14 de agosto de 2013
Una vez más la imprudencia de alguna gente para conducir un vehículo ha provocado una grave tragedia. Acabo de apagar el televisor. Las imágenes del estado en que quedaron los autos después del suceso son impactantes. De alguna manera necesito ponerlo en palabras y expresar la impotencia que me provoca ver cómo se ha segado una vida sólo porque algunas personas se sienten «poderosas» al volante.
Me refiero al choque ocurrido en la esquina de Carabobo y Directorio, a treinta metros de mi casa; quizá por eso me tocó de tan cerca. El auto de dos irresponsables venía por Directorio a más de 100 kilómetros por hora (algunos hablan de 150), pasó el semáforo en rojo y embistió al taxista, que perdió la vida en el acto. Fue tal la violencia del impacto que el tanque de gas del taxi salió despedido y destruyó la vidriera de una inmobiliaria. El auto responsable chocó a su vez a otros tres autos, que quedaron destrozados. No hubo más víctimas fatales porque fue por la mañana temprano. Ni pensar si hubiese sido al mediodía.
Me recordó a otro hecho reciente en el Centro, cuando un auto a toda velocidad pasó en rojo e impactó contra un taxi que se incrustó en un local de comidas rápidas, que se incendió. 8 personas terminaron heridas. También al caso de Sebastián Cabello, que, corriendo picadas, impactó contra el auto donde iban una mujer y su hija, matándolas en el acto. Fue condenado a 12 años de prisión pero sólo estuvo 18 días en un penal.
Es comprensible que cualquiera pueda cometer un error al manejar y provocar un accidente en forma involuntaria, pero correr picadas o conducir a 150 kilómetros por hora por una avenida no es un error, es atentar abiertamente contra la vida de los demás. Es hora de que estos desaprensivos paguen sus crímenes como cualquier delincuente.
Graciela Muñoz
Ciudad de Buenos Aires