Economía

Alimentación consciente

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Un tercio de los productos de consumo humano sufre pérdidas y desperdicios en distintas etapas de la cadena agroindustrial y comercial. Plan para elevar la competitividad.

 

Perjuicios. Se consume la mitad de las frutas y hortalizas cosechadas. Gran parte se pierde en la producción y procesamiento. (Gerónimo Molina/Sub.coop)

En todo el mundo se pierde o desperdicia entre un cuarto y un tercio de la producción de alimentos para el consumo humano, según certifican distintos organismos internacionales. Lo mismo ocurre en la Argentina, y supone recortar cada año los ingresos en divisas y la rentabilidad de los productores locales en miles de millones de dólares. En un sentido amplio, el fenómeno impacta además en los niveles de competitividad que registra cada eslabón de la cadena agroalimentaria. Del problema se tiene clara conciencia desde hace ya tiempo, pero las acciones concretas para mitigarlo son más recientes y los resultados comienzan a verse. Un ejemplo son los 750 millones de dólares anuales extra que el país consigue en la actualidad, al reducir las pérdidas de granos en los procesos de cosecha y poscosecha que se contabilizaban 10 años atrás. El desafío, con todo, no se reduce a granos y oleaginosas, ya que se repite en todas las cadenas agroindustriales, desde los lácteos hasta las frutas y hortalizas; desde los distintos tipos de carne hasta los alimentos procesados. Y una parte no menor de la cuestión excede a los productores, pues reside en las redes industriales, comerciales y en los mismos consumidores.
Por esto, una prioridad en la agenda de los próximos años será «reducir las pérdidas y desperdicios en el sector agroalimentario, lo cual también se relaciona con el uso de los recursos naturales y hasta con los niveles de pobreza», afirma el ministro de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, Carlos Casamiquela.
La cartera gubernamental, por lo pronto, lanzó en junio pasado un programa nacional orientado a atender la problemática, como un aspecto estratégico para mejorar la seguridad alimentaria y nutricional, y en respuesta, en gran medida, a la prédica que viene realizando la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Las pérdidas –advierte el organismo– «suceden principalmente durante la producción, poscosecha, almacenamiento y transporte», mientras los desperdicios «ocurren durante la distribución y consumo, en relación directa con el comportamiento de vendedores mayoristas y minoristas, servicios de venta de comida y consumidores que deciden desechar los alimentos que aún tienen valor». En este sentido, el Programa nacional apunta en su primera etapa a coordinar, proponer e implementar políticas públicas, en consenso con representantes del sector público y privado, sociedad civil y organismos externos, que atiendan a las causas y los efectos del fenómeno.
La iniciativa diferencia, por un lado, las pérdidas asociadas con la disminución cualitativa o cuantitativa de alimentos durante el proceso productivo; y por otro, con el desecho de alimentos que se vincula con el comportamiento de los vendedores mayoristas y minoristas, servicios de venta de comida y familias.
El plan oficial contempla las estimaciones del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), según las cuales solo se consumen la mitad de las frutas y hortalizas que se cosechan. Esto se relaciona particularmente con las etapas de producción, poscosecha y procesamiento, que son responsables de aproximadamente un 80% de esa pérdida. «Las pérdidas y desperdicios de alimentos impactan en la sostenibilidad de los sistemas alimentarios y reducen la disponibilidad local y mundial de comida», advirtió el secretario de Agricultura, Gabriel Delgado. Esos procesos, agregó, «achican los ingresos de los productores; elevan los precios a los consumidores; impactan de manera negativa en su nutrición y salud; a la vez que afectan el medio ambiente, debido a la utilización no sostenible de los recursos naturales».

 

Mayor racionalidad
Solo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se desechan aproximadamente entre 200 y 250 toneladas diarias de alimentos en condiciones de ser consumidos, los cuales representan unas 550.000 raciones de comida. En la actualidad esa cifra puede ser mayor, ya que la estimación fue realizada en 2011 y deben contabilizarse los avances productivos y de consumo desde entonces. El análisis fue efectuado por el Instituto de Ingeniería Sanitaria de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires, junto con la Coordinación Ecológica Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE).
Si se considera el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA), el volumen de desperdicios de alimentos en condiciones de ser consumidos se incrementaba (en 2011) a 670 toneladas diarias. Es decir, casi 1,7 millón de platos de comida, cada jornada. Para los técnicos que realizaron estas evaluaciones, los reclamos mediáticos y políticos de las organizaciones de agricultores olvidan esta cuestión y se concentran en aspectos productivistas y de rentabilidad. De allí que reduzcan sus propuestas a aspectos fiscales, crediticios y de política cambiaria. Más allá de esas cuestiones, se desconocen otras vías de mejoras de ingresos que agreguen mayor racionalidad al conjunto del sistema agroalimentario.
Con este fin, el Ministerio de Agricultura admitió la necesidad de «profundizar el diseño de instrumentos de intervención política», para ayudar a reducir las pérdidas y desperdicios de alimentos. Fundamentalmente, a través de «la concientización –en los distintos eslabones de la actividad agroindustrial y la intermediación– de las causas que generan pérdida y desperdicios y de las posibles acciones para su mitigación».

