9 de abril de 2023
La revuelta contra el Gobierno de Emmanuel Macron se inscribe en una serie de revueltas cuya principal característica es la espontaneidad, la masividad y el rol secundario de los partidos políticos. Argentina 2001, España, Egipto, Túnez, Estados Unidos en 2011, Francia e Israel en 2023, para citar algunos casos, son ejemplos de movilizaciones masivas sin una conducción política clara. Desde ya que cada caso es diferente y en Francia se trata del rechazo a la reforma de pensiones impulsada por Macron que lleva la edad jubilatoria de los hombres de 62 a 64 años y un mínimo de 43 años de aportes. Si la reforma produjo una ola de protestas, el hecho de impulsarla por decreto por temor a perder la votación en la Asamblea Nacional fue considerado una provocación del presidente.
A pesar de la dura represión, las movilizaciones espontáneas –llamadas «salvajes» por los medios de comunicación– continúan en numerosas ciudades con bloqueos a terminales de combustibles, cese de actividades, cierres de escuelas y universidades y marchas por las calles de París. Esta vez no son los estudiantes quienes lideran la protesta como en 1968. Por un lado aparecen las centrales sindicales, y por el otro «La Francia Insumisa», un partido de izquierda liderado por Jean-Luc Mélenchon, que arañó el balotaje en abril del año pasado.
El argumento central de Macron para no ceder ante las protestas es que el Estado no cuenta con suficientes recursos para pagarles a todas las personas que se jubilan. Este argumento, tomado del discurso repetido hasta el cansancio por los economistas liberales, es una total falacia. Francia es un Estado rico que gasta fortunas en un aparato militar y tiene numerosas bases en África y Asia. Plata hay, la población lo sabe, y por eso siguen en las calles.
Hartazgo. Banderas y pancartas en una multitudinaria movilización en Nantes, oeste de Francia, el 28 de marzo.
Foto: Télam