Opinión

Alejandro Schachter

Economista

Un motor para la producción

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A fines de marzo, el BCRA extendió para un nuevo semestre la Línea de Financiamiento para la Inversión Productiva (LFIP). La misma establece, para cada entidad financiera, una exigencia de créditos a las mipymes que equivale a un porcentaje de sus depósitos, determinando además que al menos un 30% de dichas financiaciones deben estar orientadas a proyectos de inversión. Las tasas de interés máximas contempladas actualmente en esta línea (35% para los proyectos de inversión y 45,5% en los préstamos de capital de trabajo) se ubican por debajo de la inflación, conformando así una herramienta valiosa para el desarrollo productivo. La relevancia de esta política se pone de manifiesto al observar la evolución de los préstamos dirigidos a las mipymes durante los últimos años. Estos tuvieron un incremento del 197% entre enero de 2020 y enero de 2022, más que duplicando el crecimiento en igual período de los préstamos totales del sistema financiero (que lo hicieron al 88%). En la actualidad, las líneas crediticias orientadas a mipymes representan un 24% del saldo total de financiaciones del sistema, mientras que dos años atrás solo representaban el 15%. El rol de la LFIP ha sido crucial para ello, explicando en el último semestre dos tercios del financiamiento total a las mipymes. No resulta casual que esto ocurra en sintonía con el fuerte crecimiento de la producción industrial, que a fines de 2021 ya se ubicaba por encima de las cifras de 2018 y 2019, cuando las tasas de interés eran muy superiores a las actuales. El análisis de nuestra historia reciente muestra que las medidas de estímulo al crédito productivo tienen un impacto concreto en la producción y el empleo. En consecuencia, la continuidad y profundización de las políticas de financiamiento al sector mipyme deben entenderse como acciones indispensables en pos del desarrollo económico nacional.

NA