Opinión

Crueldad innecesaria

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Hace algunas semanas fue noticia la conmoción por el sacrificio de la jirafa Marius, de dos años de edad y en perfectas condiciones físicas, que fue prácticamente ejecutada con el fin de evitar la consanguineidad. En otras palabras, se consideró que sus genes no eran lo suficientemente buenos como para que se reprodujera. Más allá de los escabrosos detalles del caso (se diseccionó el cuerpo muerto del animal frente al público y se alimentó a leones con su carne), el hecho, ocurrido en un zoológico de Dinamarca, desnuda la contradicción gigante que existe entre la necesidad de exhibir especies salvajes para entretener y educar –sobre todo a niños–, y las complicaciones que ese encierro genera. En el caso de Marius, la abundancia de jirafas con genes similares es algo causado, seguramente, por no crecer en su hábitat natural. En nuestro país también abundan los ejemplos de lo anacrónico que resulta sostener zoológicos a costa del sufrimiento animal: en diciembre de 2012, una ola de calor intensa y los estruendos de la pirotecnia causaron la muerte del oso polar Winner en el zoológico porteño. Más cerca en el tiempo, en Mendoza se presentó el debate ante el caso de Arturo, otro oso polar sometido a vivir en pésimas condiciones en el zoológico de una de las ciudades que registró mayores picos de temperatura durante la última ola de calor. En mi ciudad, el zoológico municipal cerró a fines de los años 90 alegando estar en contra del cautiverio de animales, pero esto sucedió luego de un largo período de deterioro donde las especies allí exhibidas fueron prácticamente abandonadas a su suerte. No hay necesidad, en mi opinión, de seguir perpetuando una manera de entretener que provoca sufrimiento y problemáticas ambientales innecesarias.

 

Leandro Gutiérrez
Rosario, Santa Fe

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