Opinión | A fondo

Colombia en busca del camino hacia la paz

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Medellín. Miles de colombianos marchan en reclamo del fin del conflicto. (Arboleda/AFP/Dachary)

 

El plebiscito que derivó en el triunfo del No contra los acuerdos firmados entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC afectó el proceso de paz en Colombia, aunque el revés electoral no supone un retroceso definitivo.
En primer lugar, hubo un factor aleatorio: las condiciones climáticas. El plebiscito coincidió con el paso del Huracán Matthew, que castigó fuertemente a las provincias costeras del norte del país, donde se esperaba un voto favorable al Sí. Pero hubo también un error de cálculo político del presidente al convocar a una elección de carácter vinculante, fundamentalmente porque esa instancia no estaba incorporada en los acuerdos firmados en La Habana, sede de las negociaciones durante cuatro años. Las propias FARC habían alertado al presidente sobre el riesgo que contemplaba la iniciativa. Santos desoyó el consejo y, de alguna manera, provocó un resultado que instala al proceso de paz en un limbo.
Por otra parte, el otorgamiento del Premio Nobel de Paz al presidente Santos fortaleció su figura y, en buena medida, modificó el escenario tras la derrota en las urnas. Se trata de un premio merecido aunque no queda claro por qué razón la distinción no recayó también en las FARC, que forjaron junto con Santos los acuerdos para dejar atrás un conflicto de décadas.
Más allá del triunfo del No y del otorgamiento del Nobel, la política sigue su curso. El expresidente Álvaro Uribe –uno de los grandes ganadores del plebiscito–, junto con el exprocurador, Alejandro Ordoñez, y sectores de la derecha conservadora, incluyeron nuevas demandas para concretar otro acuerdo (en total, unos 50 ítems), lo que no será aceptado por las FARC. La guerrilla tiene un planteo avalado por un prestigioso jurista, el español Enrique Santiago, quien señaló que el acuerdo fue sellado y depositado en Naciones Unidas y la Confederación Helvética –garantes de los procesos de paz–, por lo que, según aseguran, ya está aprobado y solo restaría ponerlo en marcha.   
En ese escenario, el plan del uribismo es dilatar el proceso con el fin de que los consensos queden diluidos y lo firmado en La Habana se convierta en un tema meramente abstracto. Un dato ilustra lo señalado anteriormente: si alcanzar un acuerdo demoró cuatro años, la inclusión de 50 nuevas cláusulas demandaría negociaciones por un tiempo similar o mayor, con lo cual Colombia seguiría a los balazos y con la guerra en pleno desarrollo. De ahí que la estrategia de Uribe y sus aliados apunte en esa dirección.
Sin embargo, y al margen de la ofensiva del expresidente, el consenso para refrendar los acuerdos es muy alto. Es posible, en ese sentido, que exista un plazo breve de incertidumbre y que hacia fin de año comiencen a aplicarse. Varios factores así lo sugieren. Por empezar, para Santos incumplir con lo pactado constituiría un papelón, teniendo en cuenta el acto realizado en Cartagena: allí, con la presencia de  veinte jefes de Estado y el secretario general de Naciones Unidas, se hizo un anuncio histórico con resonancia en todo el mundo. Por otra parte, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), la segunda guerrilla del país, entró en la negociación de paz. Configuraría un absurdo, en ese sentido, que Uribe o el exprocurador creyeran que están dadas las condiciones para patear el tablero, tal como pretenden. Se agrega a ello otro factor de especial relevancia: la tesis fundamental de los juristas que están asesorando a las FARC es que un hecho político no destruye un acuerdo jurídico.
Por último, tampoco se advierte cómo los opositores podrían frenar este proceso sin afectar las bases jurídicas del Estado colombiano. Si el Estado desconoce acuerdos firmados se producirían una serie de problemas de responsabilidad jurídica, por lo tanto, y si bien Santos no lo dice públicamente en esos términos, el entorno del presidente sostiene que el acuerdo formalizado en La Habana no tiene marcha atrás. Pese a los errores de cálculo, existen indicios que permiten suponer que el camino hacia la paz deviene inevitable.   

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