27 de diciembre de 2013
El actual contexto histórico, por cierto complejo y contradictorio, revela su dramatismo en las «soluciones» europeas a la crisis, que contrastan con las alternativas que plantean países del sur, y muy especialmente los de Nuestra América. Las rupturas con el orden neoliberal ensayan otros recorridos, inventando, creando y descubriendo nuevas tensiones y fuentes de conflictos. Según Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, «las demandas nuevas son las consecuencias de nuestros éxitos», de tal modo que la inclusión resultante de la década ganada deviene en pujas y disputas que los gobiernos de la región deberán afrontar. El capitalismo sufre una crisis de sustentabilidad, pero no de hegemonía, y está muy lejos de batirse en retirada. Los viejos Estados benefactores son desmantelados en el altar del capitalismo especulativo, que continúa marcando el paso en las fórmulas para afrontar la crisis de acumulación y reitera el pertinaz recetario de ajuste fiscal, recorte de los derechos sociales y transferencias al sector financiero.
Mientras tanto, América Latina recupera el proyecto de la Patria Grande tras 200 años de confrontaciones interiores y subordinación a los intereses imperiales. Claro que ese proyecto de soberanía regional, autonomía política y búsqueda de organizaciones sociales más justas confronta con la resistencia desesperada de los tradicionales factores de poder económico, social y político que varían de país en país. Por tal motivo, los debates en la Argentina de hoy no pueden ceñirse a los límites del territorio nacional: la discusión sobre los modelos tiene un alcance indudablemente internacional.
La discusión nacional no puede ni debe escindirse de la batalla principal de este tiempo histórico que reconoce dos disputas convergentes. La primera remite al tipo de integración regional y mundial que debe impulsar nuestro país. La segunda consiste en enfrentar y vencer definitivamente al neoliberalismo como proyecto político y, más precisamente, como modelo civilizatorio. De ese modo, confrontan dos modelos de país fundados en valores diametralmente opuestos.
No es que el proceso iniciado el 25 de mayo de 2003 no deba revisar, reformular o completar algunas de sus políticas públicas. Hubo avances sustantivos en la construcción de una democracia sólida, en la reinstalación del papel del Estado como organizador de la vida social priorizando a los más vulnerables, en la recuperación de la política como instrumento transformador. Hay, a la vez, asignaturas pendientes –como ocurre en cualquier proceso histórico– que reclaman sintonía fina en algunos casos y, en otros, reformulaciones sustantivas. Es cierto, falta mucho por recorrer, así como que es mucho lo caminado en estos 10 años. Para avanzar en el rumbo establecido, es indispensable construir la fuerza social y política que impulse los cambios, pues el Gobierno se ha sustentado tanto en valiosos colectivos como en estructuras perimidas que no dudarán en dar el salto cuando les convenga. Es tan necesario como profundizar la articulación entre lo social y lo político, dando una densidad inédita a la democracia para que sea protagónica y enriquezca a los actores sociales, políticos y estatales generando una dinámica virtuosa de participación y gobierno.
Hay asignaturas pendientes en la educación pública, pues es preciso compaginar un sistema desguazado desde hace 50 años, y muy especialmente en los 90, así como construir un proyecto pedagógico adecuado a un modelo de país y de región. De igual modo, resulta perentorio reformular el sistema de salud hacia un modelo unificado y público y también avanzar en una profunda y progresiva reforma impositiva. Defender el rumbo, darle más consistencia, construir la herramienta para garantizar su establecimiento y dar sepultura a las aspiraciones restauradoras del neoliberal-conservadurismo son parte de un mismo proceso histórico, de un idéntico programa político.