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Mundial

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Mi viejo me viene hablando de México 86 y de Italia 90 desde que tengo uso de razón. Que la mano de Maradona contra Inglaterra, que los penales atajados por Goyco contra Yugoslavia e Italia. Me taladró la cabeza con lo que todos ya saben. Esta vez, a mis 16 años, por fin supe qué se siente que la Selección argentina juegue una final: es algo hermoso. Y no sólo eso, porque en Brasil estuvimos muy cerca de ganarle a Alemania, más que en el 90, casi igual que en el 86: le jugamos de igual a igual al mejor equipo del torneo. Sobran los motivos para estar orgulloso del equipo de Sabella. Pero apenas terminó el partido, empecé a leer en las redes sociales y a escuchar en los medios y en la calle cómo lo criticaban a Messi. No son todos los hinchas de la Selección, pero me basta con que digan que es un «pecho frío», que vive en una mansión y no le importa nada el segundo puesto, que no es «D10S», para que me den ganas de contestarles uno por uno. ¿Qué esperaban? ¿Qué Messi ganara solo la Copa? ¿Haciendo magia? A Maradona lo conozco por los videos grabados de algunos partidos, pero tengo la suerte de ver a Messi en vivo y en directo. A veces discuto con mi papá, pero para mí Messi es mejor, mucho mejor. Además, me di cuenta de lo que significaba para él ganar el Mundial. Si alguien merecía la Copa, más que cualquiera de los 40 millones de argentinos restantes, era él. La Selección llegó hasta la final porque jugó como un verdadero equipo, pero también lo hizo gracias a los goles que metió Lio en los primeros cuatro partidos. Todos fueron decisivos para llegar con chances al último día, el más importante de todos: el de la final. Fue la primera vez en mi vida que vi a Argentina ahí. Quizás vengan otras. Pero ya no voy a tener que escuchar a mi viejo contándome qué se siente que la Selección juegue una. Gracias a esta Selección. Gracias a Messi.

 

Gonzalo Herreras
Tres de Febrero,
provincia de Buenos Aires

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