14 de mayo de 2024
La actual gestión económica parece asumir que la sola combinación entre el crecimiento de reservas internacionales, el superávit fiscal y la reducción de la inflación hará que el resto de las variables mejore. No obstante, cuando analizamos la composición de dichos indicadores surgen interrogantes sobre su consistencia y sostenibilidad. Por un lado, las compras netas de divisas efectivamente han acumulado más de 11.000 millones de dólares entre la devaluación de diciembre y el primer trimestre de 2024, aunque la contrapartida es que las importaciones devengadas pero no pagadas en el mismo período totalizan un valor similar; es decir que si se hubieran pagado las mismas normalmente, el crecimiento neto en términos de divisas sería realmente exiguo.
Por otra parte, el proclamado superávit fiscal es explicado por un desplome sin precedentes de las partidas sociales (jubilaciones, pensiones, programas sociales), cuya caída real supera el 25%, y la paralización de la obra pública, con pérdida de más de 100.000 empleos. Esto, además de ser socialmente insostenible, agudiza la recesión y genera una fuerte caída recaudatoria, obligando a mayores recortes en el presupuesto.
En cuanto a la inflación, los últimos índices mensuales siguen superando el promedio del último año del Gobierno anterior, aun habiendo reprogramado incrementos tarifarios y sosteniendo la variación de solo 2% mensual en el tipo de cambio, que «ancla» los precios mayoristas. La consiguiente pérdida de competitividad genera dudas sobre la continuidad del actual esquema cambiario y, por lo tanto, del sendero descendente de la inflación.
Ninguno de estos indicadores muestra una evolución virtuosa cuando los analizamos a fondo, y solo parecen ser exhibidos para los «mercados». Ahora bien, ¿cuáles son los fundamentos que permitirían retomar una senda de crecimiento sostenido? Esto es, a esta altura, una incógnita sin respuesta a la vista.