28 de mayo de 2025

Juegos Evita. La competencia, que fomenta la inclusión, comenzó este año con menos disciplinas.
Foto: Argentina.gob.ar
Y allí vemos a YPF apoyando a Franco Colapinto. Patrocinio, promociones y hasta el presidente de la empresa, Horacio Marín, avisándonos antes que nadie que el pilarense volvía a la Fórmula 1. Es un apoyo que ganaría fuerza si el mismo Estado argentino no hubiese desfinanciado a casi todo el resto del deporte argentino, ni recortado los Juegos Evita que comenzaron este mes con menos disciplinas (de 76 a 36), menos participantes (de 23.000 a 8.000) y sin siquiera actividades, entre otros, para personas mayores. Un presupuesto deportivo que, aunque privilegió al alto rendimiento, perdió en términos reales mucho más de la mitad de su dinero, sin contar además un alto grado de subejecución (68%, contra un promedio general del 93%).
Basta revisar las redes de nuestros deportistas federados: decenas de ellos vendiendo rifas para poder pagarse viajes a fin de seguir compitiendo en el exterior en representación del país. Y silenciando la debacle por temor a perder becas que, en muchos casos, ni siquiera les cubren un salario mínimo. El deporte igual que la salud, la ciencia, los derechos humanos. Todos bajo la lógica de la motosierra. No como ni pago el alquiler. Así, claro, acaso todos podríamos llegar al déficit cero.
El interés del Gobierno de Javier Milei por el deporte pareció reducirse primero a la conversión de nuestros clubes de fútbol de Asociaciones Civiles en Sociedades Anónimas, un objetivo frustrado por la oposición liderada por la AFA, que resistió amenazas de intervención y encontró además fuerte respaldo judicial. Derrotado, el Gobierno buscó primer plano con el fenómeno Colapinto, que incluyó hasta el interés de lograr el retorno de un Gran Premio de F1 a la Argentina. Es cierto, somos un país de fuerte tradición «fierrera». Y difícilmente Juan Manuel Fangio hubiese podido coronarse pentacampeón mundial sin la ayuda económica del Estado.
«El Chueco» era un hijo de albañil que debió trabajar de pibe y ni siquiera pudo completar la escuela primaria. No tenía el origen terrateniente de otros celebrados pilotos, como Carlos Menditeguy, Rodolfo de Alzaga, Gastón Perkins y Juan Manuel Bordeu. El Gobierno de Juan Domingo Perón le compró dos Ferrari y le pagó un sueldo como agregado en la Embajada argentina en Roma hasta 1950. Entre 1951 y 1957, Fangio ganó cinco mundiales con cuatro fábricas diferentes: Alfa Romeo, Ferrari, Maserati y Mercedes-Benz. Venció en 24 de los 51 grandes premios en los que participó (La tele grita hoy a Colapinto casi como un segundo Fangio. Hay que vender). Como sea, «no hubiera existido Fangio sin el peronismo», llegó a decir Pablo Alabarces, doctor en Sociología, estudioso notable de la evolución del deporte argentino.
También recibieron apoyos en aquellos años, entre otros, los hermanos Oscar y Juan Gálvez y José Froilán González. En rigor, el deporte argentino todo recibió fuerte apoyo estatal del primer peronismo (1946-55). Fue la Edad de Oro de nuestro deporte, coinciden todos los estudiosos. Un deporte que dejó de ser patrimonio de las elites y recibió dineros generosos para masificarse y competir contra los mejores. Desde los Juegos Evita a la conquista del mundial de basquetbol de 1950. De Fangio al propio rugby, pasando por el atletismo, la natación y muchas otras disciplinas. «Perón le daría todo al deporte y el deporte le daría todo a Perón», escribió Félix Daniel Frascara en El Gráfico.

Automovilísmo. Fangio junto al presidente Perón, en 1955. Su Gobierno apoyó al piloto argentino.
Fotos: Getty Images
Listas negras y abandono
Las omisiones en el relato de nuestra historia deportiva incluyen lo que sucedió con Fangio cuando el peronismo fue derrocado en 1955 por la llamada Revolución Libertadora. Seis días después de ganar el tercero de sus cinco campeonatos de F1, los militares golpistas obligaron al Chueco a abrir todas sus valijas en Ezeiza. Lo interdictaron por cuatro años, le designaron tres interventores en sus empresas y terminaron liberándolo de culpa y cargo en 1959, después de sospechar que había sido socio comercial del Gobierno peronista. A los campeones mundiales de básquet y a decenas de atletas más les fue mucho peor. Fueron expulsados del deporte. Por haber recibido dinero cuando se decía que el deporte, «para ser sano», debía ser amateur. Solo para los más pudientes. Las «listas negras» incluyeron los nombres de Eduardo Guerrero (remero campeón olímpico en los Juegos de Helsinki 1952), Osvaldo Suárez (maratonista que tenía entonces la mejor marca mundial y no pudo competir en los Juegos de Melbourne 56) y hasta Roque Juárez, campeón nacional de bochas. No está mal que YPF apoye a Colapinto. Pero el contexto, claro, es otro. El de hoy es un Estado que renuncia. Y que usa al deporte cuando advierte un negocio, llámese Clubes SAD o Colapinto (y la atención de no descuidar al alto rendimiento, al atleta que puede aspirar a un podio). ¿Pero cómo se forman los futuros atletas si para ellos no hay dinero para viajar ni para prepararse? ¿Cómo mantener la función social del deporte, herramienta de salud, educación e inclusión, si los recortes afectan, entre tantos otros, al plan polideportivo en obras, a la iniciación deportiva, a la tercera edad, créditos a clubes, programas federales, al Cenard? La motosierra pasó a ser el nuevo lema olímpico de «citius, altius, fortius». Una motosierra que va cada vez más rápido, más alto y más fuerte.