Opinión | A fondo

Políticas públicas y participación ciudadana

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En el comienzo fue la crispación. Pero no nos referimos al origen de los tiempos, porque entonces era el caos, según consta en el primer capítulo del Antiguo Testamento. La palabra en cuestión comenzó a instalarse en los medios y en buena parte de la opinión pública a partir del conflicto por la Resolución 125, allá por 2008. Esa expresión, utilizada machaconamente por comunicadores sociales y referentes del arco opositor al Gobierno nacional, pretendía condensar el clima de aquella coyuntura. «La gente está crispada», se decía en referencia al estado de ánimo de la población, aunque en rigor, esta repetición del término, así como la forma y el contenido de las informaciones suministradas por los medios hegemónicos, provocaba precisamente esa sensación.
Como todas las modas, la palabreja funcionó durante un tiempo y luego dio lugar a otras. Hoy en día, el vocablo más utilizado por esos mismos formadores de opinión es «hartazgo». Nuevamente, «la gente –ese conglomerado de individuos cuyo parecer determina el discurso oportunista de políticos y periodistas– siente hartazgo frente a la inseguridad». En rigor, el problema existe. No hay que ocultarlo ni subestimarlo. Pero como dijo el padre Juan Carlos Molina, titular del Sedronar, «hay que incorporar 15.000 policías retirados y 15.000 maestros, médicos, obreros, psicólogos, enfermeros, operadores, jubilados», y agregó: «Subvencionemos los botones de seguridad y también los comedores, los pequeños hogares. Compren muchos chalecos y balas, pero también tripliquemos las becas deportivas, culturales y terapéuticas. Controlen las motos y a los que venden alcohol y a las farmacias que venden psicofármacos sin control».
La siembra del odio da sus frutos a la hora de buscar adhesiones electoralistas. Veamos, por ejemplo, lo que ocurre en Europa, donde la derecha xenófoba cosecha votos. Semejantes conductas destructivas del diferente han sido en todos los tiempos obra de seres humanos. Ya lo dijo con dolor y sabiduría Primo Levi, sobreviviente de uno de los campos de concentración nazi: «Esto ha sido hecho por los hombres, y por lo tanto puede volver a repetirse».
Hay mucho por hacer; en primer lugar, desde el Gobierno nacional y también desde cada uno de los gobiernos provinciales y municipales. Pero eso no se resume al refuerzo en cantidad y pertrechamiento de los efectivos policiales, sino que debe incluir mecanismos de participación ciudadana que posibiliten la prevención. Es necesario actualizar el Código Penal, sometiendo el contenido del anteproyecto elaborado por un comité de expertos al debate parlamentario, sin chicanas obstruccionistas. También hay que profundizar las reformas estructurales de las fuerzas de seguridad interna, habida cuenta que muchos delitos provienen de sus propias filas.
Debe existir un código de ética periodística para la difusión de noticias relacionadas con la temática que nos ocupa, ya que la reiteración de un mismo crimen en TV y radio a lo largo de un día termina instalando la sensación de que hubo un sinnúmero de hechos delictivos de gravedad. Hay que tener mucho cuidado con el pesimismo y el desaliento inducido por los mensajes que infunden miedo. El temor paraliza, pero también provoca opiniones como «esto no da para más», «estamos peor que nunca». De allí al «que se vayan todos» o «con los militares estábamos mejor» hay un pequeño paso. Y esto no es mera especulación teórica, sino el fruto de los recorridos por las calles porteñas y el contacto con los vecinos.
En conclusión, hay que atacar la inseguridad con políticas públicas y participación ciudadana, adecuar las leyes y el Poder Judicial en defensa de la convivencia respetuosa, pero, sobre todo, no hay que dejarse seducir por el discurso atemorizador y paralizante. Hay que tamizar esos mensajes por el pensamiento crítico y asumir el compromiso de defender la democracia y sus instituciones, porque en eso nos va la vida.

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