15 de octubre de 2021
Acción emprende, a partir del 15 de octubre, el cambio más trascendente de sus 55 años de existencia. Nos transformamos, adaptándonos a los tiempos que corren, en un medio esencialmente digital, aunque conservamos de manera secundaria y excepcional la edición quincenal impresa. La propuesta a nuestros lectores es, entonces, una migración masiva a nuestra flamante plataforma en https://accion.coop/.
Ampliamos, así, una presencia virtual que inauguramos hace más de una década y media. Con todos los formatos disponibles: escritos, audiovisuales, incluidas las transmisiones en vivo y en directo, los mensajes personalizados, y, muy pronto, una aplicación descargable para todos los sistemas operativos, es decir, los recursos comunicacionales más dinámicos y de mayor alcance posible.
El cambio y la mejora más significativos: nos convertimos en una revista cotidiana, es decir, mantenemos nuestro carácter de revista, pero todos los días actualizaremos nuestra plataforma digital, algunas secciones dos veces por día y, si la importancia de la información lo requiere, al momento de producirse el hecho.
Todas estas novedades para reafirmarnos y para fortalecer, para crecer en nuestro proyecto periodístico: la misión y la visión de Acción, una mirada cooperativista sobre el país y el mundo. Nuestra esencia. Nuestra identidad. Los valores de la solidaridad aplicados a la información y el análisis de la realidad.
Se dice que el fenomenal impacto de la pandemia implicó, entre otras cuestiones, una modificación acelerada y profunda de hábitos de lectura y desarrollo de habilidades y competencias tecnológicas en materia de comunicación, cuanto menos, entre quienes tienen acceso a ellas. Todavía está por verse, sin embargo, cuánto de eso quedará en la nueva normalidad. En principio, este fenómeno tan impactante nos impulsó a dar este nuevo paso, que en realidad veníamos madurando desde antes. Porque también se relaciona con otras problemáticas como la ecología y la necesidad de reducir el uso de papel, y la ampliación del acceso, la inmediatez de la comunicación y el derecho a la información.
La pandemia despertó, sobre todo al comienzo y entre los sectores más progresistas, la idea de que la crisis impulsaría inevitablemente cambios sociales, políticos y culturales; que el impacto nos llevaría a reflexionar colectivamente y a buscar e implementar una sociedad más justa, con una base profundamente solidaria. Porque parecía que, hasta los más necios, ya no solo por solidaridad sino incluso por individualismo, tomarían conciencia de la estrecha interrelación humana, nuestra esencial interdependencia, que nadie se salva solo, ni del virus ni de nada. Así llegaríamos al fin a un nuevo concepto y práctica de humanidad. Que el planeta es uno y que no habrá arcas de Noé. Que la libertad es tal cuando es de y para todos. Que implica igualdad. Que la democracia es de todos, para todos y por todos. O no es.
Se dice que el concepto de democracia nació en la Atenas clásica, hace más de 2.500 años. En realidad, como señala el historiador Luciano Canfora, es un antecedente no solo remoto en el tiempo, sino lejano del concepto actual. Por entonces en esa ciudad de la Grecia antigua, los atenienses a los que se les reconocía la condición de ciudadanos no superaban los 20.000, todos varones, excluidas las mujeres atenienses, mientras que los esclavos, sobre los que se asentaba la economía de la ciudad, rondaban los 200.000. Si el concepto de democracia tiene vigencia en la actualidad es en función de integrar a la totalidad de los habitantes de una determinada sociedad, en el sentido de que sean sujetos de derecho efectivos y no meramente declarativos. En una sociedad como la nuestra, en la cual en su enorme mayoría los derechos constitucionales dependen, para su concreción, del poder adquisitivo, la democracia, entonces, no existe o está absolutamente limitada. ¿O qué democracia hay para más del 50% de argentinos sumidos en la pobreza y la indigencia?
