Opinión

Pedro Saborido

Escritor y humorista

Mientras miro las nuevas olas

Tiempo de lectura: ...

Un señor recorre el barrio de su juventud. Con ternura, entrecerrando los ojos, y con una suave sonrisa melancólica va hablando para sí mismo mientras mira una parte del barrio de su infancia.
–¡Oh! El espíritu de mis años jóvenes sigue intacto en estas veredas… Los chicos jugando en la esquina con su pelota. Las vecinas charlando en la vereda. Don Tito y su almacén… La verdulería del Tano Genaro. Emilia con su hija sacando a pasear al perro… El aire de la primavera sigue siendo el mismo. El mismo que respiraba en mis días de adolescencia, de pararme listo para abrazar al mundo…Salir a la vida… La esencia del barrio es siempre la misma. Permanece con su flor y el perfume de lo eterno. Ah, si yo pudiera meterme dentro de este silencio…
De pronto la emotiva evocación fue interrumpida por una voz que con un ritmo machacante salía a todo volumen del parlante de un Ford Fiesta tuneado.
–«POQUÉ ME DEJATE… AH, AH… POQUÉ NO PUEDO OLVIDATE… OH, OH. ERE MALA , ERE MALA, YA QUE ME VESUFRIENDO-O-O… ERE MALA!»
–¿Pero qué es eso? –reacciona el señor en un grito abandonando su melancólico recuerdo.
–Disculpas Germán, no sabemos qué pasó… por favor, saquen ese auto de ahí… –dijo una mujer a la gente que estaba en la calle: un montón de actores representando el recuerdo de este señor, que continuó con su queja.
–Claribel, me dijiste que cortaban la calle, que arreglaban con toda la gente para que todo sea igual a cuando yo era joven… Y de pronto aparece esta cosa entre latina y tecno, cantada como si la voz saliera de una afeitadora y con ese ritmo de lavarropas bailable.
–A ver Germán: falló. Mil disculpas. Como ves, pudimos reconstruir la cuadra tal cual vos la recordaste. Pusimos el falso almacén, con una publicidad de Naranja Crush como nos contaste. Pensá que casi no quedan almacenes, son casi todos súper chinos. La verdulería con ese señor haciendo de Tano Genaro… Emilia y su hija, que incluso, mirá el detalle, la chica tiene una campera de jean de corderito… es decir, pusimos lo mejor como empresa… Hacemos todo lo posible por reconstruir lugares donde la gente fue feliz. A eso nos dedicamos. Pero siempre aclaramos que hay que tener un margen de tolerancia al presente.
–Me voy al pasado, a mi mejor pasado, precisamente porque no puedo tolerar el presente. Sobre todo cuando lo que me propone es una tragedia musical diseñada a partir de la inclinación humana a dejarse llevar por su pasado de primate que solo conecta con algún ritmo que le haga mover los glúteos en forma reiterada.
–Lo que estabas escuchando es trap. Es un género musical de este tiempo. Está por todos lados.
–Ese es el problema.
–Vas a tener que aceptarlo. La música marca épocas con su presencia. Y una de sus presencias más fuertes es el trap. Y va a haber más géneros musicales nuevos…
–Uy… ¿cómo cuáles?
–Andá anotando:
• «Popzziolla». Ritmo bailable con influencias de Piazzolla, más timbres vocales de Anamá Ferreyra y César Luis Menotti. Se baila con una ojota en la mano, y las letras indefectiblemente no deben tener la «M».
• «Fresco y Sinatra». Temas que interpretó Frank pero cantados mientras se come un queso y dulce.
• «Folcloro». Clásicos de nuestra tradición musical cantadas por un loro al lado de una pileta.
• «Milanga sureña». Es una milonga pero con ritmos marcados por rayaduras de pan y fondos sonoros de frituras.
• «Tactofónica». Música para abuelas sordas. El músico le marca ritmos a la abuela dándole golpecitos en los brazos, le roza la nuca para que se le ericen los pelos, le insta a que imite su respiración y le muestra imágenes buscando evocar aquello que provoca una melodía.
–¡Oh Dios! ¡No puedo entender estas cosas!
–Tampoco entendés cómo funciona tu páncreas o tu cerebro, y sin embargo lo aceptás. ¿O no tiene que existir todo lo que no entendés? No entendemos cómo funciona un teléfono, el motor de un auto, un calefón…
–El calefón no lo entiendo, pero me calienta el agua. Esto me molesta.
–Germán, vas a tener que aprender a esquivar o amortiguar lo que te molesta. Cuando vos eras joven muchos de tus mayores no entendían que escucharas a los Rolling Stones.
–Eso es obvio.
–Así de obvio es todo. Y es tan obvio, que se puede esquivar. Es decir: una de las características de lo obvio es que es muy visible. Y lo visible se puede eludir, esquivar. Lo obvio se puede obviar. No prosperes en la obviedad. Evitá volverte ese adulto cuasi mayor que alguna vez te despreció. No hace falta que te guste el trap. Ya aporta mucho si se lo dejás escuchar en paz a los que les gusta.
–Lo que pasa es que despreciar lo nuevo también es valorar lo que siempre tuve –se justificó el señor, casi haciendo pucheros.
–O sea, ¿Pink Floyd es más lindo porque el trap te parece horrible?
–Y… un poquito. El yin y el yang, la luz y la sombra…
–Bueno, está bien. Entiendo la necesidad de despreciar como catarsis frente al paso del tiempo. Pero para no convertirte en un viejo vinagre, te recomiendo no hacerlo más de quince o veinte minutos por semana.
–¿Puede ser los viernes?
–Seguro. Los viernes nuestra empresa tiene los «Grupos de desprecio a la novedad». Salimos quince minutos con una combi, y vamos despreciando todo lo nuevo que vemos por la ciudad. Y claro, incluye despreciar la música actual.
–¡Buenísimo!
–Ahora, dejamos de despreciar y volvemos a la parte de representar tu recuerdo… ¿Dale?
–Me gustaría ir al kiosco que Irma armó en la ventana de su comedor. Tocarle el timbre, que salga y yo pueda comprarle una «Mielcita».
–¡Excelente! ¡A ver todos! Preparen a la falsa Irma y las Mielcitas… Y un Topolín con sorpresa por si a Germán se le ocurre comprarse uno.

Foto: Shutterstock

Estás leyendo:

Opinión | Pedro Saborido

Mientras miro las nuevas olas