Opinión | A fondo

Los contenidos de la democracia

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El término democracia aparece siempre en disputa, y en muchas oportunidades sus «adalides» son sus principales enterradores. Porque cuando hablamos de los 30 años de democracia, esos años también incluyen los 90, un proceso en el que, en realidad, podría decirse que en el plano de la economía se concretaron los objetivos de la dictadura.
Los sectores de derecha advierten que la democracia peligra en cada oportunidad que peligran sus intereses. Los medios concentrados propagan las ideas de la conculcación de libertades y derechos.
En otros momentos históricos estas acciones declarativas e intimidatorias preanunciaban una crisis del sistema político, en la cual los factores de poder terminaban convocando a las fuerzas armadas, denominadas «reservas morales» de la Nación y «guardianas del estilo de vida occidental y cristiano» a «restablecer el orden y salvaguardar la democracia».
La tapa de Clarín posterior al golpe de 1976 marcaba en sus grandes titulares que se había «restablecido la normalidad en el país». El discurso de fondo, hipócrita siempre, fue que era imperativo avasallar la democracia para salvarla de las «fauces de la amenaza subversiva».
Ellos pretenden un tipo de democracia diferente a la actual. Prefieren la que siempre han concebido como el sistema para garantizar sus intereses, conservar sería el término preciso.
Ellos extrañan aquellas dinámicas en las cuales las «fuerzas vivas» –léase los poderes fácticos– establecían consensos –léase condicionaban– a los ámbitos políticos decisorios del Estado.
También añoran, vía lamento por el supuesto aislamiento internacional de la Argentina, que el Presupuesto Nacional no sea previamente aprobado por el Fondo Monetario Internacional.
Claman por mayor calidad institucional porque falta el ministro de Economía que le «comunique» al Poder Ejecutivo el «plan económico», por supuesto, previamente acordado con los grupos concentrados de poder nacionales y trasnacionales.
Les molesta el «desorden» de las movilizaciones populares y padecen nostalgia de la aplicación de la Doctrina de la Seguridad Nacional y todas sus facetas represivas.
Le temen a la consolidación de un sentimiento en los sectores populares: que es posible cambiar lo que haya que cambiar y que ellos pueden ser sujetos de esos cambios. Son saludables para la democracia los dispositivos anclados desde 2003. La recuperación y puesta en valor de la política mediante la interpelación de los grupos concentrados de poder constituye una piedra basal para un nuevo modelo de concebir la política, y de cómo a través de ella se encauzan los cambios que las mayorías ansían lograr.
La ruptura con el paradigma neoliberal se asienta en la decisión de devolverle vigencia al Estado por sobre el mercado y, desde allí, en tanto garante de lo público frente a lo privado, definir políticas macroeconómicas conducentes al logro de un bienestar de todos y para todos. Trabajo, salud, educación, vivienda, cultura, son entonces objetivos a lograr en un marco de equidad e igualdad de oportunidades y suponen un modelo de sociedad donde el crecimiento sea parte de un concepto de desarrollo multidimensional, económico, social y cultural.
La mejor forma de celebrar los 30 años de democracia ininterrumpida es poner en debate las vías para su profundización, y uno de los caminos esenciales es darle mayor encarnadura popular, más participación y protagonismo de la ciudadanía y que las prácticas democráticas no queden limitadas a la concurrencia al acto electoral.

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