9 de octubre de 2024
Secuela de la dictadura, e incluso con la llegada de la democracia, los investigadores del Conicet eran víctimas de hostigamientos. La ciencia y la técnica, siempre en el ojo de la tormenta.
El desinterés por la ciencia, o el manifiesto interés por destruirla, no es nuevo. Así lo atestiguan las páginas de Acción, que cuatro décadas atrás, bajo el título «Materia gris o dependencia», denunciaban ataques anónimos al Conicet «que intentan sembrar la desconfianza acerca de las intenciones de la actual conducción gubernamental en el área de ciencia y técnica», que habían advertido «la necesidad imperiosa de que la investigación vuelva a ser uno de los ejes de la actividad universitaria».
Las autoridades venían manifestando «su preocupación por lograr que la opinión pública nacional adquiriera conciencia del valioso patrimonio científico del país que está aquí y en el exterior» y habían elaborado un plan «para aprovechar la experiencia de los investigadores exiliados». Dada la imposibilidad real de lograr un retorno masivo de científicos, la alternativa era ofrecerles venir por plazos breves para dar cursos, participar en congresos «y ayudar así a formar y reciclar investigadores en las más diversas áreas».
Entonces aterrizaron en suelo argentino el biólogo y candidato al premio Nobel César Milstein; el director del departamento de Biología Molecular del Instituto Pasteur de París, Roberto Poljak; y Gregorio Weber, miembro de la Academia de Ciencias de los Estados Unidos, entre otros, quienes ayudaron a «consolidar la formación de los investigadores argentinos» y crear lazos más estrechos entre los que vivieron en el país y quienes lo hicieron en el exilio para ir «curando las heridas».
Reivindicación
Sin embargo –dice el texto– «en el ámbito de las ciencias las heridas fueron verdaderamente hondas: miles de emigrados, persecución y muerte, macartismo, eliminación de carreras universitarias, identificación de ciertas actividades científicas –sociología, antropología, psicología– con subversión y tantas otras aberraciones».
Mientras tanto, los «manifiestos empeños», tanto del secretario de Ciencia y Técnica, Manuel Sadosky, como del propio director del Conicet, Carlos Abeledo, para poner en marcha los engranajes de las distintas piezas del sistema científico eran superados por los problemas presupuestarios del área, que mes a mes pasaban a primer plano «a medida que el costo de vida seguía subiendo y los sueldos quedaban atrás». Sin embargo, y pese al contexto, llegó una reivindicación para los investigadores científicos cuando fueron equiparados en sus remuneraciones a las de los profesores de la universidad. Hasta ese entonces, los sueldos eran inferiores hasta en un 60% menos que sus colegas universitarios.
Materia gris
El informe evocaba las reflexiones del tecnólogo y ensayista Jorge Sábato, quien insistía en que el país «debía centrar sus mayores esfuerzos en desarrollar su principal riqueza, la materia gris de sus habitantes», al tiempo que opinaba que «en un mundo donde la investigación científica avanza a velocidades cada vez más aceleradas, solo los países capaces de desarrollar la ciencia y la técnica acordes con las naciones más adelantadas podrían salvarse del subdesarrollo que ensancha la brecha tecnológica y es acentuado por esa misma brecha».
El diagnóstico estaba claro: era necesario coordinar la investigación, el desarrollo tecnológico y la transferencia a los sectores productivos para remontar la crisis básica del país, con la ciencia y la tecnología como factores inmediatos de la producción.
Como si fuera necesario recordarlo también hoy, el texto concluía: «Cada vez más, la producción depende de la materia gris y, si las inteligencias emigran, el destino productivo de la Argentina está marcado».