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Desde hace unos años existe una nueva camada de «políticos» que curiosamente no se identifican con la política ni se reconocen a sí mismos como políticos. Muchos de estos nuevos dirigentes hablan de la «nueva política», de que hay que «cambiar», de que «todos los políticos son corruptos» como si ellos se encontraran fuera de la esfera de la política, como si fueran extraterrestres, impolutos, que vienen a salvar a la ciudadanía de la corrupción y a recrear la república.
Uno de estos caídos del cielo resultó ser el excómico Miguel del Sel, que de un día para el otro se vio catapultado a la arena política, a los estrados y a los programas de TV solo por haberse postulado a gobernador, pero a todas luces sin tener la más mínima vocación –ni la más mínima aptitud, como no sea la de ser un «famoso»– por la función pública. El resultado era previsible: ante la derrota, hoy se lo puede ver en otros programas –no ya los dedicados a la política sino a la farándula– lamentándose de que ya nadie, ni siquiera sus amigos de la «nueva política», se acuerde de él. «Es triste todo esto, estoy yendo al psicólogo así que eso indica cómo estoy. Voy porque lo necesito, en un momento el teléfono te suena 200 veces por día y después no te llama nadie», se lamenta ante cada micrófono que se le ponga delante. No olvidemos que este «nuevo político» –que, hay que reconocerlo, estuvo a punto de ser gobernador de Santa Fe– es el mismo que dijo que las chicas se embarazan para cobrar un plan y otras barbaridades por el estilo. Ahora, a modo de justificativo de su aventurada incursión política, dice: «Me metí para ayudar a que las personas vivan mejor, no para hacer negocios». Mejor que no siga aclarando, porque oscurece.

Sebastián Salinas
Rosario, Santa Fe

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