9 de noviembre de 2025

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Como todos los años, la Real Academia de las Ciencias de Suecia otorgó sus premios Nobel, y luego entregó el «Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel», mal llamado «Nobel de Economía», pues en rigor, no es tal. A diferencia de otros premios, como el Oscar en el cine, el Nobel, además de prestigio, otorga a cada ganador un millón de euros. Al premiar personas, propaga una ideología individualista que omite el rol de las instituciones que hacen posible el trabajo de los científicos. Desde su creación en 1969, lejos de consistir en un aporte a la ciencia ha servido para naturalizar el capitalismo occidental.
Este año, los premiados fueron Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt «por haber explicado el crecimiento económico impulsado por la innovación». Al destacar «el crecimiento económico», la «libertad» y la «destrucción creativa», el presidente Javier Milei se dio por aludido: «¡Ganó el crecimiento económico! Ganaron los tecno-optimistas y los neoschumpeterianos que creen en la destrucción creativa como el camino para alcanzar el desarrollo». Veamos qué se premió.
El historiador Mokyr identificó a la libertad como el prerrequisito para un crecimiento sostenido a través del progreso tecnológico en el período 1750-1914. Pero ese período coincide con grandes inequidades e injusticias, como la economía colonial y el posterior reparto del mundo entre las potencias imperiales, que condenó a la pobreza y miseria a continentes enteros, a través del despojo de sus recursos naturales, la explotación de la mano de obra, y la falta de derechos políticos y civiles más elementales. Es sugestivo que la investigación de Mokyr termine en 1914, año en que estalló «la Gran Guerra», seguida por la «Segunda Guerra Mundial», ambas carnicerías sin sentido que degradaron la condición humana. «Los sueños de la razón engendran monstruos», decía un grabado del gran Goya, testigo de las matanzas en las guerras napoleónicas, en medio del período estudiado por Mokyr.
Por su parte, Aghion y Howitt han impulsado la teoría del crecimiento sostenido a través de «la destrucción creativa», un concepto popularizado a mediados del siglo pasado por Joseph A. Schumpeter, el menos austríaco de los autores de la escuela austríaca, estudioso, crítico y a la vez respetuoso de la obra de Carlos Marx. Fue precisamente Marx quien desarrolló por primera vez el concepto al señalar las características de la competencia capitalista, alejando a la economía política del callejón pesimista del crecimiento en autores previos. Ello no pone a Marx dentro de los apologistas ingenuos del progreso que vinieron después. La competencia capitalista llevaría a la concentración económica y grandes monopolios que serían incompatibles con mejoras en la distribución del ingreso y el desarrollo en los países dependientes. Por ejemplo, una innovación como la IA es disputada entre los gigantes Google, Amazon, Facebook y Apple, quienes intentan bloquear a empresas más pequeñas. Incluso no dudan en recurrir a sus Estados nacionales para frenar el avance de China en este campo. A diferencia de lo que plantean Aghion y Howitt, no queda el mejor, sino el más poderoso.
Para pensar estos problemas del desarrollo, parece más interesante volver a visitar la tesis del economista argentino Raúl Prebisch, fundador de la Cepal, quien en 1963 denunció «la debilidad congénita de la periferia para retener el fruto de su progreso técnico» respecto a los países centrales. En cambio, Milei apoya abiertamente a los monopolios (así justificó su abandono de la escuela neoclásica para pasarse a la austríaca), y ha declarado que las empresas argentinas que no puedan competir ofreciendo un mejor producto a menor precio debían quebrar. Desde que comenzó su mandato la economía sigue estancada y han quebrado miles de empresas, no por la destrucción creativa propugnada por él y los Nobel aludidos, sino por las políticas desregulatorias, aperturistas y recesivas de su Gobierno.
