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La enfermedad silenciada

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Con «Aproximación a la locura», Acción indagaba sobre la salud mental y las secuelas de la represión desde el silencio de la alienación y el regreso a un concepto comunitario.

«Quizás uno de los más sensibles indicadores de lo que ha pasado en la Argentina en estos años, estos ocho dramáticos años, sea el cuadro que encontramos en el campo de la salud mental de nuestro pueblo», fueron las palabras del entonces ministro Aldo Neri al poner en marcha el Plan Nacional de Salud Mental en la sede del Ministerio de Salud y Acción Social.

Ya para 1981 el Conicet daba a conocer que «alrededor de la mitad de la población argentina podría ser encuadrada en el terreno de la enfermedad mental, en un amplísimo espectro que abarca desde las generalizadas neurosis hasta graves cuadros psiquiátricos».

El informe de Acción reflejaba que «sobre la base de cinco décadas de deterioro constante de la vida nacional en todos sus ámbitos, los efectos de la represión, las desapariciones de miles de personas, la tortura, la censura cultural, el miedo y las secuelas de la guerra de las Malvinas completaron un panorama de crisis que, indudablemente, se descartó sobre el equilibrio mental de la población».

Y agregaba un dato que parece no tener distancia en el tiempo: «La inflación es un factor altamente perturbador de la vida psíquica y la Argentina encabeza las estadísticas mundiales del rubro desde hace años». Aunque la dictadura militar dejaba sus huellas imborrables, las deficiencias en el abordaje de los problemas de la salud mental «son un viejo mal en el país», advertía Neri.

El texto repasa los avances en la materia y cómo durante la década del 60 la salud mental se ordenó bajo el ala del Estado, con hospitales psiquiátricos que establecieron pautas sustentadas en la idea de la comunidad terapéutica –que hizo «trizas la pareja loco-alienista»– e incorporó innovaciones teniendo en cuenta no solo a la persona enferma, sino también a su familia, médicos, psicólogos y enfermeros.

Pero con la llegada de «los clarines y los sables», del 66 en adelante la salud mental empezó a ser mala palabra y así lo explica la publicación: «La trenza manicomial, constituida por los herederos de aquellos médicos psiquiatras que habían consolidado la separación entre el loco y la sociedad sana que debía ser protegida, volvieron por las suyas y poco a poco se apoderaron del Borda, del Moyano y los demás manicomios». Aquellos establecimientos que habían sido creados con ideas «relativamente progresistas para la época», con el paso del tiempo se convirtieron en centros del horror y fueron desarticulando la idea de la prevención como base para la acción sanitaria del Estado.

La dictadura también silenció a la enfermedad mental y todo lo que implicara atención a lo social fue considerado subversivo: se cerraron carreras de ciencias sociales y disminuyó drásticamente la matrícula de psicólogos y sociólogos, sobreviviendo corrientes existencialistas y conductistas en detrimento del psicoanálisis «de tradicional arraigo y jerarquía en Argentina».

También desde 1966 a 1983 «el país sufrió la avasalladora ofensiva de los grandes laboratorios farmacéuticos» y todo lo que había limitado y puesto freno la Ley Oñativia fue pasado por encima. El lucro tuvo consecuencias sobre los psicofármacos, cuyo consumo se convirtió en un problema mayúsculo en la Argentina de la «patria financiera».

Pero había llegado la democracia, y volvía a surgir la idea de «prevenir antes que curar». Desde el Plan Alimentario Nacional hasta el Plan Nacional de Salud Mental, los responsables de la salud pública proponían «un giro completo respecto de lo hecho durante los años del Proceso». El comienzo con un enunciado de intenciones que llevaría años reparar.

«Si algo necesita la salud mental de los argentinos es la posibilidad de revisar lo pasado, de pensar en profundidad los por qué y los cómo de lo ocurrido», proponía la nota y convocaba a «volver, poco a poco, a una vida más normal, a un estilo de vida que el argentino casi desconoce, donde la solidaridad, la colaboración mutua, la cooperación desinteresada, sean superiores al lucro y la represión». 

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