Y la democracia hoy no solo es necesaria porque es justa, sino porque es una forma de salvar a la humanidad. Esta enorme calamidad que todavía nos afecta debió enseñarnos eso. ¿Lo habremos aprendido? Ese aprendizaje es más difícil que adaptarse a la nueva normalidad. Tiene que ver con la necesidad de impulsar cambios sociales profundos. Tiene que llegar a lo más hondo de nuestra subjetividad, atravesar barreras sociales, políticas y culturales, y superar relaciones de fuerza y de poder, intereses mezquinos, el individualismo y la división de clases, en el país y el mundo que resisten el cambio. Y, entonces, todavía hay gente que mientras la crisis climática avanza, construye arcas de Noé o, para no desprestigiar un recurso que quizá no tuvo que ver con la mezquindad, en lugar de encarar cambios sociales que salven a la humanidad, erige refugios exclusivos contra las catástrofes «naturales». ¿Leyeron u oyeron de los que estudian los lugares que en el planeta estarían más preservados de una hecatombe planetaria y luego compran terrenos y levantan allí sus casas salvadoras?
Es una utopía pensar que las pandemias o cualquier otro factor que provoque una crisis, por sí mismas conducen a una reflexión con sentido humano y progresista. Las reflexiones, como sabemos todos, tienen como punto de partida no solo hechos, sino conceptos, valores, perspectivas que determinan el sentido de nuestro pensamiento. Y volvemos a lo anterior: los valores no son cuestiones abstractas, tienen raíces en las relaciones sociales, en los intereses de clase y en las relaciones de poder.
¿Dejaremos esto para después, con la excusa de la pandemia? Hay países, como China, más allá de cualquier otra cuestión, que aprovecharon la situación para acabar, por ejemplo, nada menos que con la indigencia, un anuncio que hicieron en diciembre del año pasado, luego de habérselo propuesto en 2014.
Para cambiar, entonces, se necesita una reflexión desde una determinada perspectiva, que en nuestro caso es esencialmente cooperativista. Para cambiar se precisa esto y algo más: parafraseando al dirigente cooperativista y diputado nacional Carlos Heller, es necesario contar con una fuerza igual o superior a la de los que se oponen al cambio. También somos parte de esa construcción, porque Acción no es solo una revista. Es parte de un movimiento cooperativo, nucleado en torno al Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, a través del cual nos conectamos con una práctica transformadora social, en los hechos.
En el desarrollo de esa capacidad transformadora, la comunicación tiene, por supuesto, un lugar fundamental. Y aquí hay un gran problema: el monopolio económico y la hegemonía reaccionaria no solo imponen agenda, medios y hasta formatos comunicacionales retrógrados, sino que construyen una subjetividad funcional a un sistema social injusto. De acuerdo con Noan Chomsky y Edward Herman, «los medios de comunicación de masas actúan como sistema de transmisión de mensajes y símbolos para el ciudadano medio. Su función es la de divertir, entretener e informar, así como inculcar a los individuos los valores, creencias y códigos de comportamiento que les harán integrarse en las estructuras institucionales de la sociedad. En un mundo en el que la riqueza está concentrada y en el que existen grandes conflictos de intereses de clase, el cumplimiento de tal papel requiere una propaganda sistemática».
Si el periodismo tiene todavía un sentido es ser exactamente lo contrario a ese sistema de propaganda, que en la actualidad es la función de la mayoría de los medios de comunicación locales. Tenemos un papel que cumplir en dirección a cambiar esa hegemonía y acabar con ese monopolio. No solos, por supuesto. Somos parte de una red formal e informal de los cooperativistas y de todos los medios que de una u otra forma ejercen la solidaridad como valor, es decir, que piensan y actúan de acuerdo con una perspectiva ideológica y política (en un sentido que transciende lo partidario) que pretende construir un modelo de sociedad inspirado en el pilar de la solidaridad.
¿A qué viene todo esto, si teníamos que hablar de plataformas digitales y formatos de comunicación? Viene a que no hacemos todo eso por estar meramente actualizados en tecnología. Que lo importante es que estos cambios en esta comunidad comunicacional que conformamos entre periodistas y lectores, entre periodistas y audiencia, sigue siendo esencialmente la misma que cuando salimos por primera vez a la luz en abril de 1966: ciento por ciento Acción.