Opinión

Ezequiel Fernández Moores

Periodista

Papá Noel en París

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El PSG ni siquiera existía en el Mayo Francés del 68. Un grupo de jugadores tomó la sede de la Federación de Fútbol de Francia, a pocos metros de los Campos Eliseos. Encerraron a los dirigentes en un salón y colgaron un cartel que decía «El fútbol para los futbolistas». Los únicos dos profesionales de la toma eran del Red Star. El club, fundado en 1897 por jóvenes católicos, fue mudado en 1911 a un barrio obrero y comunista a las afueras de París. «Cambió la barba de Jesucristo por la de Carlos Marx». Igual que Racing Football Club (también parisino), el Red Star ya lleva medio siglo en el ascenso, feliz con sus banderas del Che Guevara, el Bella Ciao, defendiendo inmigrantes y causas feministas. Muy lejos del Fútbol S.A. En 1924, París amó al fútbol. Más de 40.000 personas colmaron el estadio de Colombes, al noroeste de París, y otras 10.000 quedaron afuera, para la final de los Juegos Olímpicos que Uruguay le ganó 3-0 a Suiza. Y también hubo estadios colmados en el Mundial de 1938, jugado en una Francia gobernada por la izquierda y ganado por la Italia que saludaba a Benito Mussolini. Pero en ambos casos, París sufrió la decepción de su propia selección. En los 60 comenzó el ocaso de Red Star y Racing. Y París, como escribió el sociólogo británico David Goldblatt, se convirtió «en un desierto de fútbol». Todo cambió con la conquista del Mundial 98. En 2011 Papá Noel, disfrazado de emir qatarí, arribó a París de la mano del entonces presidente Nicolas Sarkozy. Compró un club fabricado. Cambió skinheads por inmigrantes en las tribunas. Y, lo más importante, fabricó éxitos. Más que lavar dinero, el fútbol lava imagen. Catalanidad mediante, Barcelona suele decir que es «Más que un club». Eso es exactamente el PSG. El nuevo club de Leo Messi es una operación de Relaciones Públicas. El Emirato de la Pelota.

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