12 de abril de 2024
Hace unos días, el diputado nacional por la provincia de Buenos Aires Alberto «Bertie» Benegas Lynch fue entrevistado en radio FM Millenium y formuló declaraciones que generaron gran revuelo en distintos sectores. En sus dichos, resumidamente, planteó: que la educación es lo más importante que tenemos, que es el eje de la civilización, que el Ministerio (hoy Secretaría) de Educación y el Estado son un grupo de burócratas, que el Estado solo tiene que proteger derechos individuales, que no cree en la obligatoriedad de la educación porque esta es responsabilidad de las familias y que «muchas veces puede pasar en la estancia, y sobre todo en Argentina, que no te podés dar el lujo de mandar a tu hijo al colegio porque lo necesitás en el taller junto al padre trabajando y no lo puede mandar a la universidad».
¿Por dónde empezar a interpelar esta cantidad de aseveraciones sobre similar cantidad de temas, supuestos y, sobre todo, posiciones ideológicas? ¿Cómo explicar que un responsable legislativo, que lo es porque hay un sistema de representación política en el Estado que lo permite, sea capaz de hablar del mismo Estado de esta manera? ¿Es posible que un diputado piense esto (y ni se sonroje al decirlo) del Estado y de la educación? Sí, es posible. Las razones por las cuales los autodenominados libertarios y anarcocapitalistas lograron tener tanta relevancia excede esta columna, así como también por qué representantes de fuerzas políticas antagónicas pueden caer en los lugares tan comunes como vacíos al decir frases como «lo más importante es la educación». Habiendo dejado señaladas ambas cuestiones, me interesa hacer un pequeño aporte que reponga algunos aspectos de todo lo dicho por el señor diputado.
Por un lado, la discusión que hay en el fondo de sus dichos tiene que ver con quién imparte educación, tema muy presente en los finales del siglo XIX, cuando la Iglesia y el Estado liberal naciente en Argentina tironeaban sus posiciones, cuando aún la educación no era considerada un derecho humano ni un derecho social. Luego de los crímenes contra la humanidad de la primera mitad del siglo XX y en plena discusión entre modelos societales, emerge la necesidad de proteger a la población de otra manera, con un Estado que se hiciera cargo de eso que empezamos a llamar «derechos». Allí, en el concierto internacional nucleado en torno a la Organización de las Naciones Unidas se declaró a la educación como un derecho humano y durante la segunda mitad del mismo siglo se reafirmó en diferentes marcos normativos que el único garante de los derechos es el Estado, asignando a la educación su carácter obligatorio (en ciertos niveles). Desde entonces se sucedieron tanto acciones que achicaron los márgenes del derecho como otras que buscaron ampliarlo y garantizarlo en condiciones de mayor igualdad. Benegas Lynch vuelve, entonces, a una discusión de hace más de un siglo, adhiriendo a las posiciones más conservadoras que existieron, esto es: dejar al Estado en un lugar subsidiario y asignarles a las familias un rol principal. Así la responsabilidad se traslada a las familias y el Estado se desentiende financiera, política y jurídicamente de la cuestión.
Por otro lado, los planteos ponen en tela de juicio también la educación como derecho, toda vez que proponen que el Estado sea solo garante de los derechos individuales. Acá el señor diputado hace caso omiso a varias cuestiones: si por «individuales» se refiere a los derechos de «primera generación», pues vale decirle que está equivocado. Esos y todos son colectivos, pues las derivas de su goce son para el bienestar de la comunidad que habitamos y porque desde una perspectiva que considera a los sujetos como sujetos de derechos, todos y todas tenemos que poder gozarlos en igualdad de condiciones y no da lo mismo que una parte quede sin esa posibilidad. Claro, sucede que sabemos que de la vigencia formal a la real hay una gran distancia. Pero Benegas Lynch no está diciendo esto, ni le interesa achicarla: por el contrario, vuelve a las mismas posiciones que históricamente consideraron que hay población de primera y otra de segunda y que el Estado solo está para asegurar el pleno desarrollo de las libertades individuales (y no para la construcción de una sociedad en la que cada quien pueda desarrollarse en comunidad, por ejemplo).
Desde ya, volviendo a los temas no abordados aquí, estas posiciones son decibles por muchas razones. Seguramente, y principalmente, porque es muy amplia la distancia entre lo que dicen las normas y lo que pasa en las escuelas y allí hay mucho por hacer y revisar. Sin embargo, la negación a la vida con derechos en igualdad que propone el señor Benegas Lynch, incluso capaz de hablar de «la estancia», como si estuviera en una reunión entre patrones o señores feudales, da cuenta de que la dirigencia oficialista solo viene a desarmar los andamiajes (débiles y perfectibles) que teníamos, sin temor a dejar a miles de pibes y pibas a merced de sus fantasías mesiánicas y mercaderes de la educación.