Opinión

Washington Uranga

Periodista, docente e investigador

Cambio en la escena geopolítica

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A la ofensiva. El mandatario republicano dialoga con periodistas tras firmar decretos en la Oficina Oval de la Casa Blanca, en Washington.

Foto: Getty Images

La puesta en escena de Donald Trump al asumir como presidente de Estados Unidos incluyó la firma de una serie de órdenes ejecutivas que abarcan un extenso abanico que va desde la determinación de expulsar masivamente a inmigrantes ilegales para devolverlos a sus países de origen, el no reconocimiento de la diversidad sexual hasta la negación del cambio climático. Vistas en conjunto, las medidas expresan ideológicamente la orientación de su Gobierno. Dentro de ese paquete, incluyó la decisión de retirar a su país de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de abandonar los acuerdos del llamado Tratado de París que, en el 2015, firmó la mayoría de los Estados del mundo, en el que asumen compromisos para hacer frente a las consecuencias del cambio climático y fijan objetivos de desarrollo sostenible (ODS) con miras a 2030. 

Buena parte de las decisiones de Trump dan cuenta del sentido de supremacía sobre el mundo que el estadounidense pretende instalar desde la Casa Blanca. Pero al margen del éxito o no que pueda alcanzar con esa pretensión, lo dicho y lo actuado dejan de lado toda consideración sobre el diálogo y el establecimiento consensuado de normas y de acuerdos para la gobernanza global. Una buena síntesis de esa filosofía quedó resumida en su frase «la paz se logra con fuerza». El mandatario no está dispuesto a dialogar, a negociar y ni siquiera a aceptar posiciones distintas de las propias.

Aun hoy las relaciones internacionales dicen regirse por el «multilateralismo», entendiendo por ello la acción colectiva de diferentes actores —países y organismos internacionales—, que coinciden en el beneficio de trabajar juntos para alcanzar un resultado positivo para todas las partes. Si bien el multilateralismo tiene sus raíces en los comienzos del siglo anterior, su consolidación se dio en 1945 con la creación de las Naciones Unidas, sobre los escombros de la Segunda Guerra Mundial y con el propósito enunciado de fomentar la paz, la seguridad y el desarrollo. También, como plataforma de acción colectiva para evitar o amortiguar los conflictos y garantizar la vigencia de los derechos humanos, entre otros temas.

Juntos y aliados. Mark Zuckerberg, Jeff Bezos junto a su pareja, Sundar Pichai, y Elon Musk, en la asunción de Trump.

Foto: Getty Images


Desigualdades de poder
A pesar de que el sistema multilateral creció y se expandió en cuanto a temas e incumbencias aspirando a la gobernanza global, la historia ha demostrado en gran parte de los casos su inoperancia, dada las desigualdades de poder entre las potencias y el resto de los países a los que no se respeta, a pesar de ser mayoría. A esto hay que sumar la influencia cada día mayor de intereses económicos que operan por fuera de los sistemas políticos. Una prueba de ello es el decepcionante funcionamiento del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, donde los vetos cruzados hacen inválidos los llamados a la paz y tornan imposible cualquier acción que afecte los intereses de los miembros poderosos o de sus aliados. Las diferentes resoluciones sobre Israel y Palestina son fiel muestra de lo anterior. Pero la inoperancia del sistema multilateral también se hace evidente en otros casos. Solo para mencionar dos: a pesar de las abrumadoras mayorías que logra en el Comité Especial de Descolonización el llamado para que el Reino Unido negocie con Argentina sobre la soberanía de Malvinas, los británicos no acatan la resolución; de la misma manera que Estados Unidos desconoce año tras año la demanda casi unánime de dar por terminado el bloqueo económico, fiscal y financiero a Cuba.

El multilateralismo se basa en una filosofía que incluye resolución colectiva de problemas, igualdad e inclusión para todos los actores con independencia de su tamaño y poder, responsabilidad compartida, un orden internacional basado en reglas, diálogo y diplomacia, desarrollo sostenible y no dejar a nadie atrás. Esto último fue ratificado en la agenda suscripta en París, en el 2015, que subraya en particular el compromiso con el progreso y el desarrollo inclusivo para todos, y, según se dijo, contemplando en ese marco los problemas más graves que enfrenta la humanidad, como la erradicación de la pobreza, la acción climática y la justicia social.

La decisión de retiro de la OMS adoptada por Trump cinco años después de la pandemia del Covid-19, seguida de la determinación de cortar el suministro estadounidense de medicamentos a países pobres, y de la expulsión y regreso forzado de inmigrantes a México, a Brasil y a Colombia, habla del desprecio del presidente del Estados Unidos por los acuerdos entre países, por los organismos internacionales, por el sistema multilateral y por los mecanismos de gobernanza. Lo mismo puede decirse ante el desconocimiento de las resoluciones de París sobre los objetivos de desarrollo sostenible. «Nosotros no necesitamos de ellos; ellos necesitan de nosotros», reitera Trump en cada caso.

La foto de los directivos ejecutivos y gerentes de las grandes tecnológicas junto al presidente estadounidense en su asunción no solo habla de una alianza, sino que también refleja de manera genuina un nuevo pacto de gobernabilidad. Allí estaban, entre otros, Mark Zuckerberg (Meta), Jeff Bezzos (Amazon), Sundar Pichai (Google) y Elon Musk (Tesla, SpaceX). Este último asumió además un cargo ejecutivo en la nueva administración. Todos representan a las nuevas plataformas tecnológicas, al sistema financiero mundial y a las grandes fortunas. También, son la renovada representación de la alianza para la gobernanza global que Trump dice conducir y que hace más que nunca obsoleto e ineficaz al sistema multilateral tal como lo conocimos hasta ahora. 

Mientras tanto, afloran alianzas alternativas a las que hay prestar atención y que intentan dejar atrás la hegemonía estadounidense en un mundo que se reconfigura a pasos acelerados. El ejemplo más notable es el BRICS, que hoy reúne a Brasil, India, China, Sudáfrica, Rusia, Arabia Saudita, Irán, Egipto, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía como miembros plenos, y a Bielorrusia, Bolivia, Indonesia, Kazajistán, Cuba, Malasia, Tailandia, Uganda y Uzbekistán como nuevos socios. Juntos representan al 40% de la población mundial, el 37% del PIB y un 26% del comercio internacional. Hay otro escenario, con viejos y nuevos actores en la disputa global.

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