8 de febrero de 2023
Jerusalén. Netanyahu, en el acto en el que anunció su vuelta al poder, en noviembre.
Foto: NA
El primer ministro del Estado de Israel, Benjamín Netanyahu, ha demostrado tener una capacidad de resiliencia y recuperación pocas veces vista en la política de un país. Por sexta vez asumió como primer ministro contra gran parte del establishment político y mediático, ahora en coalición con representantes de la extrema derecha, que años atrás ni siquiera podían presentarse por sus expresiones racistas que pregonaban la expulsión de los palestinos. Vale la pena recordar que durante su anterior mandato soportó durante meses manifestaciones frente a su domicilio que pedían su renuncia por corrupto, rompió con algunos aliados importantes y más de una vez se armaron coaliciones opositoras cuyo único objetivo era impedir que retornara al poder. Y volvió.
Ya hace años que Netanyahu está envuelto en escándalos de corrupción que ahora han puesto en el centro de la escena su intención de modificar el poder judicial para evadir condenas en su contra. De hecho, las manifestaciones todos los sábados desde que asumió a fines de diciembre 2022 se concentran en el tema judicial y la amenaza que representaría Netanyahu para la democracia israelí.
Sin embargo, la trampa en la que cae la inmensa mayoría de los grupos opositores a Netanyahu es considerar que su persona representa una amenaza a la democracia combinado con el gran poder que tienen los partidos religiosos y de extrema derecha. Es una trampa porque plantean el tema de la democracia como si no existiera una población palestina que hace 55 años vive bajo una ocupación que se consolida día tras día con un sistema de apartheid.
Netanyahu puede tener tendencias autoritarias y haber abusado de su poder, pero aunque sea apartado del cargo el tema central no se resuelve. La llamada democracia israelí no podrá ser tal mientras se consolida una política de apartheid.