 

Programa y diagnóstico
La propuesta gubernamental revaloriza la necesidad de participación de todos los agentes que intervienen en las distintas producciones hasta el consumidor, de manera organizada. En un primer momento, para investigar y coordinar iniciativas, actividades y proyectos entre los actores implicados en la producción primaria, elaboración, distribución y consumo de alimentos. La meta consiste en facilitar el acceso a tecnologías apropiadas en cada eslabón de la cadena de productos básicos.
En este sentido, el ministro Casamiquela relacionó la reducción de pérdidas en el agro, en los últimos años, con el «trabajo de investigación y de transferencia tecnológica, en algunos casos vinculados con el INTA; en otros, con el mundo académico; y fundamentalmente, con la suma de empresas del sector de la producción de cereales de la zona pampeana, que fueron ajustando el diseño de las maquinarias».
Otra línea de trabajo se orientará a completar los diagnósticos en infraestructura de almacenamiento y transporte, que permitan proponer medidas que minimicen la pérdida de productos en las etapas de poscosecha y distribución. Antes de fin de año, señaló el secretario Delgado, se conocerán los resultados del «Diseño metodológico para la estimación de los desperdicios de alimentos de la Argentina, en las etapas de distribución y comercio minorista, y consumo en el hogar, en vías de ejecución». Igualmente, se elaborarán manuales de buenas prácticas y de recomendaciones, a la vez que se impulsarán campañas de sensibilización sobre los perjuicios de la pérdida y desperdicio de alimentos, y se promoverán acciones que apunten a su revalorización y al consumo responsable. «Se trata de instalar un nuevo paradigma de sociedad circular, que reduzca, recicle y reutilice los alimentos», explican en Agricultura.
El programa gubernamental busca además desarrollar conocimientos y capacidades en los operadores de la cadena alimentaria, para aplicar «prácticas de manipulación de alimentos inocuas, que eviten/reduzcan las pérdidas y el desperdicio de alimentos por incumplimiento de los estándares mínimos». Entre las acciones en curso, se desarrollará un sello de garantía que avale el proceso productivo con pérdidas mínimas.
Del mismo modo, se reforzarán vínculos con bancos de alimentos y otras entidades nacionales e internacionales, y se suscribirán convenios con medios de comunicación, establecimientos educativos, organizaciones no gubernamentales, asociaciones e individuos prestigiosos de diferentes ámbitos, comprometidos con la importancia de la iniciativa y los objetivos del programa.

 

Región
Dada la universalidad del problema, el reto de reducir las pérdidas y los desperdicios de alimentos fue asumido como línea de acción por la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). La decisión fue adoptada a comienzos de año, en el marco de su Plan de Acción para la Seguridad Alimentaria, Nutrición y Erradicación del Hambre 2025, luego de que la FAO estimara que las personas desperdician en la región más de 200 kilos por año.
Ciertamente, en los países del área, la mayor parte de lo que se pierde, según la región y la etapa productiva, obedece a los procedimientos en los procesos de cosecha, almacenamiento y transporte. En las franjas de población de altos ingresos, en tanto, hay un alto grado de desperdicio por los procesos de selección en la cadena comercial y de parte de los consumidores. «Los supermercados, o la gente que tiene más recursos, a veces desechan un producto porque pasó un día de la fecha de vencimiento o una fruta que tiene un golpe o una pintita marrón», ilustra Marcio Porto, exrepresentante de la FAO en Argentina.
En conjunto, estima el organismo, queda sin consumir en América Latina el 20% de la carne producida, igual porcentaje de legumbres y oleaginosas; el 22% de la leche y sus derivados; el 28% de los cereales; el 30% del pescado; el 40% de las raíces y tubérculos; y el 56% de las frutas y hortalizas. De allí la necesidad de una «alimentación consciente», porque cuando se tira comida, se derrocha también agua, tierra y mano de obra, se daña al clima y a la biodiversidad, alerta el Programa Nacional de Reducción de Pérdida y Desperdicio de Alimentos.

Daniel Víctor Sosa

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