23 de noviembre de 2024
Homo digitalis. «Un individuo hipercomunicado, expuesto, emocionalmente impulsivo», dice el politólogo Facundo Olasso.
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Existe una manera de hacer política a partir del ordenamiento racional de las ideas, del debate, del intercambio para la toma de decisiones, que hoy parece haber caído en desuso. Y todo ello está claramente vinculado, por una parte, a la irrupción del mundo digital en la vida cotidiana de las personas (que son también ciudadanas y ciudadanos) y, por otro, a la rapidez que estas mismas herramientas tecnológicas imponen a los acontecimientos. Todo montado sobre la exaltación de emotividades que adquieren peso relevante en las conductas.
Reiteradamente se escucha hablar de la «crisis de la democracia», aunque en la mayoría de los casos resulte difícil la descripción acerca de los contenidos de la anunciada crisis. La experiencia marca que se hace difícil describir y –mucho más– explicar el momento político-social con categorías que en otro momento nos fueron útiles. Esto para quienes, con distintos propósitos, intenten la búsqueda de explicaciones. Hay también un sector importante de la sociedad que prescinde de ellas mientras navega satisfecho en el mar líquido de las emociones impulsadas por la digitalidad.
El escenario de la política está definitiva y radicalmente atravesado por esta novedad. Puede decirse que la tecnología se apropió de nuestra realidad y afecta la forma cómo construimos los lazos sociales, cómo nos comunicamos. Los contactos que antes eran frente a frente, cara a cara, se sustituyen ahora por conexiones digitales a través de las redes sociales: con más velocidad, cargadas de estímulos emotivos y hasta con abrumador nivel de información para intercambiar. Las fake news no solo mienten, sino que inadvertidamente logran confundir también a quienes están atentos y prevenidos.
Según lo afirma el politólogo Facundo Odasso, en un trabajo en el que analiza el nuevo escenario de la política, «el homo digitalis es un individuo hipercomunicado, altamente expuesto, emocionalmente reaccionario e impulsivo, cuyo peso en el electorado nacional de Argentina está modificando el escenario político». Porque, sostiene, «el homo digitalis es el nuevo sujeto político».
Indignación
El surgimiento de este nuevo sujeto político va también de la mano de la crisis de la democracia y de la instalación de lo que se ha denominado la emocracia. La Real Academia Española incorporó el término como un neologismo para decir que gobiernan las emociones.
Y el investigador británico, historiador y analista político Niall Ferguson, sostiene que «ya no vivimos en una democracia. Vivimos en una “emocracia”, en la que las emociones mandan más que las mayorías y los sentimientos cuentan más que la razón». Por eso, agrega, «cuanto más fuertes son tus sentimientos, más fácil los transformas en indignación y más influyente eres». Es el formato político que llevó al poder a Trump, a Bolsonaro. También a Milei.
En este nuevo escenario de la política se modifican las maneras que las personas, en este caso ciudadanas y ciudadanos, tienen de percibir su entorno, aquello que suele denominarse como «la realidad»; pero también cambian los modos de tomar decisiones y de determinar posiciones en el escenario social. Con mirada histórica, pueden ser cambios solo comparables a los que la propia política sufrió con la aparición de la radio y, aún más, de la televisión.
La tribu
Lo descrito termina empujando hacia la negación de lo racional complejo y encuentra refugio en la «tribu» o en las «burbujas» donde se refuerza la identidad entre aquellos que son iguales creando afinidades territorialmente lejanas, pero afectivamente más férreas, comunidades que rompen con el límite geográfico. Frente al exceso de información, se impone la brevedad del mensaje. No hay tiempo para razonar y las determinaciones se adoptan sobre la base de las emociones y del encuadramiento binario que solo reconoce «amigo» y «enemigo».
De esta lógica se nutre hoy la comunicación política. Y de allí también la emocracia donde las emociones están por encima de las razones.
No se trata de aceptarlo como tal, pero sí de entender que la democracia enfrenta este desafío y que es necesario problematizarlo para encontrar respuestas.
Porque, tal como afirma el consultor político español Antoni Gutiérrez-Rubí, «competir contra lo nuevo con las lógicas del pasado es melancólico e inútil».