Opinión

Paula Mosesso

Economista

La luz que nunca llega

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Los que ya tenemos medio siglo de vida, presenciamos varios programas de «ajuste» en Argentina. No sería apropiado analizarlos a todos ellos con el mismo prisma dado que las distintas situaciones internacionales condicionan y dan forma al devenir de las economías nacionales. Además, las estructuras institucionales, legales, sociales y económicas van mutando a través del tiempo. Sin embargo, no dejan de sorprender los puntos en común que pueden encontrarse, y el principal es la redistribución de la riqueza y los ingresos hacia los grupos de poder económico en detrimento de las grandes mayorías trabajadoras. 

Una de las «muletillas» de quienes, al menos oficialmente, implementaron estos ajustes, son las frases engañosamente «esperanzadoras». En junio de 1975, el entonces flamante ministro de Economía, Celestino Rodrigo, manifestó: «Las medidas que vamos a tomar serán necesariamente severas (…) Pero el mal tiene remedio». A principios de los 90, el expresidente Carlos Menem, definió su plan económico con la expresión: «El país necesita cirugía mayor sin anestesia» para poco tiempo después aclarar que «estamos mal, pero vamos bien».

Más cerca en el tiempo, el expresidente Mauricio Macri, también aludió implícitamente al optimismo: «Estamos en la mitad del río, entre el pasado donde no hay ninguna solución y ese futuro que nos merecemos y estamos construyendo» y luego expresó: «En estos meses se desataron todas las tormentas juntas, pero no por eso vamos a perder las esperanzas».

En ninguno de los casos se vio «luz al final del túnel». Lo que sí llegó fue el fin del financiamiento privado, el brutal endeudamiento público, la aceleración de la inflación, el aumento del desempleo y la pobreza, la degradación de los servicios públicos como la salud y la educación, entre otros.

Mal trago
Llegamos al día de hoy y el presidente Javier Milei, quien se jacta de haber hecho «el ajuste más grande de la historia de la humanidad», también acuñó frases como: «Este es el último mal trago para comenzar la reconstrucción de Argentina (…) habrá luz al final del camino».

No obstante, la oscuridad continúa. Los salarios de los trabajadores siguen bien por debajo de los valores previos a la era libertaria. El tan mentado ajuste del gasto público implicó que los haberes jubilatorios mínimos perdieran más del 14% de poder adquisitivo desde la asunción de Milei, que los puestos de trabajo privados registrados mostraran una contracción cercana a las 147.000 personas frente a noviembre pasado, que la educación pública fuera desfinanciada y la obra pública desapareciera, entre muchos otros perjuicios sociales.

Conclusión: no nos dejemos llevar por los cantos de sirena. El supuesto «sacrificio» actual nunca se transformará en bienestar futuro por la vía del ajuste. El rol del Estado, y así ocurre en los países centrales, es fundamental a la hora de fomentar el desarrollo económico, la redistribución de ingresos, la provisión de servicios públicos, entre otros. Denostarlo no es más que ignorar el derecho a una vida digna para todos los argentinos/as.

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