Opinión

Diego Rubinzal

Economista

De libertades y otras yerbas

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Eslogan. La consigna oficialista limita el significado de «libertad» solo a su faceta económica, encubriendo que hay perdedores en el supuesto «paraíso».

Foto: Getty Images

«Los intolerantes no entendieron nada. Ellos decían guerra, yo decía no, gracias. Amar a la patria bien nos exigieron. Si ellos son la patria yo soy el extranjero», cantaba Sui Generis en su tema «Botas locas». 

La palabra patria fue utilizada profusamente por las dictaduras militares argentinas. Ese reinterancia discursivo generó reacciones tales como las reflejadas en esa famosa letra de Charly García. En esa línea, el escritor Julio Cortázar decía que cuando las palabras se utilizaban abusivamente, se desgastaban hasta morir, como ocurre con los caballos. 

En la actualidad, otros vocablos están siendo vaciados de contenido. Por caso, la consigna oficialista «¡Viva la libertad, carajo!» es un intento de resignificar/limitar el significado de esa maravillosa palabra. ¿Por qué? Porque la reduce a su faceta económica (el libremercado) encubriendo, además, que en ese supuesto «paraíso» hay ganadores y perdedores.

En el texto «Cómo llenar palabras vacías: el caso de “libertad”», el filólogo español de la Universidad Complutense Juan Luis Conde sostiene que «ese uso contemporáneo del concepto de libertad forma parte de una ofensiva sin precedentes contra cualquier proyecto de igualdad entre los hombres. Pretende devolvernos a una etapa anterior a la existencia de la ley y el derecho, atravesando profundas capas de conocimiento adquirido y consolidado cuyo sumario haría un ilustrado francés, el religioso Henri Dominique Lacordaire, en un discurso pronunciado en la memorable fecha de 1848 en una Conferencia en Nôtre Dame: “Entre el fuerte y el débil, entre el rico y el pobre, entre el amo y el siervo, es la libertad la que oprime y la ley la que redime”. En otras palabras, como cualquiera entendería para el caso de un combate entre un peso pesado y un peso pluma, en una situación de flagrante desigualdad, no hay nada más injusto y peligroso que la libertad. Sin equidad, sin árbitro, sin reglas, la libertad es pura barbarie». 

Uno de los mentores intelectuales del presidente argentino, Fiedrich von Hayek, fue muy explícito cuando explicó por qué apoyaba al Gobierno dictatorial de Augusto Pinochet. «Prefiero un dictador liberal a un Gobierno democrático carente de liberalismo», declaró el economista austríaco en 1981. Cabe recordar que el golpe pinochetista no fue uno más en la historia latinoamericana.

En los primeros días, los militares convirtieron al Estadio Nacional de fútbol en un gigantesco centro de detención y tortura. Los asesinatos masivos en sus camarines se convirtieron en una horrorosa postal del Chile de 1973. El saldo final fue, según números oficiales, la matanza de más de 3.000 opositores, 40.000 presos políticos y alrededor de un millón de exiliados. Curiosa paradoja la de apoyar a un Gobierno así por parte de un profeta de la «libertad».

La dictadura militar argentina también defendía el rumbo «liberal», mientras decía que «Achicar el Estado es agrandar la Nación». La historia económica mundial revela que una mercantilización social extrema, sin regulaciones de ningún tipo, agudiza las asimetrías económicas preexistentes. El resultado es la pérdida de libertad para las mayorías populares.

La Cepal sostiene que «la liberalización prematura y sin regulación lleva a la reprimarización, la dependencia tecnológica y la desarticulación productiva». En ese sentido, el economista Dani Rodrik plantea que «las políticas exitosas requieren un Estado fuerte y estratégico, no su ausencia». El desafío continúa siendo construir un Estado eficiente (en términos económicos-sociales) para ampliar el grado de libertad real de sus ciudadanos.

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