más que la era Trump y, por cierto, más que el Gobierno en Estados Unidos».