31 de octubre de 2013
Veo cada vez con más preocupación el crecimiento de la población de palomas en la ciudad de Buenos Aires. No sé si en el Conurbano ocurrirá lo mismo, pero he notado últimamente que las palomas, parecen estar reproduciéndose a un ritmo acelerado. Y no sólo eso, a diferencia de años atrás, cuando estas aves se espantaban fácilmente, ahora están cada vez más atrevidas y en algunas plazas hasta resulta dificultoso avanzar por los senderos si las palomas están comiendo, ya que no echan a volar asustadas sino que permanecen en su sitio como diciendo «andá por otro lado que estamos almorzando».
Hasta podría parecer algo gracioso, o una situación simpática, si no fuera que, como toda superpoblación de una especie animal, prácticamente podría decirse que se han transformado en plaga. E incluso generan gastos, no sólo para el erario público sino también para los ciudadanos, ya que cada vez son más las casas particulares y edificios públicos que se ven obligados a colocar pinches de alambre o tejidos metálicos para evitar que aniden y defequen.
Entre otros problemas que traen los nidos de palomas es que están llenos de piojos. Sí, piojos, me tocó sufrirlo, miles de piojos en la ventana de la cocina de mi casa. Además son causantes de ciertas enfermedades según estuve leyendo. Por ejemplo, transmiten la sitacosis, que en las personas produce un tipo de neumonía. Cuando las heces se secan luego se convierten en polvo, que, llevado por el viento o cuando los animales aletean, hace ingresar a las vías respiratorias los hongos que las componen.
Se habló de usar predadores, como algún tipo de aguiluchos pero tampoco parece una opción muy acertada. Las autoridades deberían elaborar un plan serio de reducción de estas aves antes de que esto se transforme en un problema sin solución.
Omar Contreras
Ciudad de Buenos Aires