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Vacaciones

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Todos los años, cuando empiezan las vacaciones de invierno, una especie de histeria colectiva se apodera de padres, madres y medios de comunicación. «¿Qué hacer con los chicos? ¿Cómo sobrellevar el receso escolar?», se preguntan desde las pantallas de los noticieros al presentar notas con propuestas para el tiempo libre en las que las vacaciones son consideradas como una prueba difícil de sobrellevar. En todas partes se escucha que durante estas dos semanas es imprescindible «hacer algo» con los chicos, que necesariamente hay que «sacarlos a pasear» como si fueran perritos, que es inimaginable quedarse con ellos en casa. Lo más triste es que muchos padres comparten esta visión y llegan a las vacaciones, que deberían ser un tiempo de descanso, con angustia y desesperación. Hay que salir, hay que comprar, hay que gastar y consumir, parece ser el mandato. Salir al cine, al shopping, al teatro. Comprar globos, pochoclo, golosinas, cajitas felices, juguetes, merchandising del Sapo Pepe y todo lo que el mercado tenga para ofrecer. Soy madre de una nena y un varón de 7 y 9 años y cada vez que llega esta época del año me pregunto lo mismo: cuándo se impuso en nuestra sociedad esa idea de que compartir el tiempo libre con los hijos es algo displacentero, arduo, trabajoso, que requiere consejos de expertos y una guía de actividades minuciosamente planificada.

 

Andrea Fried
Ciudad de Buenos Aires

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