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Como si fuera poca la polémica que despertó la toma del Colegio Nacional Buenos Aires y las pintadas y roturas que un grupo de alumnos provocó en la iglesia anexa al colegio, leo ahora con preocupación que un grupo de skinheads se presentó en las puertas de esa institución educativa y no sólo se manifestó en forma agresiva hacia los adolescentes que habían protagonizado esos hechos sino que también amenazó con volver «para darles su merecido». Se presentaron como «nacionalistas católicos», pero como quedó en evidencia por las fotografías publicadas en los diarios y las imágenes televisivas, se trató de un grupo de unos 30 ultraderechistas, tal como los calificó el rector.
Más allá de que la actitud de los alumnos no fue correcta –y por lo tanto seguramente recibirán las sanciones que el colegio prevé para estos casos– es altamente preocupante que un grupo de adultos violentos (portaban palos, además de banderas argentinas) se arrogue el derecho de «castigar» a un grupo de chicos por un accionar equivocado. Y no hablamos de cualquier violento, hablamos de unos tipos que tanto en Alemania y Francia como en Grecia han sido protagonistas de hechos vandálicos y hasta de asesinatos de inmigrantes y personas de minorías étnicas. La Justicia griega ha demostrado estos días que los neonazis habían conformado una agrupación criminal. Algunos de ellos son incluso diputados, y ahora se les imputan 10 asesinatos en grado de tentativa o comisión.
El rector del Buenos Aires pidió custodia policial, pero las autoridades del Gobierno porteño tendrán que estar atentas a que estas manifestaciones de intolerancia no pasen a mayores ni se extiendan a cualquiera de los otros conflictos que se suceden a diario en una gran ciudad.

 

José Pérez
Ciudad de Buenos Aires

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