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Una nueva integración

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Manuel Alfieri

Impulsada por López Obrador, la propuesta de sustituir a la OEA por otro organismo suma adhesiones. Pasado y presente de la injerencia estadounidense.

AMLO. Además de cuestionar a la institución que preside Luis Almagro, el presidente mexicano reclamó el fin del bloqueo contra Cuba. (Alfredo Estrella/AE/AFP)

No va más. Ese es el mensaje que un bloque de presidentes progresistas de la región le envió al uruguayo Luis Almagro, referente estrella de la derecha continental luego de haber sido embajador en China y canciller por el Frente Amplio, actual jefe de la Organización de Estados Americanos (OEA). Después de años sin iniciativas para recuperar la perdida unidad latinoamericana, los máximos líderes de México, Argentina, Bolivia y Venezuela decidieron patear el tablero geopolítico regional con una propuesta clara: reemplazar al cuestionado organismo por otro que no esté al servicio de los intereses estadounidenses.
El primero en lanzar la piedra fue el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien pidió «sustituir a la OEA por un organismo verdaderamente autónomo, no lacayo de nadie», que permita mediar en los conflictos regionales sin «imposiciones, injerencias, sanciones, exclusiones ni bloqueos». En definitiva, una institución que se aleje de la doctrina Monroe –«América para los americanos»– y mire más hacia el sur.
La iniciativa de AMLO fue rápidamente apoyada por otros presidentes de la región. Su par boliviano, Luis Arce, abogó por generar una nueva instancia «que exprese los equilibrios regionales, respete la autodeterminación de los pueblos y no dé cabida a la hegemonía de un solo Estado», en referencia a Estados Unidos. Luego fue el turno del presidente argentino Alberto Fernández, quien consideró que la institución conducida por Almagro se convirtió en «un escuadrón de gendarmería para avanzar sobre los Gobiernos populares», por lo que es necesario «recrear un nuevo ámbito». El mismo pedido hizo el venezolano Nicolás Maduro, quien además recordó el triste papel jugado por la OEA en la región en los últimos tiempos y lanzó: «Es una organización nefasta. Un demonio».

Mirada común
Si bien todos los presidentes mencionados coincidieron en el diagnóstico, al cierre de esta edición no estaba claro cuál sería la propuesta concreta: si crear una nueva institución –que tenga una perspectiva de integración regional verdadera– o fortalecer alguna ya existente. AMLO, por ejemplo, dijo que pensaba en «algo semejante a la Unión Europea, pero apegado a nuestra realidad». Maduro, en cambio, planteó revitalizar a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que desde 2015 se encuentra muy debilitada.
Lo cierto es que, más allá de cuál sea el plan a futuro, hay una mirada común –a la que se suman los Gobiernos de Cuba y Perú– sobre la necesidad de que la región vuelva a encarar sus desafíos más acuciantes como bloque y con una perspectiva diferente a la que impone la OEA. En tiempos de golpes institucionales, estallidos sociales y crisis económicas, urge poner un freno al proceso de desintegración regional que el continente comenzó a experimentar con el ocaso del ciclo progresista. Algo que quedó en evidencia como nunca con la llegada de la pandemia: cada Gobierno actuó como quiso y ni siquiera se pensaron estrategias conjuntas para hacer frente a un problema que afectó gravemente a América Latina.
La OEA aparece como una instancia vetusta, funcional a la política exterior de la Casa Blanca y devenida en guarida institucional de la derecha, que ya ni siquiera logra sentar a todos los países de la región en la misma mesa. Eso quizás se explique porque, en lugar de fomentar la integración, el organismo con sede en Washington no hace más que ensanchar la grieta que atraviesa a todo el continente. Basta recordar las palabras de Almagro para referirse a las protestas en Cuba: «Es imprescindible que la dictadura caiga», dijo en pleno momento de convulsión en la isla. Probablemente, algo parecido haya pensado sobre el Gobierno de Evo Morales antes de colaborar con el golpe de Estado en su contra.
Lo curioso es que, cuando llegó a la OEA en 2015, Almagro prometió que bajo su gestión llegarían vientos de cambio. Dijo que «la época de administrar patios traseros» había «quedado enterrada» y que trabajaría por reincorporar a Cuba al organismo. Cabe recordar que, por entonces, Barack Obama impulsaba el restablecimiento de los vínculos con la isla. Por eso no resultan tan extrañas las palabras del jefe de la OEA: desde el inicio de su gestión estuvo completamente alineado con Washington, primero con las posiciones más dialoguistas de Obama y después con la política de polarización extrema de Donald Trump. Al menos en ese sentido, siempre fue coherente.
Pero los estrechos vínculos de la OEA con EE.UU. no son nuevos. Desde su creación en 1948, el organismo fue el instrumento predilecto de la Casa Blanca para evitar la expansión de las corrientes ideológicas revolucionarias y diseminar su poder en la región. De allí, por ejemplo, salió el ALCA, el primer gran intento para integrar a todo el continente bajo el libre mercado. Mucho antes mantuvo un silencio cómplice con diversos golpes de Estado impulsados por EE.UU.
La OEA aglutina a 35 estados desde Canadá a Argentina. La gran ausente es Cuba, expulsada en 1962 por su adhesión al marxismo-leninismo. En ese momento, Fidel Castro pronunció un memorable discurso en el que dijo que la institución era «el ministerio yanqui para las colonias en América Latina». Con casi 60 años de antigüedad, las palabras del legendario líder cubano todavía se mantienen vigentes.

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